TA MEGALA
Fernando Solana Olivares
I.
El antisemitismo es una patología de la historia que concierne no solamente al pueblo que lo ha sufrido sino también a todo ser humano civilizado. León Poliakov encuentra sus orígenes desde el temprano cristianismo paulino y sus ataques contra la religión mosaica, una matriz que debía ser destruida para establecer sobre ella el cristianismo, aquel credo emergente que acusaría de “deicidio” a los judíos condenándolos a una incesante persecución.
Otros estudiosos aducen una causa única para el antisemitismo contemporáneo, reduciéndolo a una aberración producida por el psiquismo alemán. Algunos más han intentado explicarlo mediante el psicoanálisis, la economía, el fascismo, el capitalismo o el socialismo, factores para una comprensión relativa que sin embargo no han resuelto el enigma de un odio basado en causas diferentes que producen los mismos efectos.
Ante ello Gerald Messadié se pregunta en su Historia del antisemitismo: “¿Cómo explicar, por ejemplo, que la derecha religiosa y la izquierda atea hayan comulgado, en el siglo XIX, con el antisemitismo?”
Para encontrar una respuesta acerca del vínculo que une los tres períodos de antisemitismo de la historia (el primero, precristiano, situado entre las conquistas de Alejandro y la proclamación del cristianismo como religión del Imperio romano, tres siglos antes y tres siglos después de nuestra era; el segundo, el más largo, derivado del conflicto entre la Iglesia cristiana naciente y la religión que le daba origen, perdurable desde el siglo II hasta mediados del siglo XIX; el tercero, iniciado con el auge de los nacionalismos que termina con la Shoah, ese holocausto luciferino, y la derrota del Tercer Reich), Messadié expone que veintitrés siglos de antisemitismo habrían sido causados por el nacionalismo identitario, basado en una actitud xenófoba y racista que persiguió con saña inhumana “el celoso rechazo de los judíos para someterse a los yugos de culturas extranjeras y renunciar a su judaísmo a cambio de los beneficios de la asimilación. El caso es singular: ése es el honor de los judíos”.
La invención del Dios único e inmanente, el primero de la historia conocida que no tiene nombre ni rostro, esencialmente interiorizado y que debe invocarse, al cual ninguna imagen le basta como representación porque no puede ser concebido ni descrito y por ende es el Dios de la fe, representa “el acontecimiento más estruendoso y decisivo de la historia de las religiones: el advenimiento del Dios interior”. En esa deidad misteriosa que brota desde una zarza ardiente radica la extraordinaria resistencia que permitió a este pueblo vagabundo sobrevivir como ningún otro a los avatares de su dolorosa persecución.
Paradójicamente, quienes fueron chivos expiatorios durante 2,300 años no pudieron evitar infectarse con su propia experiencia histórica de exterminio, la misma que desde hace décadas aplican en Oriente Medio contra árabes, palestinos y libaneses. “¿Quién, entre los judíos, hubiera podido adivinar que la creación de un Estado judío exponía al judaísmo a los mismos errores de sus perseguidores?”, se pregunta Messadié, matizando los crímenes sionistas al llamarlos errores.
Partidario de la causa judía —no de la sionista— desde una sensibilidad democrática basada en una ética “crística” antes que cristiana, abierta y comprensiva hacia los otros, a la alteridad de los otros, Messadié recuerda al Estado de Israel que fue el nacionalismo identitario “la causa de sus sufrimientos infinitos y que es sin duda el veneno más violento de la historia”.
II.
Luego de setenta y cinco años de su transgresora proclamación unilateral, alegando discutibles derechos históricos sobre un territorio habitado también por diversas etnias y confesiones desde miles de años atrás, Israel se convirtió en una cruel y opresiva nación teocrático-militarista que bajo la excusa de crear una patria para los judíos ha despojado a árabes y palestinos de territorios y derechos humanos básicos (la soberanía, el autogobierno, el desarrollo económico y social, la salud, la libertad de tránsito y hasta la libertad de pensamiento), haciéndolos vivir en la cárcel abierta más grande del mundo, la franja de Gaza, un sistema de opresión y apartheid racista de magnitud hasta ahora desconocida en la historia humana, que confina a los despojados de su suelo patrio en campos de concentración y los condena a la miseria crónica. La misma esclavitud de los judíos en Egipto es hoy perpetrada contra los palestinos en una vuelta de tuerca infernal: las víctimas de entonces son los victimarios de hoy
El sionismo judío ha asesinado inocentes, destruido escuelas, hogares, infraestructura y servicios públicos palestinos desde su violenta conquista, ejerciendo una ley del talión multiplicada demencialmente como si su terrible pasado étnico le otorgara supra derechos morales para ejercer contra otros un espanto aún mayor que aquel que los judíos sufrieron.
De haber ocupado un pequeño porcentaje de Palestina en su fundación, Israel se ha adueñado por la fuerza de casi todo el territorio palestino de Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza. Ahora el asalto a la franja de Gaza en represalia por el sorpresivo ataque de Hamás pretende borrarla del mapa. La ocupación, un terrorismo en sí mismo, se ha convertido en una aniquilación. Si el nazismo alemán no pudo desaparecer al pueblo judío en el primer genocidio del siglo veinte, el ecosistema del mal instaurado por el sionismo teocrático contra los palestinos pretende lograrlo sin ningún disimulo.
III.
En el universo inestable del Medio Oriente, explica Thierry Meyssan en su “Cambio de paradigma en Palestina” (Red Voltaire, 10/X/23), numerosos grupos se enfrentan entre sí. Diversas denominaciones cristianas, musulmanas y judías que a lo largo de los siglos han alternado el papel de víctimas y verdugos, integran un complejo y frágil entramado de intereses geopolíticos. Lo que hoy sucede es el resultado de 75 años de opresión y de violación del Derecho Internacional, pues Israel ha ignorado decenas de resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU sin que se adoptaran sanciones contra él, así como no ha vacilado en asesinar a gran número de dirigentes palestinos y en sobornar a otros tantos, saboteando incesantemente el tejido político del pueblo invadido.
El sangriento ataque de Hamás a Israel el pasado 7 de octubre, compuesto de un diluvio de cohetes destinado a saturar el sistema de defensa antiaéreo israelí y 22 ataques terrestres con toma de rehenes, ha dejado hasta hoy miles de muertos y heridos israelíes y mayormente palestinos. La disparidad de los medios bélicos entre Israel y los palestinos es abrumadora: cazas a reacción contra parapentes, cohetes contra un sofisticado Domo de Hierro defensivo, drones caseros contra drones de última generación, morteros contra tanques. Las piedras contra las armas.
Todo esto es producto de los 160 mil millones de dólares destinados durante 75 años por EU a Israel, un apoyo que ninguna otra nación ha recibido y que muestra que detrás de los crímenes e impunidad sionistas hay un responsable mayor. De esos fondos han salido las más de 200 bombas nucleares que Israel tiene en el desierto del Negev. En el cual el presidente egipcio Abdelfatah al Sisi ha propuesto ubicar al millón y medio de habitantes de la franja de Gaza, que sin abrirles rutas seguras de salida y aun bombardeándolos esporádicamente en su escalofriante éxodo, el ejército israelí ha dado veinticuatro horas para abandonar Gaza en tanto la invade para pulverizarla y liquidar a Hamás. “Y luego los devuelven, si quieren”, declaró inconmovible el egipcio al lado del canciller alemán.
La dimensión de esta barbarie, el desencadenante ataque de Hamás y el delirante castigo sionista, un genocidio que sin proporción alguna con lo ocurrido se utilizará como pretexto para la limpieza étnica de los “animales humanos” palestinos, como los llaman los halcones judíos —oxímoron que sostuvo ya la no humanidad de quienes son asesinados en masa, pues fue empleado por los nazis para justificar el holocausto de cientos de miles de hebreos—, obedece también a 75 años de silencio e indiferencia mundial ante el despojo y destrucción de Palestina. Un hegemónico silencio insensible fomentado por los medios occidentales de información y la industria del entretenimiento que glorifica a las víctimas judías y culpabiliza a los musulmanes. El reciente bombardeo de un hospital en Gaza dejando 800 muertos, entre heridos y refugiados que lo consideraban uno de los pocos lugares seguros, achacado por la propaganda israelí y el presidente Biden a un misil lanzado por Hamás, vuelve a corroborarlo. O la carencia de bolsas para cadáveres en Gaza, asumida como una nota informativa secundaria ante la magnificación mediática por los muertos y rehenes judíos producto del ataque palestino, entre ellos bebés decapitados de los que se creyó sin ninguna imagen que los mostrara. O la supresión de luz y agua, la prohibición de entrada de alimentos y productos básicos para la población palestina sitiada. “¿Qué pasará con los bebés en incubadoras?”, preguntó un corresponsal al general israelí que dirige la masacre. El militar alzó los hombros sin responder. La muerte de los animales no le concernía.
IV.
Hoy se hace casi imposible evitar que todo termine en un baño de sangre, anticipa Meyssan en su análisis, pues todos los actores han saboteado en su momento cada posible solución. Continuará entonces la espiral del odio humano cuyo desenlace puede ser catastrófico. Más pronto que tarde sucederá una conflagración mayor. Post hoc ergo propter hoc (“Después de ello, por tanto a causa de ello”), dice la expresión latina que la lógica entiende como una falacia. Pero ahora parece haber dejado de serlo. Habrá consecuencias inevitables a causa de la aniquilación sionista de Gaza y su indimensionada cantidad de sufrimiento y dolor. Armagedón, el lugar de la batalla final profetizada en el Apocalipsis bíblico, queda a solo ochenta kilómetros de Jerusalén.
Tomado de https://morfemacero.com/
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