El capitalismo contra la globalización

El capitalismo contra la globalización

Tomado de https://vientosur.info/


El desarrollo económico y político de China, iniciado por los sucesores de Mao Zedong, no ha dejado de sorprender. ¿Se hará realidad el nuevo horizonte fijado por la dirección de Xi Jinping de convertirse en la primera potencia mundial económica, tecnológica y militar? ¿A qué contradicciones se enfrentará el régimen chino en esta perspectiva? Entrevistamos al economista Benjamin Bürbaumer, invitado a la universidad de primavera de solidaritéS y autor de Chine/États-Unis, le capitalisme contre la mondialisation, publicado por La Découverte.

¿Qué consecuencias podría tener el retorno al poder de Donald Trump en las relaciones entre EE UU y China?

Muchas y muchos analistas de la política mundial formulan razonamientos individualizantes del tipo “Trump es más nacionalista y agresivo que su predecesor, por eso se deteriora la situación mundial”. Sin embargo, Trump no es simplemente un accidente desafortunado de la historia, un hombre de otro tiempo caído del cielo. En realidad, más que una causa, es ante todo un síntoma, que expresa una rivalidad interimperialista creciente entre EE UU y China.

Fundamentalmente, Trump hace lo que los inquilinos de la Casa Blanca vienen haciendo desde hace diez años: cada uno radicaliza un poco más la hostilidad hacia una China que trata efectivamente de sustituir el liderazgo estadounidenses de la globalización por un mercado mundial bajo control chino. Esto es lo que indica un análisis de la situación desde el punto de vista de la economía política internacional.

Si bien Trump, por tanto, no es tan excepcional como cabría pensar, sí que muestra ciertas particularidades. Su uso masivo de los aranceles le diferencia de una política comercial más selectiva de Joe Biden, del mismo modo que sus tentativas de extorsión de los aliados de EE UU le distinguen de otros presidentes estadounidenses, que veían en la alianza un multiplicador de poder. Así, Trump muestra al mundo entero hasta qué punto la participación en la globalización depende de la buena voluntad de EE UU. El mito del mercado autorregulado ha perdido toda credibilidad. Por el contrario, el mercado mundial aparece cada vez más como una fuente de vulnerabilidad política.

Por consiguiente, China tratará de acelerar sus intentos de sortear las infraestructuras físicas, digitales, monetarias, técnicas y militares bajo control estadounidense y sobre las que reposa la globalización. Porque es ese control el que permite a EE UU, hoy por hoy, obtener beneficios extraordinarios y ejercer un poder político extraterritorial. En otras palabras, Trump incita a China à reforzar el cuestionamiento de la superioridad política y económica estadounidense, lo que generará reacciones todavía mas hostiles por parte de Washington. Trump es por tanto el amplificador de una conflictividad cuyas raíces van más allá de cada dirigente político individual, puesto que se hallan en el funcionamiento mismo del capitalismo. 

¿Cómo definirías hoy a China en el plano político, económico y militar?

China es un país capitalista en situación de flagrante sobreacumulación. Desde su retorno completo al mundo capitalista a partir de la década de 1980, el partido-Estado ha desarrollado políticas sumamente favorables a las empresas. La planificación ha retrocedido con fuerza en beneficio de las lógicas de mercado: liberalización de precios, privatizaciones, autorización de los despidos, desmantelamiento de los servicios públicos…  En suma, la economía se ha reorganizado radicalmente en torno al principio del beneficio, incluso en las empresas que formalmente permanecen bajo control estatal.

De paso se tomaron una serie de medidas para atraer capitales extranjeros con el propósito de adaptar la economía china a la competencia: supresión del monopolio público sobre el comercio exterior, creación de zonas francas con un derecho laboral y una fiscalidad regresivos, repatriación de los beneficios, apertura de los mercados financieros a extranjeros. China, con sus millones de trabajadores y trabajadoras mal pagadas y comparativamente en buen estado de salud y formación, es por tanto una fuente de beneficios especialmente atractiva para el capital de los países más ricos, con los Estados europeos y EE UU a la cabeza.

Con miras a favorecer el desarrollo capitalista, las autoridades chinas mantuvieron la remuneración de la mano de obra en un nivel bajo. Una de las consecuencias macroeconómicas de esta configuración es una fuerte sobreacumulación desde hace varias décadas, y que se ha acentuado especialmente desde la crisis de 2008-2009. Así, China se ve obligada a exportar mercancías y capitales. La China contemporánea es una ilustración asombrosa del carácter desigual y combinado del desarrollo capitalista.

Regularmente aparecen comentaristas que recurren a un argumento de inspiración keynesiana, según el cual bastaría volcar el régimen de acumulación chino sobre el consumo interior para acabar con los desequilibrios económicos y los problemas sociales que se derivan de ellos. Sin embargo, este argumento no tiene en cuenta las ramificaciones políticas de la acumulación de capital. La elevación de la remuneración de la mano de obra que exigiría ese vuelco puede presionar a la baja la rentabilidad del capital. Cabría objetar que semejante aumento estimularía las ganancias gracias al aumento del consumo, pero para ello haría falta convencer a las direcciones de las empresas.

Ahora bien, ante esta eventualidad, estas últimas dan por seguro que sus costes de producción aumentarían, manteniéndose la incertidumbre con respecto al reparto de los beneficios potenciales. Más vale evitar que tales beneficios se los embolsen los competidores oponiéndose a una reorientación fundamental de la economía. Un vuelco también chocaría con la fracción del capital chino (y extranjero) que obtiene sus beneficios de su función de proveedores de bajo coste en las cadenas de valor mundiales. Su oposición a la mejora del poder de negociación de la clase trabajadora es feroz.

Por otro lado, la reorientación a favor del consumo interior no deja de encerrar riesgos para el Partido Comunista Chino (PCC). Para calibrarlos conviene recordar que la liberalización vino acompañada de un desempleo masivo en China. En su famoso texto sobre los aspectos políticos del pleno empleo, el economista Michal Kalecki señala que la desaparición del desempleo implica la desaparición de su efecto disciplinario: “La posición social del jefe se minaría y la seguridad en sí misma y la conciencia de clase de la clase trabajadora aumentaría. Las huelgas por aumentos de salarios y mejores condiciones de trabajo crearían tensión política.” Ahora bien, el único tabú absoluto de cuarenta años de reformas en China es el poder del PCC. No es cuestión de fomentar alborotos políticos.

Por consiguiente, más que reforzar el consumo popular doméstico, las autoridades chinas priorizan la conquista del mercado mundial, con el riesgo creciente de colisionar frontalmente con el Estado cuya estrategia general consiste en promover su capital transnacional: EE UU.

China goza de una imagen relativamente positiva en los países del Sur global, contrariamente a EE UU y Europa. ¿Podemos considerar que este país es un país imperialista?

Según Rosa Luxemburg, el imperialismo refleja las tensiones entre grandes potencias que se derivan del proceso de acumulación de capital. La China contemporánea intenta precisamente aliviar su sobreacumulación nacional mediante la conquista del mercado mundial. Este planteamiento choca directamente con EE UU, que preside el mercado mundial desde hace decenios. China quisiera quitarse de encima esta fuente de vulnerabilidad tratando de reemplazar la globalización –ese proceso bajo supervisión estadounidense– por un mercado mundial chinocéntrico. Esto implica concretamente la sustitución de las infraestructuras físicas, electrónicas, monetarias, técnicas y militares estadounidenses, en las que se basan hoy por hoy las transacciones económicas mundiales.

Al igual que EE UU, China pretende enmascarar la naturaleza imperialista de su política mediante el despliegue de un proyecto hegemónico. En efecto, la supervisión de la globalización, al igual que la oposición a la misma, no pueden ser fruto de un solo país. El concepto gramsciano de hegemonía permite comprender que una gran potencia no perdurará como tal amenos que consiga la adhesión voluntaria de los países sometidos a su autoridad. Por las mismas razones, la oposición al hegemon exige un proyecto de reorganización suficientemente atractivo para generar un efecto de arrastre sobre otros países. La potencia contestataria ha de ser un polo de atracción.

El proyecto hegemónico chino ha avanzado notablemente en los últimos 15 años. China suministró enormes cantidades de vacunas contra la covid a numerosos países periféricos en un momento en que EE UU estaba demasiado preocupado por proteger los ingresos de sus compañías farmacéuticas. Practica una diplomacia de la educación sumamente eficaz cuando las universidades estadounidenses exigen unas tasas de matrícula desorbitadas y se cierran cada vez más a las y los aspirantes del extranjero. A través de las Nuevas Rutas de la Seda, China no solo alivia sus problemas de sobreacumulación, sino que también financia la construcción de infraestructuras físicas en numerosos países pobres, en los que las carreteras, las redes eléctricas y los ferrocarriles se hallan en estado de abandono debido justamente al Consenso de Washington.

China se beneficia asimismo del hecho de que la política exterior de Washington se considera ampliamente hipócrita. Este reproche se ha visto acentuado ante las respuestas contrapuestas a la situación en Gaza y en Ucrania. Numerosos países periféricos han tomado nota con amargura del trato especial concedido únicamente a las víctimas ucranianas en comparación con las decenas de miles de víctimas palestinas. Asimismo se han percatado de que las sumas de dinero que siempre cuestan tanto de desbloquear para el desarrollo se movilizan con gran facilidad para armar a Ucrania o Israel. En esta situación, China se posiciona como nueva intermediaria en la gestión de conflictos internacionales, del mismo modo que, frente a Trump, se presenta como defensora de un orden mundial multilateral y abierto. Este planteamientos ha contribuido mucho a mejorar la imagen de China en Asia, África y América Latina.

Aunque este posicionamiento, del mismo modo que su diplomacia sanitaria, educativa y cultural y sus ayudas financieras, puede responder temporalmente a necesidades reales de los países de la periferia, China no lo hace por caridad, sino para encontrar una solución espacial a la sobreacumulación.

Y aunque está muy lejos del intervencionismo militar de EE UU, que en estos últimos 20 años ha causado más de 4,5 millones de muertes en Afganistán, Pakistán, Irak, Siria y Yemen, China está incrementando fuertemente su gasto militar y adopta una actitud cada vez más prepotente en el mar de China Meridional, en particular contra los aliados más cercanos a EE UU. Esto la sitúa directamente rumbo a la confrontación con Washington, que, en particular desde su giro hacia Asia y en virtud de sus innumerables bases militares en la región y de su desorbitado gasto militar, ha transformado de hechio los océanos Índico y Pacífico en aguas estadounidenses.

China es oficialmente un país comunista dirigido por un Partido Comunista. ¿Qué papel desempeña esta ideología en su política interior y exterior?

Ya en 1978, frente a los comienzos de la política impulsada por Deng Xiaoping y sus aliados en el seno del PCC, Charles Bettelheim observó que al desaparecer el papel dirigente de la clase obrera, la doctrina que dice que “generar más beneficio es crear más riqueza para el socialismo” se convierte en una fórmula hueca. En los hechos, la comprensión del socialismo por parte del PCC se solapa ampliamente con la idea de modernización capitalista. Hace algún tiempo, Chen Yuan, dirigente del PCC e hijo de uno de los líderes de la primera generación del Partido, resumió la situación con estas palabras: “Somos el Partido Comunista y decidiremos qué significa el comunismo.” Desde este punto de vista, la mercantilización es plenamente compatible con el comunismo.

Con la valorización del mercado se produce también una revisión de la apreciación de los diferentes grupos en la sociedad. A este respecto, el contorsionismo ideológico del PCC resulta sumamente notable. Durante el mandato de su secretario general Jiang Zemin (entre 1989 y 2002) se propuso el siguiente análisis: “En la época de la industria transformadora tradicional, cuando Marx escribió sus textos revolucionarios, los trabajadores se hallaban en efecto a la vanguardia de la productividad. Ahora bien, en la era de las tecnologías de la información, los hombres de negocios y los profesionales han sustituido a los trabajadores relativamente menos formados, sin hablar de los agricultores, como vanguardia de la sociedad.” Se mantiene la referencia al socialismo, pero carece de sentido.

¿Es previsible un enfrentamiento militar directo entre EE UU y China? Parece que EE UU quiere atraer a Rusia a su bando en una lógica de oposición a China. ¿Que significaría tal acercamiento para China y como podría responder? ¿Qué países son actualmente los principales aliados de China?

Desde hace más de una decena de años, China es la prioridad número 1 de la política exterior estadounidense. Esta preocupación se intensifica de presidente en presidente y hoy el mundo asiste a una carrera de armamentos sin precedentes, incitada principalmente por EE UU y China. Este maná permite multiplicar los ejercicios militares alrededor de China, donde esta última adopta una actitud cada vez más prepotente y donde EE UU y sus aliados regionales, en particular Filipinas e Indonesia, escenifican regularmente sendas demostraciones de fuerza. El bucle parece interminable.

Dichos ejercicios tienen lugar sobre un trasfondo de fricciones y ataques regulares entre buques chinos por un lado y vietnamitas o filipinos por otro, que pueden provocar accidentes como una colisión marítima, susceptible de degenerar en una guerra desastrosa. A esto se añade que las fricciones se multiplican también más allá de Taiwán, en la vasta zona llamada indopacífica. De todos modos, el riesgo de guerra no solo se deriva de la creciente probabilidad de un incidente no intencionado, porque Washington y Pékin preparan la guerra activamente. Para mencionar un solo ejemplo muy reciente: en marzo, Pete Hegseth, Secretario de Defensa de EE UU, ordenó a sus servicios dar prioridad operativa a los preparativos de guerra con China.

Las tensiones militares se sitúan por tanto en la prolongación del proceso de acumulación de capital. En este contexto resulta útil tener presente la magnitud de las fuerzas en liza: EE UU dispone de más de 800 bases militares en el mundo, China no supera la treintena, a lo sumo; el gasto militar estadounidense casi triplica el de China, y el de la OTAN –que desde la cumbre que tuvo lugar en Madrid en 2022, ha extendido su esfera de influencia del Atlántico Norte al Pacífico asiático– es cuatro veces superior al de China. Las capacidades destructivas estadounidenses y la logística subyacente son por tanto muy superiores a las de China. Por otro lsdo, Esta última no cuenta con ninguna alianza militar similar a la OTAN.

El cambio de postura ante Rusia es sin duda el aspecto en que Donald Trump difiere realmente de otros presidentes estadounidenses. Y no deja de ser coherente: desde la invasión de Ucrania en 2022, la economía rusa se ha inclinado mucho más fuertemente hacia China y en particular ha dado un acelerón importante a la internacionalización de la moneda china, el renminbi. Esa es una de las consecuencias inesperadas de las sanciones económicas de Washington contra Rusia, que debilita directamente el control de la infraestructura monetaria mundial por oarte de EE UU.

En la misma línea, Trump empuja a los países europeos a incrementar un 50 % sus presupuestos militares, o incluso un 150 %. Se trata de una gigantesca amplificación del militarismo del Viejo Continente, que no pretende tanto contener a Rusia como apoyar el esfuerzo militar de Washington frente a Pekín. Porque este aumento de los presupuestos europeos permitirá a EE UU reorientar sustanciales recursos a la lucha contra China. Rearmar Europa equivale en última instancia a alimentar en conjunto la escalada militar en Extremo Oriente y perpetuar la supervisión de la economía mundial por parte de EEUU, de la que los pueblos europeos no extraerán beneficio alguno.

¿Existe actualmente una oposición democrática en la sociedad china o la represión del movimiento de Tiananmen sofocó definitivamente toda contestación democrática?

Es difícil identificar una oposición organizada, especialmente debido a las políticas represivas de Pekín. No obstante, desde su transformación capitalista, China se ve sacudida regularmente por movilizaciones importantes. Pese a que la relación de fuerzas no es favorable a la clase trabajadora, el número de conflictos laborales ha aumentado notablemente con los años. En 1994 fueron 78.000 los trabajadores y trabajadoras que protagonizaron un conflicto abierto con sus empresas, mientras que en 2007 ya fueron 650.000. Estos conflictos se centran sobre todo en las provincias exportadoras, donde la explotación es particularmente feroz. Además, los conflictos laborales no se mantienen necesariamente dentro del estrecho marco que contempla la ley.

Por el contrario, se observa lo que el historiador Eric Hobsbawm llamó la “negocación colectiva por el motín”. En efecto, los investigadores Eli Friedman y Ching Kwan Lee muestran cómo “la aceleración de la privatización, de la restructuración y de los despidos en el sector público ha suscitado unos niveles de contestación desconocidos en la historia de la República Popular”. La panoplia de acciones es amplia: sentada, bloqueo, ocupación, huelga, motín, incluso el suicidio de trabajadores y trabajadoras o el asesinato de patrones. A modo de ejemplo, en 2005 las cifras oficiales daban fe de 87.000 “incidentes masivos” de este tipo. Hoy, la contestación sigue muy activa, aunque dispersa.

Finalmente, conviene añadir que la contestación a menudo es tanto democrática como social. Lejos de la imagen de un movimiento liberal protagonizado exclusivamente por estudiantes e intelectuales, las movilizaciones de Tiananmen ya fueron en gran parte de carácter social y democrático, basadas en gente de clase trabajadora, que respondía directamente al violento proceso de transformación capitalista emprendido por a fracción liberal del PCC.

¿Tienen los pueblos alguna posibilidad de librarse de esta lógica de bloques opuestos?

El periodo actual demuestra que el enfrentamiento interimperialista entre China y EE UU lleva a este último a extorsionar concesiones cada vez más onerosas de sus aliados y en general de todo el mundo. Dicho de otro modo, además de una economía mundial con efectos redistributivos sumamente desiguales, son muchos los países expuestos al chantaje de Trump, mientras que Pekín pretende establecer una reorganización chinocéntrica de la economía mundial.

La raíz de este mundo cada vez más conflictivo reside en la acumulación de capital. El apaciguamiento definitivo pasa por tanto por la sustitución del imperativo del beneficio por la satisfacción de las necesidades de la gente. En lo inmediato, una serie de países podrían optar por una desconexión selectiva del mercado mundial: acortamiento planificado de las cadenas de valor, condicionamientos medioambientales, políticas redistributivas. El cuestionamiento abierto de determinados principios del libre comercio por parte de Trump puede constituir por tanto una ventana de oportunidad.

09/05/2025

Solidarités

Traducción: viento sur

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