Dos años sin Claudio López Lamadrid, un editor de referencia

Literatura

Ignacio Echevarría, que ha publicado un libro sobre quien fuera su amigo, y el editor Miguel Aguilar evocan al que fuera timonel del grupo Penguin Random House


Claudio López Lamadrid, en enero de 2018, en su despacho.
ANTONIO MORENO

Claudio López Lamadrid conoció el mundo de la edición a la manera de Tusquets y Anagrama, allá por los años 80, y acabó abrazando las redes sociales como altavoz para difundir los libros. Claudio, que empezó con 17/18 años trasladando el almacén de la sede de Tusquets, murió siendo el timonel del todopoderoso grupo Penguin Random House. Es decir: aprendió a editar los libros desde la cubierta a la tipografía y terminó convencido de que el futuro pasaba por la digitalización de los libros. «Cada vez son más caros, cada vez las tiradas son más cortas».

«Era generoso con los escritores, con los periodistas y hasta con la competencia. Vehemente y provisto de una voz y un físico que imponían, supo cultivar una imagen de ogro bueno que le divertía. Declarado defensor de la literatura latinoamericana, a ella dedicó la mayor parte de sus últimos años, viajando constantemente por la región. Su curiosidad no se limitaba a los libros, estaba genuinamente interesado en los demás, y era capaz de descolocar a cualquiera con sus preguntas», comenta a este periódico Miguel Aguilar, quien le trató durante casi 20 años y hoy es el responsable de Taurus y Debate. «Es imposible no echarle de menos a diario».

Quien tampoco le olvida es Ignacio Echevarría, quizá su mejor amigo. A modo de homenaje ha escrito Una vocación de editor (gris tormenta), que acerca, alumbra y explica la personalidad de Claudio, con la ventaja de haber trabajado cinco años codo con codo en Tusquets. Los dos compartían las funciones del editor entendido a la manera de entonces, semejante a la de cuidador de textos, esto es, según se apunta en el libro: «Velar por su integridad, optimizarlos -si cabe-, pulirlos, dotarlos cuando conviene de herramientas que los hagan más accesibles (notas, prólogos, índices, etcétera), atender a su adecuada puesta en página (su legibilidad, no sólo desde el punto de vista estilístico, sino también ortotipográfico, gráfico, material: diseño, puesta en página, impresión, papel, cubierta).»

Estos conocimientos y cuidados que siempre acompañaron a Claudio se complementaron con su etapa como freelance, desde finales de 1989 hasta que los dos amigos y Miriam Tey establecieron contactos y trabajaron con Hans Meinke, en esa época al frente de Círculo de Lectores (un millón y medio de socios en aquella España). «Claudio se avino a hacer de todo: correcciones de estilo y ortotipográficas, informes de lectura, traducciones -siempre mal pagadas-, reseñas periodísticas…».

Así que cuando estuvo al frente de Penguin Random House tenía un conocimiento y un oficio que se complementaba con su natural curiosidad, motor de todo aventurero. «Claudio publicó a buena parte de los mejores autores de los últimos 50 años», recuerda Miguel Aguilar. «Desde Pamuk, a Coetzee, Rushdie, Szabo, Rooney, Lobo Antunes, James Ellroy, Easton Ellis, Enard, Foster Wallace, Palahniuk, Despentes, Chimamanda, Joan Didion o Daniel Pennac. En lengua española publicó a García Márquez, César Aira, Javier Cercas, Belén Gopegui, Rodrigo Fresán, Fernanda Melchor, Rafael Gumucio, Raúl Zurita, Alma Guillermoprieto, Samantha Schweblin o Emiliano Monge».

Claudio López Lamadrid fue un tipo astuto (al decir de Fresán), que vio en América como necesidad, pues «España representa apenas un 5% de una comunidad de 700 millones de hablantes» del español, precisa Echevarría. De ahí que cruzara el Atlántico constantemente y tejiera una red que retroalimentara lo que se publicaba en ambas orillas.

Apasionado del jazz, la música clásica y la poesía, puso su empeño en sellos como Reservoir Books (nuevas tendencias), Caballo de Troya (apuestas a contracorriente, junto a Constantino Bértolo). No desatendió el trato con los e hizo suya esta reflexión de Joan Didion, recogida por Echevarría: Escribir es «una empresa complicada, que requiere que el editor no sólo mantenga una fe que el escritor únicamente comparte a rachas intermitentes, sino también que le caiga bien el escritor, algo que no es fácil. Los escritores casi nunca son gente agradable. No aportan nada a la fiesta, se dejan la diversión en la máquina de escribir».

Claudio López Lamadrid, bronco y cariñoso, vencido por un infarto fulminante el viernes 11 de enero de 2019, dijo en cierta ocasión: «Editar los textos, trabajar con el autor, o con la traducción, y hacerlo de forma anónima, sin dejar rastro de autoría. Es fascinante porque tocas la esencia misma de tu cometido: el editor trabaja para el escritor, y no viceversa». Dicho queda.

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Tomado de http://estaticos.elmundo.es/