Desembarco cubano, flamenco euskaldún y una voz fallida

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Jazzlandia

Actualizado Viernes,
23
julio
2021

12:07

La Concha de San Sebastián se transmutó en el Malecón de La Habana, en una jornada pasada por agua y repleta de emociones

Chucho ValdésLOLO VASCOJazzlandia

El día amaneció con La Concha de San Sebastián transmutándose en el Malecón de La Habana. Parecía que los zuritos se cambiaban por tragos de ron añejo y los músicos del festival hablaban raro, «¡Asere, qué bola!». Jornada grande para acoger la diáspora jazzística cubana, encabezada por Chucho Valdés, premiado con el Donostiako Jazzaldia 18 años después de que su padre, Bebo Valdés, lo recibiera de manos del director del festival, Miguel Martín. También desembarcaron el pianista Gonzalito Rubalcaba y la cantante Aymée Nuviola, más ese mañana luminoso y moreno que representa el saxofonista Ariel Brínguez. Pero… ¡zas! en esto llegó la lluvia, el sirimiri o «calabobos», recordándonos que estábamos en suelo donostiarra. ¡Ah, y de patria y vida o patria o muerte, ni hablamos! Silencio.

La velada en la plaza de La Trinidad estuvo pasada por agua, desde el inicio hasta el final. Y como siempre el respetable aguantó estoicamente sin moverse de sus asientos, enfundándose los chubasqueros y aguantando el goteo persistente. Arrancó la «gozadera» Rubalcaba, con una improvisación a piano solo que fue de lo mejorcito de la noche, por exuberancia pianística, frescura en las ideas, audacia en el fraseo y profundidad en el lenguaje. Luego llamó a su amiga de la infancia Aymée Nuviola, de la que dijo sabía cantar todas las canciones… menos las del jazz, puntualizamos nosotros. Con alegría y picardía cubana se enfrentó a algunos clásicos de su biografía, desde el Bésame mucho al Lágrimas negras, luciendo una voz poderosa y un control mayor en la relación público-artista. Esta mujer se las sabe todas, y tiene gracia.

Después apreció ese gigante de las blancas y las negras que es Chucho Valdés, para devolver al festival todo lo que le ha dado este año. Lanzó su Rumbón y él y su banda volaron, con un intratable Negrón al contrabajo, un excelente Pedro Pablo Rodríguez en las tumbadoras y un colosal Georvis Pico -cumplía años, por cierto- en la batería. Si el pianismo de Rubalcaba es científico, el de Chucho es todo raza, alma y piel cubanas, una magnífica prolongación instrumental de su padre. Sus recorridos por el teclado -¡ojo, ya con 79 añitos- dan vértigo, toca a dos manos fraseos imposibles y cuando echa mano de la clave cubana no hay quien se quede quieto.

El tercer remite cubano lo puso el saxofonista Ariel Brínguez dentro del Festival JazzEñe de la Fundación Autor, un programa valioso para exportar talento jazzístico nacional. Se empleó con tenor y soprano con igual solvencia, y esa espiritualidad coltraniana tan suya, resumida en su último disco, Nostalgia cubana, que fue objeto de revisión en el Teatro Victoria. Acudió en quinteto, en el que nuevamente destacó un pianista efectivamente poco ponderado, como dijo Brínguez, Pablo Gutiérrez, un orfebre del blues deconstruido.

El JazzEñe acogió en jornada doble otro monumento de nuestro jazz, el contrabajista Pablo Martín Caminero, que se trajo su disco Bost para demostrar, como él mismo afirmó, en plan Chano Lobato, que «el flamenco nació en Euskal Herria»; uno no sabe, pero los arreglos de Caminero para evolucionar los lenguajes del jazz y el flamenco son sublimes y desde luego la fusión de ambos géneros pasa por su cabeza. Su música… auténticamente sublime, espoleada igualmente por músicos tan autorizado como el pianista Moisés P. Sánchez.

La cita vespertina, la protagonizada por Concha Buika, fue sin embargo decepcionante. Plantea una propuesta musical deshuesada y deslavazada, con una banda más que justita, flojita se podría decir, y no se entiende pues la chica es talento puro, pero… se ha quedado en la magnífica voz que era, sin música detrás. Fue el momento oportuno para acercarse a la trasera del Kursaal a escuchar a ese quinteto de futuro prometedor y presente incontestable que es The Machetazo, con el saxofonista Dani Juárez al frente. Presentaron los temas de su último disco A visión in a dream, y arrojaron contra el atardecer donostiarra una hermosa balada con título revelador, Donostia; entonces volvimos a sonreír.

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