Ta Megala
Fernando Solana Olivares
La operación de control político y mental descrita en la distopía 1984 de George Orwell es fundamentalmente lingüística. Se compone de la Neolengua, un modo distinto de llamar a las cosas, de postular una nueva nominación; el Doble pensamiento, una certeza lógica de que las cosas no son lo que oficialmente se dice que son y sin embargo una impuesta aceptación externa e interna de que así son; y el Control de la realidad, una consecuencia individual y colectiva de las dos acciones anteriores.
Esta misma maniobra de manipulación a gran escala la lleva a cabo con otros nombres en todo el mundo el Estado judío genocida para ocultar el exterminio programado y sistemático del pueblo palestino que a lo largo de décadas ha venido realizando. Hasbará, un término que en hebreo significa “explicación, esclarecimiento”, es la diplomacia pública que se difunde sin descanso por canales múltiples (medios de comunicación masiva, sitios web, bloggers, granjas de bots, películas, contenidos en streaming, etcétera) que justifica sus acciones criminales y las presenta como meramente defensivas. O Amimut, literalmente “ambigüedad”, como parte de una política que no significa confirmar pero tampoco negar la posesión de armas nucleares, afirmando oficialmente desde hace años con todo cinismo que “Israel no será el primer país en introducir armas nucleares en Oriente Medio”.
Testimonios e investigaciones confiables como las declaraciones en 2006 del entonces primer ministro israelí Ehud Olmert afirman que desde la década de los años ochenta del siglo pasado hasta ahora Israel acumula cuando menos entre 90 y 400 ojivas nucleares. No es firmante del Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares, como sí lo es Irán, quien se vio sujeto durante años a más de 3,000 revisiones, redujo su producción de uranio en 98 % bajo supervisión internacional y está determinado por una fatwa religiosa del ayatola Jamenei, su máxima autoridad política y teocrática, que declara las armas nucleares como haram (prohibidas) según la ley islámica.
Pese a ello, en lo que Manu Pineda, secretario de Relaciones Internacionales del PCE describe como “La hipocresía nuclear de Occidente: el doble rasero como estrategia de dominación en Oriente Medio”, la impunidad nuclear estratégica de Israel es protegida por Estados Unidos, quien bloquea sistemáticamente en la ONU cualquier resolución sobre el estatus nuclear de la nación sionista, que recibe 3,800 millones de dólares al año de ese país en ayudas militares. Junto con Estados Unidos, Israel ha bombardeado a Irán con el pretexto de que la nación persa está muy cerca de tener bombas nucleares. Más de 100 mil millones de dólares en activos han sido congelados al país persa a partir de 2010 por Estados Unidos y desde entonces sufre un veto tecnológico que ha paralizado sectores clave como el energético y el médico.
En su registro de atrocidades desde Gaza, Ahmed Abu Kmail, camarógrafo palestino de 38 años, reporta para El País sobre lo indescriptible cotidiano. Padre de cuatro hijos, desde octubre de 2023 cuando Israel ocupó Gaza, Ahmed y su familia han tenido que desplazarse seis veces. Ahora sobreviven en una tienda de campaña que no los protege ni del frío ni del sol. Cinco horrores dominan sus testimonios. El primero es el hambre, que sufren más de dos millones de habitantes de Gaza, y entre ellos medio millón que para septiembre se encontrarán en una situación extrema si Israel sigue bloqueando la entrada de la ayuda humanitaria indispensable. “El hambre es una muerte lenta”, escribe Ahmed. El segundo horror es la huida. El 90 % de los habitantes de Gaza han tenido que desplazarse cuando menos una vez desde 2023 y un 92% de las viviendas han sido destruidas total o parcialmente destruidas por Israel. Cada huida es más dolorosa y complicada que la anterior. Los habitantes de Gaza están cansados y desmoralizados. El tercer horror es la educación, la cual desapareció en Gaza a todos los niveles desde el 7 de octubre de 2023. El 90% de los colegios, según la ONU, requieren ser reconstruidos. El desesperado esfuerzo de niños y niñas en tiendas de calor asfixiante, auxiliados por maestros voluntarios y sentados en el suelo sin cuadernos ni lápices, es para que “no pierdan la costumbre de aprender”. La cuarta tortura resulta la carencia de agua para beber y satisfacer necesidades básicas. El agua potable es un arma sionista más contra los palestinos en esta guerra. Un 90% de las familias sufren por falta del líquido apto para el consumo. Y el quinto espanto es el miedo. Desde octubre de 2023 los drones sionistas zumban en el cielo veinticuatro horas al día. Las explosiones y los bombardeos ocurren en cualquier momento y en cualquier lugar. Durante la mañana o la noche cualquiera puede morir, esté donde esté.
Por eso Caitlin Johnstone afirma que llamar “guerra” al genocidio de Gaza es como ver a un hombre matando a golpes a un niño pequeño y llamarlo “pelea”.
Robert Blecher y Chris Newton, miembros de Crisis Group, escriben un escalofriante reporte: “El experimento de inanición en Gaza”. Desde que comenzó la ofensiva israelí en octubre de 2023 el acceso a la ayuda ha sido severamente restringido, indican los investigadores. Israel ha impuesto tres bloqueos casi totales de 90 días. “Cuando la ONU y otras organizaciones advirtieron de una hambruna inminente, como sucedió en marzo y noviembre de 2024, Israel relajó brevemente algunos controles para aumentar el flujo de suministros, sólo para volver a endurecerlos una vez que disminuyó la atención internacional”.
Esta crueldad intencional, observan Blecher y Newton, se basa en una distinción mortal. En la terminología utilizada en el sector humanitario la “hambruna” es un umbral estadístico compuesto de muy bajas cantidades de consumo de alimentos, de tasas de mortalidad y niveles de desnutrición aguda. La “inanición”, el proceso en que los órganos se encojen, el sistema inmunológico colapsa y la cognición se deteriora, comienza mucho antes. “Los observadores pueden debatir si la difícil situación de Gaza ha cruzado esa línea, pero mientras tanto, los procesos biológicos no se detienen”.
La clasificación de la seguridad alimentaria de la ONU da cuenta de que “los 2,2 millones de palestinos en Gaza enfrentan una inseguridad alimentaria que pone en peligro sus vidas; más de la mitad se encuentran en Fase 4 (Emergencia), sobreviviendo a base de sobras; casi una cuarta parte se encuentra en Fase 5 (Cátastrofe), en la cual los alimentos desaparecen y las comunidades se desintegran. Cada ciclo de privaciones y recuperación parcial agrava el daño, que durará toda la vida e incluso puede ser intergeneracional”. Los investigadores afirman que el mundo está presenciando un experimento: “mantener a la población de Gaza, de forma indefinida, por debajo del umbral de hambruna, mientras los alimentos son convertidos en un arma de guerra”.
A pesar de que ya en 2011 el Tribunal Superior de Justicia de Israel atendió una demanda interpuesta por Gisha, una organización israelí de derechos humanos, contra el Ministerio de Defensa israelí por emplear la hambruna como táctica de guerra, estableciendo un requisito mínimo de 2279 calorías diarias por persona, hoy Israel suministra, cuando lo hace, una cantidad diaria sensiblemente inferior a esa “línea roja” nutricional determinada por la justicia israelí.
Para ello emplea a la Fundación Humanitaria de Gaza (GFH, por sus siglas en inglés), registrada en Estados Unidos y utilizada desde mayo con el fin de desplazar a la ONU y otras agencias humanitarias que durante años han trabajado en Gaza. Su primer director renunció antes de distribuir una sola comida denunciando violaciones de los principios humanitarios. Y en cuestión de días el plan estadounidense israelí de distribuir raciones en cuatro “centros fortificados” degeneró en un caos letal: “Desde que la GHF inició sus operaciones, decenas [y ahora centenas] de palestinos han sido asesinados al intentar llegar a los puntos de distribución a manos de soldados israelíes, y un número aún mayor han resultado heridos”.
Llegar a esos cuatro “sitios seguros” exige que los palestinos recorran decenas de kilómetros a pie, atravesando zonas de combate y controles biométricos, y si las consiguen deben cargar las provisiones recibidas hasta sus refugios. Es un recorrido agotador para alguien bien alimentado y casi imposible para quienes están sedientos y pasan hambre o están heridos. A pesar de sus promesas hasta ahora incumplidas de distribuir 300 millones de comidas en sus primeros tres meses, aún lográndolo esta cifra equivale a 1,6 raciones por persona de comestibles no perecederos para una población que carece de agua potable y el combustible necesario para cocinarlos. La GFH no proporciona atención médica, alojamiento o ayuda esencial para sobrevivir. Esa entrega irregular de raciones no perecederas de 1750 calorías, sin atención médica ni agua potable está diseñada para el desplazamiento forzado de Gaza, aquello que Netanyahu denomina emigración voluntaria, “y que es ahora un requisito declarado para poner fin a la guerra”.
Evitar la hambruna y sobre todo su conocimiento internacional es considerado “un seguro contra repercusiones diplomáticas”. Y a pesar de que funcionarios de alto rango del gobierno sionista de ocupación niegan la intención deliberada de generar una hambruna en Gaza, en privado oficiales israelíes la reconocen y miembros prominentes del gabinete la aprueban abiertamente. “El ministro de Finanza, Bezalel Smotrich, ha declarado que matar de hambre a los residentes de Gaza sería ‘justo y moral’ hasta que los últimos rehenes israelíes sean liberados. El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Givr ha declarado que ‘la única asistencia permitida en Gaza debería ser aquella que ayude a la emigración voluntaria’. Mientras los rehenes permanezcan cautivos, ‘el enemigo’ no debe recibir ‘ni agua, ni comida, ni electricidad, ni ninguna otra ayuda’”. El sufrimiento masivo de la población civil es justificable.
El resultado de todo esto, dicen los autores, “es un castigo por defecto”. Mientras se trata de provocar una hambruna para debilitar a Hamás se provoca una hambruna entre la población de Gaza. Los políticos se equivocan creyendo que las multitudes que desafían las amenazas de Hamás para llegar a los centros de distribución significan un cambio palestino. Confunden “la desesperación biológica con la transformación política: la gente hambrienta que corre hacia la comida demuestra instinto de supervivencia, no un realineamiento político”. Los bienes distribuidos están apareciendo en los mercados de Gaza, revendidos por sus beneficiarios o incautados por los más fuertes. Estos mercados crean oportunidades para que Hamás obtenga ingresos. Un sinsentido más en el genocidio palestino. Así el ejército sionista de ocupación y los políticos que lo dirigen —“psicópatas bíblicos”, los llama el analista Pepe Escobar— han incorporado la inanición de la población civil no combatiente como una estrategia militar.
Hace unos cuantos días en el norte de la franja de Gaza 65 palestinos resultaron asesinados por soldados israelíes (algunos de los cuales ya han aceptado públicamente que lo hacen por órdenes de sus mandos) al intentar conseguir ayuda alimentaria desesperadamente, y otros 30 civiles fueron muertos por bombardeos aéreos en la última cafetería de Gaza, un punto de encuentro que ofrecía servicio de Internet y carga eléctrica para baterías de celular. Autoridades de salud palestinas alertaron sobre la aparición de meningitis en niños, y demandaron una vez más acceso a antibióticos, tónicos y vitaminas para reforzar la inmunidad. Se informó también que la justicia británica rechazó la solicitud de la ONG palestina Al Haq para impedir exportaciones de piezas utilizadas en los cazas estadunidenses F-35 a Israel.
El horror es incesante, la crueldad y la indiferencia también. Recientemente apareció una pinta en un muro parisino: “Antisionismo no es antisemitismo, pero los pavorosos crímenes israelíes ya lo han convertido en algo igual”. Se entiende por qué.
Tomado de https://morfemacero.com/





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