“Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Génesis 12,1-4
2 Timoteo 1,8-10
Mateo 17,1-9
Mons. Ruy Rendón L.
Habiendo iniciado hace poco más de una semana nuestro camino cuaresmal que nos prepara, personal y comunitariamente, a la gran Solemnidad de la Pascua, nos encontramos ahora, en el segundo domingo de Cuaresma, con un pasaje del evangelio de san Mateo que nos es muy familiar; se trata del texto llamado “La transfiguración del Señor”. Es un relato que cada año leemos, este día, en alguna de sus tres versiones (san Mateo, san Marcos o san Lucas).
Hace ocho días insistimos en la importancia de saber vencer cualquier tentación, que si bien es cierto se suele presentar con apariencia de bien, en realidad el enemigo nos engaña con un disfraz deslumbrante que envuelve (esconde) al mal que no siempre logramos percibir. Hablamos de los medios que nuestro Señor Jesucristo utilizó para poder salir victorioso de la prueba: el ayuno, la oración y la palabra de Dios.
Contemplamos en este domingo a Jesús subiendo al monte acompañado de tres de sus apóstoles: Pedro, Santiago y Juan. La montaña, en el lenguaje bíblico, expresa un lugar donde Dios se manifiesta, se revela, se da a conocer. Recordemos, por ejemplo, algunas de estas montañas: la del Sinaí, la de las bienaventuranzas, la del Monte Calvario. En esta ocasión sucede algo maravilloso: Jesús se transfigura, todo él se vuelve resplandeciente; dos personajes significativos del pueblo de Israel que ya habían muerto, aparecen conversando con Jesús: Moisés, que representa a la Ley, y Elías, que representa a todos los profetas.
Las palabras de Pedro nos dan la interpretación del extraordinario evento contemplado: “Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Pedro estaba feliz, disfrutando una “probadita” de la gloria de Cristo, de la gloria celestial. En muchas circunstancias, también nosotros gozamos de experiencias de encuentro con Dios que elevan nuestro espíritu, que nos transfiguran y que nos hacen disfrutar del cielo, aquí en la tierra. Quisiéramos que esos momentos no acabaran, que se prolongaran eternamente.
La nube, y la voz que se deja escuchar nos hacen pensar en las otras dos personas divinas: El Espíritu Santo, simbolizado en la nube, y Dios Padre quien, en sus palabras, reconoce a Jesús como a su Hijo muy amado en quien tiene puestas sus complacencias. Las palabras del Padre concluyen con una exhortación para nosotros, referida a Jesús: “escúchenlo”. Cosa que debemos poner en práctica a lo largo de este camino cuaresmal.
Por último, el relato termina con unas palabras desconcertantes: “Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”. Esto significa, para nuestro Señor, y también para nosotros, que el camino que nos lleva a la gloria pasa antes por la pasión y muerte. No queramos rechazar, aquí en la tierra, la cruz y lo que ella implica; Jesús ya nos dio el ejemplo de cargar la cruz con paciencia y fortaleza. Que nosotros hagamos otro tanto durante esta Cuaresma. Pidamos esto al Señor en la eucaristía de este domingo. Así sea.
¡Que tengan un excelente domingo!
Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.
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