La semana pasada celebramos que la presidenta Claudia Sheinbaum ganó el primer asalto con Donald Trump, digamos que quedaron con un marcador en aparente empate, pero, una semana después, el presidente estadunidense volvió a atacar con aranceles universales al acero y al aluminio. También aseguró, a pregunta expresa, que México no está haciendo suficiente en materia de combate al narcotráfico; cual si se tratará de un infante, supone que, tras sus golpes bajos, vendrá una “solución mágica e inmediata” a los problemas estructurales que aquejan desde hace décadas a nuestro país. ¿Narcisismo patológico o simple teatro político? Seguramente los dos.
Quiero creer que, más allá de fantasear con que las empresas van a trasladar su producción a Estados Unidos, Trump busca demostrar su “infinito poder” a sus electores en una suerte de políticas populistas que, conforme pasen los meses, irá flexibilizando tras obtener concesiones de los otros países. Recordemos que, en 2018, el mandatario aplicó aranceles en una feroz guerra comercial con China y las empresas estadunidenses no volvieron a su país, sólo buscaron nuevas opciones y el consumidor estadunidense acabó pagando el precio con inflación.
Los aranceles al aluminio afectan principalmente a Canadá, México y Brasil, y las industrias más afectadas serán la automotriz y de autopartes, la de construcción, electrodomésticos e infraestructura. En lo que respecta a China, aunque sea el mayor productor de aluminio del mundo, sólo representó 1.8% de las importaciones de acero a Estados Unidos en 2024 en números brutos; aunque habría que enfatizar que Estados Unidos asegura que una buena parte del acero semiacabado que China vende se procesa en México, Canadá o Brasil y se vende a Estados Unidos como producto propio.
El problema para México es estar ocupando esfuerzos institucionales en contener los arrebatos semanales del presidente Trump para reafirmar su imagen de autoridad absoluta del mundo. Lo que en un principio podría interpretarse como intentos de generar acuerdos se empieza a traducir en un gobierno con base en la amenaza y la improvisación. Un negociador que fabrica crisis para vender la solución y conseguir concesiones para los suyos. Recordemos que estos aranceles al acero y al aluminio entrarían en vigor el 12 de marzo, es altamente probable que modere su posición y haga “excepciones” tras una larga serie de concesiones. Es indispensable que la presidenta Claudia Sheinbaum siga negociando como lo ha hecho hasta el momento, por más desgaste que provoquen los constantes altibajos de Washington.
DESDE EL MONTE OLIMPO
Como buen líder populista, Donald Trump vive fascinado con el sonido de su propia voz. Aunque le gusta proyectarse como un outsider, en realidad sigue el mismo libreto de cualquier populista de derecha. A diferencia de los líderes de izquierda que prometen redistribuir la riqueza y castigar a las élites económicas, Trump juega otro papel: el del salvador nacionalista. Su discurso está meticulosamente diseñado —con gesticulaciones y manoteos incluidos— para inflar el patriotismo, alimentar la añoranza por épocas mejores y venderse como el único capaz de imponer orden frente a cualquier amenaza que, en su narrativa, suele ser cualquiera que no sea estadunidense o los popotes o la mismísima Taylor Swift.
Su técnica, obviamente, ha demostrado ser efectiva, pero el exceso, saturación y repetición comienzan a restarle impacto. Su obsesión por acaparar todos los días los titulares internacionales genera un efecto contrario: los más astutos optan por el silencio, conscientes de que pronto encontrará otro enemigo contra quien luchar. Insistir en el mismo libreto de la confrontación terminará por desgastar su credibilidad y debilitar su imagen de líder fuerte. Sería deseable que comenzara a diversificar sus tácticas más allá de la intimidación como único recurso.
Tomado de https://www.excelsior.com.mx/rss.xml
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