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La invasión de Estados Unidos sobre México y la guerra desarrollada de 1846 a 1848 sigue siendo un episodio de nefasta memoria. Además de la subsecuente pérdida de la mitad del territorio nacional, los desastres provocados por la conflagración en defensa de la República fueron amplios. Tras la batalla del Castillo de Chapultepec, el 13 de septiembre de 1847, el ejército norteamericano tomó la Ciudad de México. Al día siguiente, cuando se izó la bandera de EE. UU. en Palacio Nacional, se desató una gran revuelta popular que buscaba resistir a los soberbios invasores.
La madrugada del 13-14 de septiembre: el terror y la incertidumbre
Tras caer el Castillo de Chapultepec el 13 de septiembre de 1847 y la inminente entrada de las huestes estadounidenses a la Ciudad de México, Antonio López de Santa Anna decidió evacuar la capital. Él y lo que quedaban de sus fuerzas abandonaron la urbe con rumbo a Querétaro.
La situación en la ciudad fue de auténtico pánico. Durante la madrugada del 13-14 de septiembre, las calles capitalinas quedaron en absolutas tinieblas. Se escuchaban aún los tiros y cañonazos de algunos combates aislados. Las autoridades del ayuntamiento de la capital se presentaron en Tacubaya con el general Winfield Scott, líder de las tropas norteamericanas. Su propósito fue garantizar la seguridad de la población y presentar una enérgica protesta en la que se comunicaba que si bien, la Ciudad de México estaba siendo capturada, nunca tuvo el ánimo de someterse voluntariamente a los invasores.
La entrada norteamericana: la bandera de E.U en Palacio Nacional y el inicio la revuelta popular
Ya desde la siete de la mañana del 14 de septiembre de 1847, los 10 mil efectivos del ejército estadounidense fueron entrando poco a poco a las calles de la Ciudad de México. Aquella escena consternó a los habitantes de la capital de la República. Por si fuera poco, rezagados y renegados del ejército mexicano aún rondaban en la urbe. Aunado a ello, el día anterior Santa Anna había ordenado liberar a todos los presos de las cárceles de la ciudad, a fin de crear tumultos. La indignación de los capitalinos fue aumentando conforme pasaban las horas. Los gritos e insultos del pueblo no se hicieron esperar.
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Una vez en la Plaza Mayor de la ciudad, es decir, en el zócalo, las tropas estadounidenses encabezadas por el general Scott recibieron el control de la capital por parte del presidente del Ayuntamiento, el señor Zaldívar. El teniente Lovell fue el encargado de izar la bandera de E.U en Palacio Nacional. Sin embargo, en este momento se escuchó un tiro, parece ser que proveniente de la zona de San Juan de Letrán, el cual hirió a un oficial invasor. Esto fue tomado como señal de combate para los mexicanos, ya que desde las azoteas empezaron a llover piedras y botellazos contra los norteamericanos.
Muy pronto, armados con cuchillos, sables, machetes, palos o rifles, tanto ciudadanos, indigentes y soldados mexicanos entraron en combate contra los estadounidenses. Tal como refiere Guillermo Prieto en su crónica sobre este episodio en Memorias de mis tiempos (1886):
Se calculan en quince mil hombres los que sin armas, desordenados y frenéticos, se lanzaron contra los invasores, que realmente como que tomaban posesión de un aduar de salvajes.
La última resistencia contra los invasores
En cada esquina, calle y azotea de lo que actualmente es el centro histórico se desataron sangrientos y terribles combates. Las tropas estadounidenses que habían ocupado el Zócalo rompían las puertas de las casas para luchar con sus ocupantes. Los que se alejaban demasiado de sus columnas eran apuñalados entre los callejones por furiosos mexicanos. Con apoyo del general Gabriel Valencia, un cuerpo de la Guardia Nacional y civiles se atrincheraron en Palacio Nacional, desde donde salían a combatir a los invasores.
Mientras esto sucedía, vecinos y soldados mexicanos se batían en batalla con los estadounidenses desde la Alameda Central hasta Salto del Agua. En la Garita de la Viga se desató un combate donde un cuerpo de caballería mexicana barrió con un batallón americano también de caballería. En lo que actualmente es Barranca del Muerto, civiles y soldados emboscaron a los invasores dejando entre estos un gran número de muertos. Fue tal el fragor de la revuelta que el mismo general Winfield Scott fue herido en la cabeza por una piedra o maceta arrojada desde un balcón. Se cuenta a manera de leyenda que años después, el militar estadounidense llegó a decir:
Me arrepiento de haber invadido el gran país de México, pues nos combatieron hasta la muerte.
La rendición y las consecuencias de la sublevación contra el izamiento de la bandera de E.U en Palacio Nacional
Los combates callejeros en la Ciudad de México se extendieron a lo largo de los días 14 y 15 de septiembre de 1847. A pesar de que las autoridades del ayuntamiento capitalino instaron a la paz, poco se pudo hacer realmente para detener la furia de los vecinos y soldados contra el invasor. Se llegó a tal punto que en el mismo zócalo los norteamericanos tuvieron que usar artillería pesada contra el pueblo sublevado. La paz solo pudo restablecerse cuando la noche 15 de septiembre, el presidente interino de la República Mexicana, Manuel de la Peña y Peña, rindió lo que quedaba de las tropas nacionales.
Los muertos fueron cientos. Había incontables cadáveres regados por las calles de la Ciudad de México. Se calcula que los estadounidenses perdieron alrededor de mil hombres sofocando aquella rebelión. Scott fue severo con los prisioneros de aquellas jornadas: se les ejecutó o azotó en la Plaza Mayor, en la Alameda y en la Ciudadela.
¿Por qué no triunfó la última resistencia mexicana contra los estadounidenses?
La sublevación de vecinos, pordioseros y soldados contra los estadounidenses bien pudo haber triunfado. Aunque las cifras son algo imprecisas, la población de la Ciudad de México era ampliamente mayor que el número de tropas invasoras. Sin embargo, si esto no llegó a concretarse, fue por el repudio que tuvo aquella rebelión por parte de la burocracia y la clase acomodada. Aquella gente se horrorizó ante la idea de armar al pueblo para defender la soberanía nacional. Y es que la posibilidad de que esa revuelta se volviera una revolución social era tan real, que preferían no arriesgar su status quo, aun si esto significaba perder la mitad del país. Tal como apuntó Guillermo Prieto en Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos (1848):
Multitud de víctimas en todo aquel día regaron con su sangre las calles y plazas de la ciudad. Doloroso es decir que aquel esfuerzo generoso del pueblo bajo, fue en lo general censurado con acrimonia por la clase privilegiada de la fortuna, que veía con indiferencia la humillación de la patria, con tal de conservar sus intereses y su comodidad.
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Tomado de https://www.mexicodesconocido.com.mx/
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