“Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces? …”.
Sirácide 27,33 – 28,9
Romanos 14,7-9
Mateo 18,21-35
Hace ocho días nuestro Señor, en el evangelio, nos invitaba a practicar la corrección fraterna. Ahora, en este domingo, Jesús nos propone una de las parábolas que aborda el mensaje central de la doctrina cristiana. Nos referimos a la parábola del “siervo sin misericordia” que subraya el tema del perdón de las ofensas recibidas.
Todo comienza con una simple pregunta que Pedro le hace a Jesús: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces? La respuesta del Señor no se hace esperar: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”. Indicando, con esta respuesta, que siempre debemos perdonar cuando alguna persona nos ofende.
Para hacer más entendible esta respuesta, Jesús nos relata la parábola en la que un rey, al ajustar cuentas con sus servidores, se topa con uno que le debía muchísimo dinero. San Mateo resalta que eran muchos millones. Obviamente el siervo, que no tenía con qué pagar a su señor, le suplicó postrado a sus pies: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. El rey tuvo lástima de su servidor, y lo que hace es soltarlo y perdonarle toda la deuda.
Si la parábola terminara aquí, nos daríamos por bien servidos y concluiríamos expresando que Dios, representado por el rey, es misericordioso y que perdona todos nuestros pecados. Sin embargo, la parábola continúa en su segunda parte diciéndonos cómo el siervo, recién perdonado, no fue capaz de perdonar a un compañero suyo que le debía una cantidad insignificante, comparada con lo que él, anteriormente, le debía al rey. Es interesante cómo este compañero utiliza las mismas palabras que el siervo le decía al rey, cuando estaba compungido por la deuda millonaria: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
La parábola termina con una gran molestia del rey al enterarse de lo que el siervo había hecho con su compañero. El rey lo manda llamar y le dice: “Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
La enseñanza de esta parábola es muy fácil de comprender: Así como Dios es misericordioso y está siempre dispuesto a perdonarnos, así también nosotros debemos estar siempre dispuestos a ofrecer el perdón a quienes nos ofenden. Recordemos cómo nuestro Señor, estando clavado en la cruz, perdonó a quienes lo estaban crucificando, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34). Es difícil perdonar, pero, quien lo hace, ha entendido plena y perfectamente el mensaje central del Evangelio: el amor.
Que, al rezar el Padre nuestro en la eucaristía de este domingo, hagamos nuestra esa petición que le dirigimos a Dios: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Así sea.
¡Que tengan un excelente domingo!
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