A L’ENCONTRE
La burlesca tragedia que siguió a la elección de Stefanos Kasselakis como líder de Syriza (de septiembre de 2023 a septiembre de 2024) demuestra una vez más que en la vida, y más aún en la política, ninguna deuda importante queda sin pagar. En el caso de Syriza, la deuda era especialmente elevada e importante. Tenía que ver con momento histórico de 2015, cuando Alexis Tsipras vendió una oportunidad histórica para que los trabajadores y trabajadoras contrarrestaran el ataque neoliberal del capital en la forma brutal que tomó en Grecia tras el estallido de la crisis internacional de 2008, con las políticas dictadas por los llamados memorandos entre los gobiernos griegos y la troika (UE-BCE-FMI).
La historia
En los años siguientes, hemos escuchado o leído decenas de veces la afirmación de que Alexis Tsipras era una figura emblemática que había tomado las riendas de un pequeño partido que obtenía entre el 3 % y el 4 % de los votos y lo había llevado al poder. Esta afirmación no tiene nada que ver con la realidad y carece de credibilidad para quienquiera que haya vivido la experiencia de la realidad de Syriza antes de 2015.
Syriza se fundó y se fortaleció políticamente gracias a su asociación con el movimiento internacional contra la globalización capitalista neoliberal, la guerra y el racismo. Se desarrolló en forma de partido híbrido (más parecido a un frente en el ámbito político) que intentaba expresar de manera sistemática y organizada a las decenas de miles de personas que apoyaban las acciones eficaces del Foro Social Griego en la lucha política cotidiana de la época. Una opción que no contó con unanimidad: las y los partidarios de una convergencia con la socialdemocracia y el centroizquierda, de una estrategia puramente electoral, de ampliaciones hacia el centro político (que no era un sector marginal en el partido Synaspismos en aquel momento) consideraron la formación de Syriza como un “desastroso error de la extrema izquierda”. Lucharon con uñas y dientes para hacerla estallar. La fundación de Syriza (enero de 2004), su estabilización y la concentración del poder político que se fue consolidando durante los años de liderazgo de Alekos Alavanos (presidente de Syriza desde diciembre de 2004 hasta febrero de 2008) se basaron en un giro a la izquierda y el rechazo al deslizamiento hacia la socialdemocracia. Recordarlo hoy en día, reviste una importancia política especial, ya que el régimen y los mecanismos ideológicos y políticos a su servicio intentan imponer como evidencia que solo las políticas de derecha tienen perspectivas, que solo el consenso conservador permite acceder al poder político.
La dinámica interna de Syriza durante aquel periodo ascendente, con el objetivo de crear una amplia fuerza de oposición de la izquierda ascendente y radical, demostró que era posible un cambio sustancial en el terreno político. Cuando después de diciembre de 2008, Alekos Alavanos abrió el debate sobre el eslogan gobierno de izquierda, fue recibido con un escepticismo desdeñoso por parte de muchos círculos (incluidos los principales asesores de Alexis Tsipras). Por nuestra parte, declaramos que no nos interesaba un giro hacia un populismo electoral de izquierda, siguiendo el modelo del PT de Lula en Brasil, porque era la única vía para aspirar al poder gubernamental en las circunstancias específicas de la época.
Todo esto cambió radicalmente con la crisis. La crisis internacional de 2008 sacudió los cimientos del capitalismo griego e invalidó todas las recetas que se habían probado hasta entonces para garantizar su crecimiento. La decisión del entonces primer ministro, Giorgos Papandreou (de octubre de 2009 a noviembre de 2011), de aceptar el draconiano plan de austeridad dictado por los acreedores y de declarar desde la pequeña isla de Kastelorizo el primer memorándum, condujo a la entrada masiva de las masas populares y trabajadoras en la esfera política, con el objetivo de rechazar la opción reaccionaria hecha por la clase dominante local de acuerdo con la UE, el BCE y el FMI. Las sucesivas huelgas generales, las concentraciones masivas en todas las ciudades del país, la ocupación de las plazas públicas, la resistencia encarnizada contra la brutalidad de los mecanismos de represión estatal, etc., demostraron la determinación del pueblo para romper el muro del acuerdo del memorándum entre los capitalistas locales y la Troika. Durante este largo período de luchas ascendentes, el pueblo combinó las formas de lucha callejera (con asaltos al Parlamento por parte de cientos de miles de manifestantes decididos) y las de la lucha electoral (debilitando a una velocidad sin precedentes la influencia electoral de Nueva Democracia-ND y del Pasok-Movimiento Socialista Panhelénico y trasladando sus esperanzas y aspiraciones principalmente hacia la izquierda).
El auge cualitativo del movimiento de resistencia en Grecia también tuvo una fuerte dimensión internacional. Las luchas libradas en Grecia se convirtieron en un punto de referencia, primero en los países del club de los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, España), pero también en el resto de Europa. Wolfgang Schäuble (ministro de Finanzas) y Angela Merkel, canciller, se mostraron más perspicaces que los dirigentes políticos locales (incluidos los de Syriza) al proclamar la necesidad de repeler el contagio (del virus griego de la resistencia) como pilar fundamental de su política durante esos años cruciales. Los dirigentes europeos comprendieron que, si el movimiento y la izquierda en Grecia lograban romper la ofensiva del memorándum, esa ruptura no se limitaría a un pequeño Estado miembro de la UE, sino que amenazaría directamente el equilibrio sociopolítico en toda Europa.
Quien subestime el poder del movimiento de masas del periodo antimemorándum está condenado a no comprender nunca los explosivos acontecimientos políticos de la época. Pero también es necesario aclarar otro límite de aquel periodo convulso. A pesar del auge cualitativo del movimiento, este no llegó a crear las condiciones para una crisis prerrevolucionaria o revolucionaria inmediata. En Grecia, entre 2010 y 2015, no surgió ninguna forma de organización independiente de la clase obrera capaz de dar una respuesta revolucionaria a la cuestión del poder. No apareció ninguna forma de consejos obreros comparable a los de la época histórica clásica del movimiento revolucionario (los sóviets), ni siquiera comparable a las formas embrionarias que se desarrollaron, por ejemplo, en Chile en 1970-1973 o en Portugal en 1974-1975.
La situación durante el período candente de 2010-2012 parecía sacada de los manuales y debates del IV Congreso de la Comintern: una crisis social aguda, una crisis política aguda y persistente, la incapacidad de las fuerzas políticas del establishment para garantizar la estabilidad gubernamental comúnmente aceptada y una fuerte tendencia al alza de las luchas obreras y sociales, que no habían alcanzado (o aún no habían alcanzado…) el nivel necesario para plantear una solución de cambio socialista revolucionario. La Komintern de la época de Lenin nos legó, en respuesta a condiciones similares, una política centrada en el frente único, la política de transición y la lucha por un gobierno de izquierda.
Es un secreto a voces que, desde el principio, Syriza se enfrentó a divergencias políticas y conflictos agudos sobre cuestiones cruciales relacionadas con esta orientación. En 2010, con el Frente de Solidaridad y Revuelta, liderado por Alekos Alavanos, el ala izquierda de Syriza se separó abierta y públicamente de la mayoría dirigente en torno a Alexis Tsipras. En 2013, durante el primer congreso de Syriza, la Plataforma de Izquierda, opuesta a la dirección, obtuvo el apoyo de más del 30 % de los delegados.
A quienes les gusta comprender la historia basándose en el resultado final deberían recordar que las cuestiones políticas a las que Syriza intentó finalmente dar respuesta no fueron planteadas por el pueblo, ni en primer lugar ni únicamente, a Syriza.
El primer candidato en abordar la cuestión de la expresión política de la amplia corriente contestataria de la época fue, naturalmente, el Partido Comunista. En las elecciones regionales de noviembre de 2010, el Partido Comunista obtuvo el 14,44 % de los votos en Ática, muy por delante de Syriza, que además se enfrentaba entonces a una crisis abierta de liderazgo.
En las elecciones nacionales de mayo de 2012, cuando comenzó el seísmo político, el PC obtuvo 540 000 votos (8,48 %,), su mejor resultado desde la crisis provocada por los acontecimientos de 19891Detención en marzo del banquero Georges Koskotas por malversación de fondos, con repercusiones, dados los vínculos establecidos, para el Gobierno de Papandreu; en junio, las elecciones marcan la victoria de ND con un retroceso del Pasok, lo que abrió una crisis gubernamental con un Gobierno minoritario de derecha; Papandreu fue convocado por un tribunal especial, tras unas «escuchas telefónicas ilegales», a lo que se sumó el asesinato del diputado conservador Pavlos Bakoyannis; las elecciones de noviembre dieron lugar a un empate entre ND y Pasok; la Coalición de Izquierda y Progreso pagaó el precio de su alianza con la derecha con la formación del gobierno minoritario de julio..
En este contexto, el Partido Comunista subestimó claramente la importancia de las luchas contra el memorándum, se negó a asumir las tareas que correspondían a su peso político y se negó a elaborar una orientación política que respondiera concretamente a la demanda popular de derrocar a los gobiernos que aplicaron el memorándum. En las siguientes elecciones, un mes después, el 12 de junio de 2012, cayó a 272 000 votos (4,5 %), perdiendo la mitad de su influencia electoral. En el referéndum de 2015 sobre el plan de austeridad propuesto por la Troika, seis de cada diez votantes del PC votaron NO, rechazando el llamamiento del partido a la abstención (el 61,31 % de los votantes votó en contra de la aprobación de este plan). En este contexto, cuando la crisis y la derrota del gobierno de Tsipras se manifestaron abiertamente en las elecciones de 2019, el Partido Comunista solo obtuvo 299 000 votos, es decir, el 5,3 % de las y los votantes, lejos de la fuerza política con la que contaba al inicio de un período de grandes luchas y crisis sin precedentes. Se trata principalmente de un fracaso político y no solo electoral.
Lo mismo puede decirse de Antarsya (coalición de organizaciones anticapitalistas, creada en 2009), aunque, por supuesto, a otra escala en términos de responsabilidades. En un clima de giro general hacia la izquierda, en mayo de 2012, Antarsya registró un récord histórico en términos de influencia electoral con 75 428 votos (1,19 %). Pero no pudo resistir la presión política. En junio cayó a 20 000 votos (0,3 %), perdiendo en un mes dos tercios de un electorado minoritario y, por definición, políticamente curtido, que nunca logró reconquistar. En el momento de la derrota de Tsipras, en 2019, Antarsya quedó estancada en 23 000 votos (0,41 %).
Las cifras de las elecciones solo reflejan una parte de la realidad. La negativa del PC a entrar en un proceso serio para encontrar una alternativa al gobierno de Samaras-Venizelos de 2013 fue uno de los principales pretextos esgrimidos por el grupo dirigente en torno a Tsipras para justificar su apertura oportunista hacia ANEL (Griegos Independientes, una escisión de Nueva Democracia que se oponía al memorándum por razones nacionalistas) y, al mismo tiempo, constituyó una de las principales debilidades del ala izquierda de Syriza en el debate sobre las posibles alianzas políticas.
En 2010, Antarsya rechazó sumariamente la propuesta del Frente de Solidaridad y Revuelta (que incluía a gran parte de la Corriente de Izquierda del Synaspismos, la Izquierda Obrera Internacionalista – DEA, la Organización Comunista de Grecia – KOE, el Movimiento por la Unidad de la Izquierda en Acción – KEDA y otros) para una nueva iniciativa unitaria en el ámbito político. Nunca sabremos qué habría pasado si los retos del período posterior hubieran sido abordados por una síntesis del ala izquierda de Syriza y las fuerzas de Antarsya.
Desde entonces, la batalla de 2015 se libró principalmente dentro de Syriza.
Gobierno de izquierda o gobierno de salvación nacional
Antes de ganar las elecciones, Syriza ya había ganado políticamente el derecho a expresar las esperanzas del pueblo en favor del rechazo de la austeridad draconiana, reconociendo como condición previa el derrocamiento del gobierno de austeridad de Samaras-Venizelos y prometiendo una ruptura con la Troika.
Esto fue posible gracias a un programa ideológico y político definido en las decisiones del primer congreso de Syriza y en el programa electoral de Tesalónica. La DEA, junto con la gran mayoría de la Plataforma de Izquierda, no votó a favor de las decisiones del congreso de 2013, calificándolas de insuficientes; nosotros calificamos públicamente el programa de Tesalónica (septiembre de 2014) de modesto e insuficiente. No obstante, la plataforma de SYRIZA aprobada por el congreso ofrecía una base suficiente para una amplia unidad de acción, para agrupar una fuerza política que comenzaba a amenazar a las fuerzas del régimen. La fuga masiva de capitales y fondos al extranjero, así como las frecuentes declaraciones de Samaras, Meimarakis (presidente del Parlamento griego de 2012 a 2015) y otros políticos de derecha que recordaban abiertamente al público que la burguesía dispone de otros medios para defenderse (más allá de la arena parlamentaria) fueron una manifestación típica del pánico que se gestaba en la buena sociedad a medida que se acercaba 2015. En la escena internacional, estaba claro que la UE y el BCE se preparaban para tratar al nuevo Gobierno griego de forma belicosa si intentaba seguir la política prometida por el colectivo Syriza.
Este escenario nunca se materializó. Porque, contrariamente a los cuentos de hadas contados por los loros de la prensa mainstream, la mayoría gobernante en torno a Alexis Tsipras se sustrajo a todos sus compromisos, a las decisiones del congreso, al programa de Tesalónica, etc., abandonando con pánico toda la política en la que se basaban el poder político y la influencia electoral de Syriza. El proyecto de gobierno de izquierda no se puso a prueba en la práctica; ni siquiera se intentó. Fue sustituido desde el principio por el proyecto de gobierno de salvación nacional, cuyo límite político implícito era la búsqueda de un consenso con la clase dirigente local, pero también con la Troika. Este giro, que se venía preparando desde hacía tiempo (desde 2013 y más claramente desde 2014…), se apoyaba en las elaboraciones de un partido dentro del partido, cerrado, en el que la mayoría dirigente procedía de Synaspismos, que, aterrorizada por las tareas que le esperaban, abandonó todas las características del anterior giro a la izquierda para volver a toda velocidad a las fallidas tradiciones del eurocomunismo. Alexis Tsipras y sus acólitos intentaron gobernar basándose en la política de… Fotis Kouvelis (líder de la Izquierda Democrática de 2010 a 2015), quien, dotado de una coherencia ideológica sobre los principios de Leonidas Kyrkos (eurocomunista conservador) y su estrategia de amplia unidad nacional, había abandonado anteriormente a Syriza y se había sumado al segundo memorándum, en alianza con Samaras y Venizelos.
La política de alianzas es un criterio irrefutable para el contenido de cualquier perspectiva política. El congreso de Syriza había definido claramente los límites de sus aliados potenciales: “desde la izquierda de la izquierda hasta los socialdemócratas que se habían opuesto al memorándum”. Tsipras formó un gobierno de coalición con ANEL y eligió como presidente de la República a Prokopis Pavlopoulos (en el cargo desde marzo de 2015 hasta marzo de 2020), el político de Nueva Democracia que, como ministro del Interior, estuvo al frente del Estado durante la revuelta juvenil de diciembre de 2008.
La DEA, entonces corriente de Syriza, advertió públicamente de la importancia de estas decisiones, pero no nos gustaba nada ser los únicos en denunciar esta situación. El programa de Syriza se basaba en la promesa de medidas unilaterales para romper con la austeridad (restablecimiento de la 13ª y 14ª mensualidades y de las pensiones, reintroducción de los convenios colectivos, abolición del impuesto horizontal sobre la propiedad para las rentas bajas y medias, reducción drástica del IVA, etc.).
El Gobierno de Tsipras suspendió la aplicación de estas medidas unilaterales hasta que se alcanzase un consenso más amplio al respecto con… ¡los acreedores! La reivindicación de la aplicación inmediata y unilateral de estos compromisos fue uno de los puntos fuertes de la Plataforma de Izquierda y sedujo a gran parte de la base de Syriza.
Es verdad que el programa de Syriza reconocía ciertamente la perspectiva de una negociación con la Troika, pero declaraba que se llevaría a cabo sobre la base del cese de los reembolsos de la deuda, la renacionalización de la banca, medidas para controlar las libertades concedidas a la salida de capitales y la exigencia de una auditoría pública de la deuda. En el discurso público de Alexis Tsipras, la necesidad de tales contramedidas fue sustituida por predicciones audaces y despreocupadas según las cuales “Merkel aceptará abiertamente (la propuesta de Syriza)». Esto condujo al acuerdo del 20 de febrero, que preveía el compromiso de pagar todos los vencimientos de la deuda “a su vencimiento y en su totalidad”. Más allá del desacuerdo público de la Plataforma de Izquierda, las duras denuncias de Manolis Glezos (miembro del PC desde 1941, de la resistencia a la ocupación alemana, y posteriormente de la Izquierda Socialista y de Syriza) seguirán siendo para siempre una burla vergonzosa para quienes contribuyeron a este acuerdo despreciable o lo toleraron. El programa de Syriza incluía la frase “ni un solo sacrificio en nombre de la permanencia en la zona euro”.
Pero esta consigna fue sustituida casi inmediatamente por el compromiso de “permanecer a toda costa en la zona euro”, que no fue aprobado por ningún órgano colectivo. Desde abril-mayo de 2015, advertimos públicamente que estas decisiones del Gobierno abrían el camino a un tercer memorándum, esta vez firmado y aplicado por un Gobierno que se jactaba ser de izquierdas.
La última convulsión radical de Syriza fue el referéndum de julio de 2015. Es de dominio público que, ante todo tipo de amenazas, una parte importante de la mayoría gubernamental, en coordinación con Dora Bakoyannis (procedente de la ND y luego al frente de la Alianza Democrática) y una parte de Nueva Democracia, se apresuró a cancelarlo en medio del pánico. Fue principalmente la actitud de la base de Syriza y la posición de la Plataforma de Izquierda lo que impidió tal vergonzoso giro. La aplastante victoria del NO fue una prueba contundente, objetiva, del potencial de ruptura necesaria. El fracaso del ala izquierda de Syriza (en cooperación con las fuerzas de la izquierda anticapitalista que reconocieron la importancia del referéndum y lucharon por el NO) a la hora de defender el resultado e imponer el respeto a la voluntad popular fue una derrota importante, quizá decisiva. Porque el respeto al resultado por parte de la dirección de Syriza solo duró dos o tres días.
El tercer memorándum ya estaba ahí (negociado durante el primer semestre de 2015). Nadie tiene derecho a olvidar que fue votado en el Parlamento por la mayoría presidencial de Syriza, junto con Nueva Democracia y el Pasok social-liberal. Se trataba, al fin y al cabo, del programa de salvación nacional: proseguir con la escalada de la brutal agresión del capital, en detrimento incluso de los derechos sociales y los derechos más elementales de los trabajadores. Y en esta política, los partidos burgueses que apoyaron los memorandos anteriores convergieron con el Syriza de Alexis Tsipras, que apoyó el nuevo, con la bendición de Schäuble y la Troika.
En las elecciones de septiembre de 2015, la decepción y la desvinculación de cientos de miles de personas que habían votado a la izquierda y se decantaron entonces por la abstención fueron decisivas. Tsipras, que aún se beneficiaba de la duda sobre sus intenciones y su política, recuperó el cargo de primer ministro con el apoyo del líder de ANEL, Panos Kamenos. Pero la política de su segundo gobierno estaba predeterminada por el tercer memorándum.
Hoy, a la hora de hacer balance, es literalmente vergonzoso para cualquier miembro de la izquierda radical mencionar los aspectos positivos de la política del Gobierno de 2015-2019. Durante esos años, la proporción de los salarios y las pensiones en el PIB anualizado alcanzó un nivel históricamente bajo, lo que puso de manifiesto la maximización de la tasa de explotación de las y los asalariados. El porcentaje de empleo flexible (a tiempo parcial, estacional, precario) también alcanzó un nivel récord, extendiéndose los contratos flexibles a los hospitales públicos, las escuelas e incluso al personal de la Inspección de Trabajo. La ley firmada por el entonces ministro Giorgos Katrougalos institucionalizó la fuerte reducción de las pensiones, transformando los recortes del memorándum (impuestos como excepcionales y temporales) en un nuevo método de cálculo de las pensiones, integrando así estos recortes como legítimos y duraderos.
Pero los daños no se limitaron al ámbito económico. Durante esos años, la amistosa cooperación con el embajador estadounidense Jeffrey Pyatt sentó las bases para un giro aún más profundamente pro-OTAN del Estado griego. La estrecha cooperación con Netanyahu (a quien Tsipras llamaba cariñosamente Bibi…) sentó las bases para la consolidación del eje Grecia-Israel. En la cuestión chipriota, en cooperación con el presidente grecochipriota Nikos Anastasiades, se llevaron a cabo los giros más improbables (como la iniciativa de iniciar negociaciones y el repentino sabotaje de estas en Crans-Montana). Los mecanismos represivos y judiciales del Estado permanecieron intactos y sistemáticamente protegidos.
En 2018, el acuerdo consensuado con los acreedores, presentado erróneamente como una salida de los memorandos, coronó esta evolución. En resumen, las ganancias obtenidas por el capital durante estos cuatro años, flexibilizó todos los compromisos del memorando relativos a los hombres de negocios, los grandes grupos, las empresas capitalistas y los bancos. Por el contrario, para los trabajadores y trabajadoras, los recortes del memorándum se prolongan y se someten a una supervisión mutuamente beneficiosa hasta… ¡2060! Seis años después de que Tsipras se jactara de haber “sacado al país de los memorandos”, el restablecimiento de la 13ª y 14ª mensualidades y de las pensiones, la existencia y aplicación de convenios colectivos reales, la reducción de los impuestos (supuestamente extraordinarios) del memorando, etc. siguen siendo objetivos que el movimiento obrero y la mayoría de la sociedad deben reivindicar y defender.
A diferencia de lo que ocurrió en otras experiencias similares a escala internacional (por ejemplo, en el Brasil de Lula), la izquierda reaccionó rápidamente y se distinguió rompiendo con el Gobierno a tiempo. En 2015, tras la batalla del referéndum, la Plataforma de Izquierda y miembros importantes de otras corrientes abandonaron Syriza, así como un porcentaje notablemente elevado de los miembros del partido anteriores a 2015. A pesar de los desacuerdos políticos o tácticos que existían o siguen existiendo entre nosotros, queremos subrayar nuestro respeto por estos compañeros: en un momento en que el sistema les extendía la alfombra roja de la cooptación, ellos eligieron el camino difícil, honrando su relación con los sectores de masas en lucha. La evolución de la Unidad Popular (formada por quienes abandonaron Syriza y las fuerzas que se separaron de Antarsya) y su incapacidad para construir una alternativa visible y eficaz serán objeto de otro artículo.
Las consecuencias
Estas decisiones llevaron a Syriza y a Alexis Tsipras a una derrota política y electoral en 2019, frente a la facción neoliberal pura y dura que, bajo el liderazgo de Kyriakos Mitsotakis, dirige Nueva Democracia (ND). Las responsabilidades son enormes. La política económica y social, la orientación internacional, pero también el aparato del Estado, se entregaron llave en mano a la derecha para acelerar la agresión neoliberal del capital.
Resulta que quienes pensaban que un cierto período en la oposición permitiría a Tsipras reconstruir Syriza no entendieron nada de lo que había pasado. Cuatro años en el Gobierno bajo el Memorándum provocaron una profunda transformación. Syriza puede seguir calificándose de izquierda radical, pero, en realidad, hay que ser muy generoso para calificarla siquiera de partido socialdemócrata en la era de la degeneración socioliberal de la socialdemocracia internacional. Durante el periodo 2019-2023, hemos asistido al desarrollo de costumbres y hábitos que finalmente han conducido al fiasco de Kasselakis. Cuando Stefanos Kasselakis declara con petulancia que “en un partido normal, nunca podría ser candidato a la presidencia”, en parte, dice la verdad.
Las sucesivas escisiones y la crisis de Syriza han creado oportunidades políticas para el Pasok. El llamado mago táctico, Alexis Tsipras, tras contribuir a revitalizar la derecha en Grecia (que en el verano de 2015 se había quedado en torno al 17 %…), se enfrenta ahora a la posibilidad de que se afirme una reorganización independiente y autónoma en torno al Pasok, el partido que el movimiento contra el memorándum había llevado a una crisis tan grave que hubo que inventar un nuevo término político internacional, pasokización, para describirla.
La derrota de 2015 tuvo consecuencias más amplias. La desilusión y la desvinculación que se manifestaron prematuramente en las elecciones de septiembre de 2015 resultaron más duraderas. Entre mayo de 2012 y septiembre de 2015, más de 900 000 personas, en su mayoría procedentes de barrios populares y obreros, abandonaron sus esperanzas en el juego político y electoral. Entre enero de 2015, cuando la ola de esperanza por un gobierno de izquierda estaba en su apogeo, y la segunda vuelta de las elecciones de 2023, cuando Alexis Tsipras se vio obligado a dimitir como líder de su partido, Syriza perdió 1 300 000 votantes, una pérdida que supera con creces los 900 000 que había logrado retener temporalmente, como demostró el nuevo colapso en las elecciones europeas de 2024.
Con la derrota de 2015, el giro y la capitulación de Syriza pusieron fin al gran ciclo ascendente de las luchas de la era antimemorándum y abrieron literalmente el camino a Mitsotakis. Los protagonistas de esta tragedia política siguen buscando un papel político y electoral. Pero serán, de una vez por todas, como decía Angelos Elefantis (antiguo intelectual eurocomunista) sobre el Pasok en su época: “desde el punto de vista del socialismo y de la clase obrera, totalmente indiferentes”.
Antonis Ntavanellos es miembro de DEA (Izquierda Obrera Internacionalista) y editor de la publicación Ergatiki Aristera.
Traducción: Josu Egireun para viento sur.
Tomado de https://vientosur.info/
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