Daniel Gascón gusta de citar la siguiente frase de Woody Allen: «Los intelectuales son como la mafia: sólo se matan entre ellos». Lo hace con regusto irónico: él mismo dice que «hoy se debate más sobre los debates que acerca de ninguna otra cosa».
La traducción es evidente: incluso habitando dentro de ellas, Gascón (Zaragoza, 1981) sabe que las tormentas verbales de hoy, en las redes sociales y en los medios de comunicación, suceden a menudo en vasos de agua, y pocas veces alcanzan al público ancho y al mundo real.
«Tardarías horas en darle contexto a la gente que no está en Twitter, en explicarle cualquier chorrada de las que pasamos horas discutiendo. Lo que sólo puede querer decir una cosa: que discutimos sobre bobadas», lamenta. «En esos debates sobre los debates muchas veces no hablas del asunto en sí, sino de tu posición y la del otro, sobre tu bando y el del otro, buscando el aplauso de tu bancada. Es muy cansino».
Los Grandes-Debates-de-Nuestro-Tiempo, viene a decir, son demasiadas veces señuelos para nuestros pequeños egos, cuando no movimientos retóricos interesadamente calculados en Twitter, «esa red social de periodistas donde muchos periodistas no están», dice Gascón, un buen conversador, editor de la revista Letras Libres, escritor y columnista en El País.
Uno se anima a lanzarle: ¿sobran opinadores? ¿Hay una burbuja? «Bueno, eso como preguntarle a un escritor: ‘¿No cree que se publica demasiado?’», se ríe (lo ha pillado). «Yo he aprendido mucho de muchos columnistas», viene a responder, lo más elegantemente que puede.
Lo curioso de Gascón, entrando en materia, es su exitoso tránsito del análisis y la opinión, siempre en el entorno de la política, a la ficción humorística. Además de escribir sobre tipologías sociales, el escritor aragonés comenzó a fabular irónicamente con ellas, creando personajes, en varios textos cómicos en su propia revista. La cosa creció tanto que su personaje, Enrique Notivol, un urbanita modernillo que se va a vivir al campo «en busca de la autenticidad», lleva ya protagonizando dos novelas, cuyos derechos ha comprado Netflix por si les cuadra para una serie o algo.
La segunda, La muerte del hispter (Random House), se publica ahora, y en ella Notivol es ya el alcalde del pueblo, y lo mismo enfrenta el confinamiento del Covid que el desafío secesionista de las Masías de la Rambla, siempre intentando trasplantar la perspectiva de género, el veganismo y en definitiva Malasaña a un pueblo que él, mentalmente, sitúa en el Bajo Aragón.
«La idea sigue siendo contraponer el campo y la ciudad, ese choque de identidades, con los clichés de cada lado», cuenta Gascón, que ha logrado un vehículo curioso y saludable para ironizar sobre las muchas chorradas de la presunta modernidad. «Viví en pueblos del Bajo Aragón entre los 10 y los 14 años, mi madre era interina por allí e íbamos itinerando, por eso conozco bien aquello. No de ir a ver a mis abuelos al pueblo, sino de pasar allí el invierno».
No sobran hoy intelectuales capaces de tejer ficciones con vocación crítica, además de analizar con frialdad un tanto académica nuestro proceloso mundo: «Empecé un poco por diversión y pensé que igual la gente se podía divertir como yo», dice Gascón, con un deje de falsa modestia por el éxito inesperado de las dos novelas -también El Quijote deberia considerarse literatura menor, por parodia, y sin embargo miren-.
Sus bromas a cuenta del hípster contienen ecos de Amanece que no es poco, Muchachada nui, el propio Woody Allen, Bienvenido Mr. Marshall y él dice que Christopher Hitchens. De fondo, la España vacía, o vaciada, uno ya no sabe: «En Alcañiz, presentando el anterior libro, me contaron que iban unos a robar, se les metió el coche en una zanja y tuvo que ir el alcalde a sacárselo. Lo tuve que meter en este libro, claro».
«Lo importante es que las ciudades de tamaño medio del campo no se mueran, es lo más a lo que podemos aspirar», postula, antes de relativizar los clichés: «En la ciudad decimos que qué lata usar tanto el coche, pero el otro día conocí a una concejala de Cultura que vivía en el pueblo de al lado, y trabajaba en un tercero, imagínate».
Vamos, como decíamos, con los debates a veces inanes. Uno muy en boga: ¿viven los jóvenes de hoy peor que sus padres? «Se vive mejor ahora. El acceso de los jóvenes al trabajo es precario, pero mucha gente se iba de los pueblos porque era muy precario. Y lo de relaciones sentimentales era también muy duro. Yo he tenido más facilidades que mis padres», sostiene Gascón: «El afecto y reconocer lo que han hecho por nosotros no puede implicar que me tenga que gustar más su tiempo que el mío».
«Mi abuelo venía de una pequeña masía de Teruel, y empezó en una mina trabajando, poco, porque había quedado cojo de la polio. Se tuvo que ir a Zaragoza porque no le pagaron una deuda, y allí trabajó en un Spar y consiguió una buena pensión gracias a la democracia y a Europa. Por eso yo no puedo compartir ningún rechazo a la economía social de mercado», suelta.
Las guerras, ¿pueden ser de verdad culturales? «Las de ahora dicen que sí, ya ves. Me parece un concepto empobrecedor. Nos gusta mucho ponerle nombres diferentes a las cosas de siempre».
Y, de nuevo sobre el debatódromo y la opinología: «Una cosa que ha influido mucho en estos enconamientos, creo, es la pandemia: debatimos sin mirarnos a la cara, sin vernos las caras. Ahora que la cosa afloja, hay que quedar y verse», termina Daniel Gascón.
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#ExpresionSonoraNoticias Tomado de http://estaticos.elmundo.es/elmundo/rss/cultura
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