Blaise Pascal (1623-1662) es uno de los filósofos de la Modernidad más fascinantes, tanto por la delicadeza y vuelo de sus intuiciones («¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?», «Existen dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón», «El corazón tiene razones que la razón desconoce»), recogidas en sus Meditaciones, como por su contribución a las matemáticas, asentando las premisas suficientes para el desarrollo posterior del cálculo de probabilidades (no en vano, inventó la primera calculadora). Descubrir que el sonido de un cubierto al chocar con un plato se sofocaba al colocar la mano encima le condujo a escribir su Tratado de los sonidos, acerca de las secciones de los cuerpos cónicos, creando la teoría que siguen llevando su propio nombre: el teorema de Pascal (o del hexágono místico).
Pascal, archienemigo de Descartes (cuyo Discurso calificó de «incierto e inútil», a lo que le respondió su colega que «tenía demasiado vacío en la cabeza»), era un tipo de carácter melancólico y asiduos alifafes (dolores de cabeza, sobre todo, pero también ataques de nervios o brotes de angustia).
Su viraje hacia lo místico y lo religioso comienza cuando una de sus sobrinas, Margueritte Perier, fue diagnosticada de una fístula lagrimal incurable y el contacto de con la reliquia de la Santa Espina la sanó. «Eso de Dios… da qué pensar», escribió. Pero su epifanía sucedió la noche del 23 de noviembre de 1654, cuando Pascal sufrió un accidente de coche en el que, dado lo aparatoso del mismo, debía de haber muerto y salió ileso. Aquello lo acogió como una señal divina.
Tanto meditó sobre el ser supremo que ideó lo que se conoce como «la apuesta de Pascal», que escribió en dos hojas de papel encontradas en uno de sus bolsillos, con su caligrafía clara y limpia. Con ella, el filósofo trataba de convencer a su interlocutor de la existencia de Dios empleando algo que él conocía bien: la probabilidad matemática, conjugado con el principio de esperanza. Dios existía como resultado de un juego de azar.
El filósofo trató de demostrar la existencia de Dios empleando la probabilidad matemática
Se parte del hecho de que se desconoce con certeza la existencia de Dios. Lo sensato, lo racional, a juicio de Pascal, es apostar por su existencia. Aunque la probabilidad de que hubiera un demiurgo sea minúscula, sería compensada por la ganancia obtenida al depositar la fe en ella. La gloria eterna. No es pequeña la trucha.
Crees en Dios; si existe, irás con él, ante su presencia, obtendrás el cielo. Crees en Dios; si no existe, no ganarás nada, pero tampoco perderás cosa alguna. No crees en Dios; si no existe, tampoco ganarás ni perderás nada. No crees en Dios, pero si existe no habrás recibido la vida eterna.
«Usted tiene dos cosas que perder: la verdad y el bien, y dos cosas que comprometer: su razón y su voluntad, su conocimiento y su bienaventuranza; y su naturaleza posee dos cosas de las que debe huir: el error y la miseria. Su razón no resulta más perjudicada al elegir la una o la otra, puesto que es necesario elegir», explica Pascal.
Hubo, antes que la suya, argumentaciones a favor de la creencia en el más allá. En la República, Platón cuenta el mito del guerrero Er, al que los dioses concedieron la gracia de la resurrección para que, con su testimonio del inframundo, ablandara los corazones de los injustos. En los textos chiítas del Kitab al-kafi, una de las sentencias del Imán al hereje se acerca mucho a los postulados de Pascal: «Si es como decimos y Dios existe todos estamos salvados, pero tú estás perdido». Cabe mentar los argumentos de san Anselmo y las «cinco vías» de santo Tomás, alambicadas tesis para probar la existencia de Dios. Pero la novedad que introduce Pascal es colocar la razón sobre el eje del azar.
Por supuesto, Pascal encontró muchos detractores a su hipótesis. Voltaire la calificó de pueril e indecente, replicándole que el hecho de que convenga creer en algo no implica que ese algo exista. El físico y filósofo Mario Bunge, mentor de la filosofía exacta, dedicó muchos escritos al argumento, concluyendo conque era «científicamente falso, filosóficamente confuso, moralmente dudoso y teológicamente blasfemo». Algo de razón tenía, si algo no es la fe (católica) es utilitarista.
Voltaire dijo que el hecho de que convenga creer en algo no implica que ese algo exista
Es obvio que este razonamiento pascaliano sirve, de entrada, para los dudosos, es decir, tanto para los agnósticos como para los débiles en la fe, puesto que los convencidos quedan fuera de su jurisdicción, al igual que los ateos, para quienes no aceptarían la premisa de partida, la probabilidad de Dios.
Sin embargo, esta tesis sigue suscitando a día de hoy el interés, ya que es una de las primeras aportaciones a la teoría de la decisión: de una situación de incertidumbre se pueden extraer, gracias a la aritmética, una serie de decisiones desvinculadas del azar.
Tomado de Ethic.es
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