Creer sin creencias

Creer sin creencias

“¿Existe ---se preguntaba Cioran--- un signo de ‘civilización’ mayor que el laconismo? En este libro Batchelor demuestra que no. La brevedad prosística de Budismo sin creencias ---forma contenida de un fondo inagotable--- acredita su inmensa importancia cultural”....Tomado de https://morfemacero.com/

Ta Megala

Fernando Solana Olivares

I.

Un breve y trascendental libro del estudioso y ex monje budista escocés Stephen Batchelor, Buddhism without Beliefs (Budismo sin creencias), propone una nueva perspectiva, contemporánea y actualizada, sobre aquella ciencia del espíritu descubierta empíricamente hace un poco más de 2,500 años por el antes príncipe hindú y luego renunciante a dicha condición Siddharta Gautama, conocido desde entonces como el Buda, aquel que ha despertado a la verdad acerca de la naturaleza lo real.

       Ese despertar, una condición también llamada iluminación, se describe como el acto de vislumbrar el universo en un sistema de partes interrelacionadas, compuesto de varias formas de vida que pasan de una a otra mediante un flujo incesante de energías y apariencias. El estado del Buda, la iluminación, no se puede formular ni transmitir porque trasciende las palabras y la comprensión discursiva. Es una experiencia espiritual directa y dinámica que llega al sujeto a través de la intuición. Sólo puede comunicarse el camino que lleva a la iluminación, y no otra cosa es el mensaje del Buda que debe ser puesto en práctica por cada uno para comprobar o no su objetividad. A diferencia de la de otras figuras devocionales históricas, en la iluminación del Buda no hay revelación divina o intervención de alguna esfera suprasensible. Su verdad es descubierta por el esfuerzo de un ser humano en el mundo fenoménico del aquí y el ahora, desde el cuerpo y la mente del sin ningún espacio o entidad metafísicos de por medio.

       Ya diría Dogen, maestro japonés fundador del Zen soto en el siglo XIII, en qué consiste tal descubrimiento: “Aprender el camino del Buda es aprender sobre uno mismo. Aprender sobre uno mismo es olvidarse de uno mismo. Olvidarse de uno mismo es experimentar el mundo como un objeto puro. Experimentar el mundo como un objeto puro es abandonar el propio cuerpo y mente y el cuerpo y mente del yo-otro”.

       Los textos canónicos del budismo —una designación occidental acuñada en el siglo diecinueve por estudiosos europeos para esta ciencia del espíritu— consignan catorce cuestiones metafísicas dejadas intencionalmente sin respuesta por el Buda ante las preguntas hechas al respecto por el asceta errante Vacchagotta. Dicha renuencia a afirmar o negar tales cuestiones define su condición pragmática así como el sentido de lo útil y lo inútil para el camino budista: 1. El mundo es eterno. 2. El mundo es no eterno. 3. El mundo es a la vez eterno y no eterno. 4. El mundo no es eterno ni no eterno. 5. El mundo es finito. 6. El mundo es infinito. 7. El mundo es a la vez finito e infinito. 8. El mundo no es finito ni infinito. 9. El Thatagata (otro apelativo del Buda) existe tras su muerte. 10. El Thatagata ya no existe tras su muerte. 11. El Thatagata existe y a la vez no existe tras su muerte. 12. El Thatagata ni existe ni no existe tras su muerte. 13. El sí mismo es idéntico al cuerpo. 14. El sí mismo es diferente al cuerpo.

       La legendaria réplica del Buda a estas indagaciones de la curiosidad metafísica y conceptual humana, demasiado humana, sobre el origen y el fin del universo, la identidad o diferencia entre el cuerpo y la mente, la existencia o no existencia después de la muerte, condensa la esencia de un mensaje inmediato y tangible, un curso de acción personal que también se ha definido como un ateísmo religioso porque se rehúsa a aceptar la existencia de un más allá y de una deidad determinantes para solucionar lo que la mente humana no puede esclarecer por sí misma empleando la mera racionalidad: “Considerar que el mundo es eterno o no es eterno, o aceptar cualquiera de las proposiciones que enuncias, Vachagotta, es la jungla de la teorización, el salvajismo de la teorización, la confusión de la teorización, los obstáculos y congojas de la teorización acompañados por la enfermedad, la angustia, la turbación y la fiebre; lo cual no conduce a la liberación, a la ausencia de pasión, a la calma, a la paz, al conocimiento y a la sabiduría del nirvana”.

       En su libro esclarecedor, Stephen Batchelor —quien se educó en monasterios de India, Suiza y Corea para después dejar el monacato budista pero no la frecuentación de la práctica meditativa y el estudio de su simple cuerpo doctrinal— recuerda que la respuesta del Buda (o el silencio, conforme tradicionalmente se le ha llamado) alrededor de dichas interrogantes consistió además en dos escuetas afirmaciones provenientes de su propia experiencia iluminativa: la enseñanza acerca de la angustia humana y el fin de la misma como síntesis de su descubrimiento, y el énfasis en el único sabor que impregnaba al dharma (el camino o doctrina) budista: la libertad.

       Ese “agnosticismo existencial, terapéutico y liberador”, expresado por el Buda en un lenguaje propio de su lugar geográfico y de su época cultural, es lo que Batchelor propone reformular de nuevo para adaptarlo a nuestro momento histórico y a nuestra mentalidad actual, rescatándolo así de su institucionalización religiosa, de una devocionalidad acrítica y mecánica que desde su origen nunca fue, como acabó convertido, “un sistema revelado de creencias válido para siempre y controlado por una élite sacerdotal”. Batchelor sugiere que el budismo contemporáneo debe desechar dos de los planteamientos axiomáticos que hasta ahora lo han caracterizado: la reencarnación (o más propiamente renacimiento) y el karma. El Buda, dice, no enseñó algo en qué creer sino algo que se debe hacer.

  II.

El tiempo es el polen del Universo, afirma el Mahabharata hindú. Pero los seres humanos solemos ignorar que la realidad es un fluido ininterrumpido en constante movimiento, y que lo único permanente resulta la impermanencia de todo aquello, nosotros incluidos, que sólo existe episódicamente, así sea durante cronologías cuantificables o accesibles para la imaginación. Las religiones, artefactos ideológicos asumidos como revelaciones divinas, sufren de inexactitud porque pretenden ser inmutables e idénticos a sí mismos en cualquier tiempo histórico y en todo espacio cultural. El universo se expande y se transforma, pero no así los dogmas que la conciencia humana asume como si fueran inalterables, restos de una mentalidad arcaica que postula la tranquilizadora ciclicidad rutinaria y siempre igual de un espíritu inmutable en su comprensión y en sus manifestaciones.

       Stephen Batchelor argumenta que el budismo ha venido perdiendo históricamente su dimensión agnóstica —su condición fluida— al institucionalizarse como religión (“un sistema revelado de creencias válido para todos los tiempos, controlado por una élite sacerdotal”). Aquel agnosticismo existencial terapéutico y liberador expuesto por Siddharta Gautama en los primeros tiempos del dharma ha sido reemplazado por modelos devocionales tan alejados de su origen que hacen creer, tanto a sus creyentes como a los miembros de otros credos metafísicos, que el Buda, el Despierto, es un “dios” adorado entre los solemnes y exóticos rituales de una iglesia si bien “oriental” iglesia al fin.

        El mismo término “agnosticismo” ha perdido su sentido primario y su fuerza conceptual: ahora representa un “no sé” acerca de las cuestiones trascendentes de la vida y la muerte, cuando lo que debería significar es un “no puedo saber” de ello a partir de los recursos analíticos de la mente común. T. H. Huxley, quien acuñó el término en 1869, entendía el agnosticismo como un método sostenido en un principio positivo: “Sigue a tu razón hasta donde pueda llevarte”, y cuyo enunciado negativo establece lo siguiente: “No asumas que son ciertas las conclusiones que no estén demostradas o no sean demostrables”. Ese principio de reserva crítica y de sabiduría empírica ha estado presente en la tradición occidental desde Sócrates, la Reforma y la Ilustración, hasta llegar a los axiomas de la ciencia moderna. Es lo que Huxley llamó la “fe agnóstica”. 

       “Ante todo —escribe Batchelor— Buda enseñó un método (la práctica del dharma) en vez de otro ‘-ismo’. El dharma no es algo que hay que creer, sino algo que hay que hacer. Buda no reveló una serie de hechos esotéricos sobre la realidad, que podemos optar por creer o no. Desafió a la gente a comprender la naturaleza de la angustia, a entender sus orígenes, a llevar a efecto su cese y a hacer realidad otro modo de vida. Buda siguió su razón hasta donde pudo llevarle y no asumió que alguna conclusión era cierta a menos que fuera demostrable. La práctica del dharma se ha convertido en un credo (el ‘budismo’) de manera similar a como el método científico se ha degradado en el credo del ‘cientificismo’.” 

       Esa referencia a la naturaleza de la angustia o sufrimiento proviene de otra interpretación (o deconstrucción) hecha por Batchelor —esencial como las ya mencionadas: el abandono de las nociones del renacimiento y del karma— que acerca el mensaje budista a la mentalidad contemporánea regresándolo a su agnosticismo original. Lo que se conoce como las cuatro nobles verdades descubiertas por Siddharta Gautama en su proceso de iluminación: la verdad del sufrimiento, la verdad del origen del sufrimiento, la verdad de la cesación del sufrimiento, la verdad del camino que conduce a esa cesación, gira alrededor de un término sánscrito, dukha, que tradicionalmente también ha sido traducido a las lenguas occidentales como “dolor”. Tales voces no son adecuadas para expresar el sentido cabal de dukha, y su traducción produjo la falsa impresión de que el budismo era una doctrina pesimista, negativa, incluso nihilista, la cual exaltaba el dolor como un hecho definitorio de la existencia del sujeto. 

       Batchelor ha preferido traducir dukha como angustia, una noción mucho más precisa para abarcar la condición de la conciencia humana. “Un budista agnóstico acude al dharma en busca de metáforas de confrontación existencial en vez de metáforas de consuelo existencial”. Así entonces, el dharma no es una creencia que salva milagrosamente sino un método de investigación personal para afrontar la primacía de la angustia, aplicar después un conjunto de prácticas (la meditación, entre otras) ante ese dilema afectivo y con ello obtener su solución. Significa una perspectiva laica agnóstica basada en la razón inteligente que comprende y en la voluntad decidida que actúa.    

       “¿Existe —se preguntaba Cioran— un signo de ‘civilización’ mayor que el laconismo?” En este libro Batchelor demuestra que no. La brevedad prosística de Budismo sin creencias —forma contenida de un fondo inagotable—  acredita su inmensa importancia cultural. 

       En la densa oscuridad de estos días aciagos ya está en curso otro proceso civilizatorio fundado en la tarea creativa por excelencia: volver a las fuentes del conocimiento, beber sus aguas lustrales y alcanzar el viático del despertar de la conciencia que hace cesar (o cuando menos atempera) el ansia, el dolor, la crónica infelicidad. Hace alcanzar la libertad.

Tomado de https://morfemacero.com/