Una vez que comenzamos a entender el Estado como el universo de lo común, como el algoritmo que procesa el diseño de las condiciones generales de producción, debemos agregar que su metabolismo principal es el de generar mutaciones para ir avanzando en los tipos de sociedad. Las formas específicas que adquieren son formatos de dominación política. Así, no es lo mismo un país que se rige por una estructura monárquica que una republicana, en aquella existe un rey cuya soberanía emana de su linaje divino, mientras que en esta –la forma dominante actual– la soberanía emana del pueblo.
No obstante, no debe olvidarse que todavía nos encontramos en el tránsito por fortalecer repúblicas verdaderas, toda vez que, aunque políticamente sea aceptada la isonomía –todos iguales frente a la ley– se oculta la particularidad que distingue al sistema capitalista: las clases dominantes son tales porque tienen el monopolio de los medios de producción, es decir, la dominación no es primariamente política sino económica. De aquí que tengamos repúblicas formalmente libres, pero, en los hechos, sustantivamente neocolonizadas.
En palabras del gran Kwame Nkrumah, expresidente de Ghana, víctima de un golpe de Estado y líder político del panafricanismo de la década 1970: “la esencia del neocolonialismo es que el Estado que le está sujeto es, en teoría, independiente y tiene todas las galas externas de la soberanía internacional. En realidad, su sistema económico y, con ello, su política, son dirigidos desde fuera”. Esta es la realidad singular del estatus capitalista, la forma política republicana de los países oculta una monarquía global, cuya soberanía reside, no en Dios, sino algo parecido: en la moneda, en el dinero.
El sistema dólar se convierte en el enlace permanente que –como cables electrificados que cercan la economía global– detenta el monopolio de los intercambios en el mercado. Su influencia se convierte en territorio de ocupación colonial. Por ello es por lo que no es detalle menor que los BRICS tengan como uno de sus principales objetivos la desdolarización, el alcanzar autonomía con respecto al dólar a través de un nuevo sistema de crédito simbolizado bajo el Nuevo Banco de Desarrollo.
Esta autonomía la podemos nombrar republicanización e implicaría la posibilidad de que los países retomaran la soberanía a través de la universalización de sus monedas, cuestión que permitiría liberar los intercambios, eliminar el gran intermediario y alcanzar una nueva dinámica horizontal a escala global, es decir, el multilateralismo o –como dice Samir Amín, economista egipcio– el mundo policéntrico.
Pero para alcanzar estos objetivos es necesario recordar que toda forma política produce una forma ideológica, un modelo general abstracto que produce determinada visión; el lenguaje es capturado y con ello el imaginario social, por lo que un salto cualitativo a una nueva forma estatal necesita de un salto equivalente a una nueva forma ideal.
Esto exige la construcción de otra racionalidad, de un nuevo entendimiento. Por ejemplo, como sucedió en el caso del salario mínimo inflacionario, hacia la década de 1990, esta idea era dominante y sentido común establecido, hoy que el salario ha aumentado más del ciento por ciento, y que la inflación se mantiene bajo control, se derrumba dicho principio poniendo en crisis la forma ideal neoliberal.
¿Qué significa una falla de esta magnitud? ¿Qué otros mitos son los que siguen siendo sentido común y que pertenecen a aquel paradigma ahora en crisis terminal? Necesitamos rastrear aquellos candados ideológicos revestidos bajo ropaje técnico que inhiben la recuperación del poder por parte de la clase trabajadora, esto es esencial para la construcción de la verdadera república social.
Pero todavía más a fondo: la constitución de una visión social de la república implica también una revolución cultural amplia, especialmente porque aquellos mitos ideológicos permearon en el sentido común a través de medios de comunicación masiva, universidades y el mismísimo hecho de vivir en una sociedad de tipo capitalista, donde el ego y el individuo son los grandes prismas a través de la cual se desenvuelve la sociedad. Por tanto, para la república social es necesario una práctica diferente basada en la paz, los cuidados, la organización horizontal y la responsabilidad colectiva, es decir, una visión comunitaria.
Por ejemplo, me parece que el primer paso para el salto cualitativo cultural tiene que ver con comenzar a abordar nuestras diferencias dentro de la izquierda dejando atrás la competencia y promoviendo la cooperación táctica. Debemos comprometernos con una cruzada por desterrar los resabios del individualismo, punto de partida de la derecha, y comenzar desde nuestro propio punto de partida en tanto izquierda: la comunalidad.
Es necesario superar la unilateralidad liberal del pensamiento económico quien tomó de Adam Smith –padre de la economía–, su famosa frase del egoísmo, pero que canceló la base real del pensamiento smithiano: el reconocimiento de la empatía natural de la especie humana. No sólo somos “sociales” en abstracto, sino que somos socialmente empáticos. Este concepto, por supuesto, no sólo se trata de un valor o sentimiento sino de una metodología, tratar de comprender la circunstancia del otro para buscar un entendimiento distinto, una coordinación desde las diferencias, no la violenta instauración de lo homogéneo. Mi destino no es mi destino sino el destino de todos.
Como se puede observar, el neocolonialismo no sólo es una forma de dominio económico exterior sino también una forma interiorizada culturalmente, por lo que tenemos que extirpar el neoliberal que traemos dentro, para comenzar a avanzar en las nuevas formas civilizatorias correspondientes a una república social, en el sentido amplio de la palabra.
El reto es que las experiencias productivas de la sociedad se desarrollan en un entorno de jerarquía autoritaria, ya sea en el centro de trabajo, en la familia y en la calle. Por lo que el desarrollo económico tiene por imperativo desmantelar la verticalidad en estas formas.
Este es el salto cualitativo que urge dar, con una visión renovada que trascienda los límites del pasado. Esta gran batalla también comienza desde las decisiones cotidianas, a través de la autocrítica, acallando poco a poco a ese neoliberal egocéntrico que nos implantaron durante tanto tiempo. Partamos de la necesaria superación del neocolonialismo y las jerarquías para construir un nuevo Estado, donde la cooperación y la responsabilidad colectiva sean el cimiento de una verdadera república social.
Oscar David Rojas Silva*
*Economista (UdeG) con estudios de maestría y doctorado (UNAM) sobre la crítica de la economía política. Director del Centro de Estudios del Capitalismo Contemporáneo y comunicador especializado en pensamiento crítico en Radio del Azufre y Academia del Azufre. Académico de la FES Acatlán y la UAM Xochimilco
Tomado de https://contralinea.com.mx/feed/
Más historias
Calderón dio pensiones millonarias a 1.6 mil trabajadores de confianza de LyFC
Contralínea 970
Detienen a Hernán Bermúdez Requena, presunto líder de La Barredora, en Paraguay