COLABORACIONES
Eduardo Subirats
Quiero leerles unos comentarios en torno a tres obras recientes del escritor mexicano Fernando Solana Olivares: un ensayo, Casandra se desvanece (UdeG, México) publicado en 2021, y dos novelas, Hormiguero, de 2023, y Péguese mi lengua que hoy se presenta en Oaxaca en este otoño de 2025. Son tres obras muy diferentes, pero tres libros que comparten algo más que su único autor. Y, si no me equivoco, las tres obras trazan un pensamiento consistente con el mundo contemporáneo o, más exactamente, tratan de establecer un nexo intelectual entre el pasado, los múltiples conflictos y crisis del presente histórico, y lo que podemos esperar en lo por venir. En las tres obras nos encontramos con un pensamiento reflexivo, en el sentido de constituir lingüísticamente una conciencia de nuestro tiempo, y de configurar literariamente y construir conceptualmente un mapa transparente del estado creciente de desequilibrio, precariedad y angustia bajo el que sobrevivimos.
Comenzaré con Casandra, y no solo por ser el primero de los tres títulos en ser publicado, sino también porque su prefacio, titulado “Escolios desde la peste”, traza un paisaje histórico consistente con dimensiones extraordinariamente dramáticas y anticipadoras: crisis climática, la catástrofe pandémica, los conflictos financieros y militares patrocinados por el imperialismo de los Estados Unidos, desde la Guerra contra el Mal en las postrimerías del siglo veinte hasta la Guerra Global inaugurada con la destrucción del World Trade Center de Manhattan en el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001.
En este ensayo de ensayos Solana define la función del mito de Casandra con el siguiente enunciado: “oír el presente del ominoso futuro”. Y lo que recorre el ensayista como cronista filosófico y literario son una serie de hitos o fragmentos en un collage de considerable envergadura en el que precisamente hay de todo. Fernando llama a este caleidoscopio “recuerdos del futuro” en consonancia con esta unidad del pasado y lo por venir. Son destellos de luz que evocan los libros y guardan las memorias. Sus tonos son mayormente graves: “La agonía de Fausto, el último filósofo, el sentido de la noche, del sí al no…” Pero también hay notas musicales altas: la “Carta desde uno mismo”, por ejemplo, en la que este escritor formula el principio subjetivo y autónomo de toda actividad intelectual pura: “Debes decirles lo que estás viendo”.
Todas estas palabras las pronuncio a título personal de presentación y resumen del proyecto literario e intelectual que formula clara y distintamente la Casandra de Fernando Solana. Pero ahora viene una cuestión interesante: ¿Qué significa esta fragmentación y desmoronamiento del discurso que afirma rotundamente Solana? ¿Qué quiere decir en la historia del ensayo latinoamericano que un escritor abandone entera y descaradamente les grands récits de Occidente? ¿Y por qué constituye un hito importante a lo largo del declinar de la cultura occidental y del repensar la historia de las civilizaciones desde perspectivas fragmentarias y diversas, desde sujetos múltiples y diferentes, en lugar de los discursos alineados y vigilados de todos los días por un sistema colonizador universal – más tarde llamado orden global – de educación, organización política y reconfiguración electrónica de las culturas?
Lo formularé sumariamente: Fernando Solana elimina de un solo golpe la supremacía de los discursos unívocos de Occidente y pone de manifiesto la posibilidad de un pensamiento crítico, ágil y riguroso que no sacrifica por ello un espíritu humanismo sólidamente anclada tanto en tradiciones europeas como asiáticas y amerindias. Y sobre todo un humanismo universal, a mil leguas de las lingüísticas estructuralistas de New York o Londres. Sólo quiero citar, a título de conclusión a sus excursos, aforismos y fragmentos, la definición clásica del “Espíritu de nuestro Tiempo” de Fernando Solana como “la oposición al totalitarismo económico, político y social, la rebeldía ante un pensamiento único y una epistemología impuesta para todos”.
En una siguiente jornada, la segunda jornada, nos encontramos con Hormiguero, una novela publicada en 2023 (El tapiz del unicornio, México). Y aquí tenemos algo diferente, pero desde otro punto de vista también similar. Estamos de nuevo frente a una reconstrucción microanalítica de situaciones cotidianas y discontinuas de la sociedad mexicana, pero que en muchos aspectos podría ser también cualquier sociedad americana o europea. Podríamos hablar de un microrealismo literario. Un realismo muchas veces crudo y violento, pero que en otras ocasiones deriva en el minimalismo repetitivo del Op Art. Y cuya lectura se vuelve, por momentos, sofocante, maníaca, incluso paranoica, al punto que yo, como lector, no podía comprender cómo esta confusión de voces, estas líneas de choque y estos enormes vacíos existenciales que la novela describe es simplemente posible en tiempo real. Algo que también me ha sucedido con Kafka, cuya novela América, por ejemplo, nunca he llegado a leer hasta su final, temeroso de confrontar el sinsentido de mi propia existencia.
Es este desorden de emociones, categorías y acciones dramáticas lo que precisamente señala el título de esta novela: un hormiguero. El narrador describe destellos y aristas de la vida urbana y cotidiana de México en una vasta zona fronteriza con los Estados Unidos. Un hormiguero precario atravesado por contrastes y conflictos irreales, irracionales o surreales. Y Solana nos confronta con una mirada analítica, desnuda y realista. Su lenguaje es preciso, frío, minuciosamente objetivo, pero su efecto es expresionista y, en ocasiones, devastador. Pero, sobre todo, es fiel a su postulado literario general anunciado en Casandra se desvanece: “Debes decirles lo que estás viendo”.
Pero en esta novela, lo mismo que en su ensayo, también nos enfrentamos con una narrativa fragmentada y con el fragmento como forma. Felizmente esta descomposición cubista de la forma y del tiempo literarios, y la deconstrucción expresionista del lenguaje y el relato de una realidad humana desgarrada, cuenta con un gran escritor y una gran voz en la literatura mexicana y mundial: Juan Rulfo. Y Hormiguero puede leerse, o mejor, debe leerse como una reformulación postmoderna de Pedro Páramo. Es el relato colectivo de una existencia rota por la violencia de la colonización, por la violencia de la desigualdad social, y por la violencia de la represión postcolonial bajo sus múltiples máscaras, esencialmente aunque no literalmente idénticas con los páramos y las sombras de Rulfo.
¡Pero con una importante diferencia! En Pedro Páramo el protagonista y narrador de la novela desaparece materialmente del espacio literario, para sumergirse y derretirse literalmente en las aguas mitológicas del inframundo del Mictlán y el Tlalocan precoloniales, y sus vínculos biológicos y espirituales con una naturaleza femenina a la vez misteriosa y exuberante. Además, este protagonista lucha por abrirse paso en un mundo de sombras, en busca de su origen paterno y patriarcal. En Hormiguero no hay protagonistas y el narrador mantiene una distancia impasible y analítica frente a la realidad; tampoco existen las profundas voces femeninas de Comala.
La novela moderna, la novela que representan las Metamorfosis del escritor latino Apuleyo o Don Quijote de Cervantes, nace con un narrador individual, y entreteje una red de asociaciones metafóricas en torno al carácter, la personalidad y la constitución de un sujeto literario. Los ejemplos se pueden prodigar. Pero podemos seguir con estas mismas dos novelas: Metamorfosis y Don Quijote. En un caso tenemos el relato de una iniciación individual a los misterios de la diosa Isis; en el otro, la iniciación ritual de un caballero andante y su profusión de aventuras picarescas en aras de su unión mística con la diosa Dulcinea en una virtual Edad de Oro.
En el mundo que llamamos postmoderno (a falta de un nombre propio) esta constitución literaria del sujeto simplemente se desmorona y desaparece. Tres ejemplos cristalinos: Kafka, Beckett y el propio Rulfo. En el primero de ellos tenemos el relato de un protagonista que asume su condición alienada hasta el extremo de aceptar como un destino la lógica capitalista y totalitaria de su supresión. En Beckett tenemos la fusión de narrador y protagonista literario en el proceso narrativo de su desintegración y autodisolución intelectual y existencial, a lo ancho de un incierto e inhóspito universo político, social y cultural posthumano. En Pedro Páramo de Rulfo nos encontramos con un cuadro ligeramente diferente: sus personajes femeninos diluyen sus perfiles individuales en las metáforas ya casi irreconocibles de antiguas diosas, bajo el poder de su manipulación así sexual como teológico-política y económica que ejercen los representantes del poder colonial y postcolonial: un cacique corrupto y un sacerdote interiormente corroído por su conciencia culpable.
La novela Hormiguero de Solana se inserta directamente en esta tradición literaria del siglo veinte, en la medida en que pone de manifiesto no sólo la desaparición del narrador, sino también el colapso ético de una sociedad contemporánea en una serie de escenarios que comprenden los extremos más radicales de las vidas humanas. Análogamente a la novela Pedro Páramo, Solana disuelve los personajes literarios en una multitud proteica y fantasmática, y anuncia con ello las formas de vida de una edad posthumana. La metáfora de un “hormiguero” subraya precisamente esta visión confusa y oscura del inframundo de las hormigas.
La novela que presentamos hoy en Oaxaca, Péguese mi lengua (El tapiz del unicornio, México, 2025) es otra historia completamente diferente. No es una novela deconstruccionista con reflejos surrealistas, sino una novela realista y una novela histórica. Su tiempo y espacio se extiende en el México del siglo diecinueve, desde la independencia del poder colonial español hasta la ocupación neocolonial napoleónica, y bordea la naciente sombra amenazadora del imperialismo de los Estados Unidos. Sus escenas, que Solana describe con meticulosa precisión, ya sean los aires aristocráticos de Viena, ya sean los bastidores más oscuros de la política mexicana, son esplendorosas.
Mientras leía esta novela no podía dejar de asociarla, tanto por su forma, cuanto por su fondo histórico, con el realismo histórico de Tolstoi en Guerra y Paz. Mentalmente establecía asociaciones libérrimas. Solo señalaré una de ellas. Tolstoi relata el asombro del ejército napoleónico cuando entra en Moscú con la arrogancia del sempiterno imperialismo europeo y se encuentra con una ciudad que, en lugar de acogerle triunfante, es una ciudad vacía y en llamas, porque toda su aristocracia e inteligencia simplemente había huido al interior de Rusia e incendiado sus mansiones. Solana cuenta una escena paralela de las jóvenes de la clase alta oaxaqueña invitadas por los cadetes franceses a una fiesta de gala ofrecida para celebrar su victoria sobre México. Todas las muchachas asistieron, sin excepción, pero todas vestidas de riguroso luto. Un luto por la muerte de sus hijos, sus hermanos y sus amantes en manos del invasor.
A este respecto ambas novelas, el testimonio de la victoria del imperialismo napoleónico en la novela de Tolstoi, y sobre un México apenas emancipado del imperialismo hispano-cristiano, se transforman artísticamente en el espejo de la derrota moral del ejército militarmente vencedor.
Ciertamente, la novela Péguese mi lengua es muy diferente de la novela de Tolstoi. Sus paisajes son más amplios y coloridos. Describen en un extremo los patios coloniales de Oaxaca, y en el extremo opuesto los palacios y jardines barrocos de Viena. Está atravesada por relatos crudos y encuentros galantes, lo mismo que en la novela de Tolstoi. Y posee una unidad fluida del espacio y el tiempo, lo mismo que la novela histórica europea del siglo diecinueve. Sin embargo, su principio formal es dispar. Solana parte de la fragmentación del discurso y la realidad, su composición cubista integra escenas y realidades desconectadas en un ritmo expresivo discontinuo de intensidades emocionales altas y bajas a lo largo de la novela. No existe en ninguna de las dos novelas de Solana un narrador orquestando la realidad. En su estructura formal, que llamaré cubista en un sentido muy laxo de la palabra, tampoco se configuran centros privilegiados de actuación y tensión dramáticos. La historia misma de México se fragmenta y deshace.
En esta trilogía – dos novelas y un ensayo – Fernando Solana ha expuesto una mirada analítica y cortante del pasado y una visión esclarecedora del presente. Siempre bajo el lema: “Debes decirles lo que estás viendo”. La breve cita de la novela de Solana que les voy a leer podría ser una de sus posibles conclusiones: “(México) necesita un gran choque para salir del marasmo, de su encierro en lo irracional, de su tristeza profunda, de su fatalidad colectiva”.
Tomado de https://morfemacero.com/





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