octubre 12, 2024

Contra el abuso en el poder: Cicerón contra Catilina - Ethic

Contra el abuso en el poder: Cicerón contra Catilina – Ethic

Tomado de Ethic.es

El malestar en la época tardía de la república romana era insostenible. La militarización del poder y una sociedad cada vez más polarizada en el acceso a la riqueza de sus ciudadanos prendieron pronto la mecha de la violencia. El tribuno de la plebe Tiberio Graco, que aprobó una ley en contra de los latifundios, fue brutalmente asesinado en el 133 a.C. en un linchamiento de varios cientos de personas. Por su parte, el filósofo y político Marco Tulio Cicerón describió en su obra el año de la muerte de Graco como el principio del fin de la paz republicana. Cuando escribió sus tratados –recién casado con una mujer mucho más joven que él, en su retiro tras la llegada al poder de César– la república romana había colapsado en una oleada de violencia que, comprendió bien el filósofo, habría de continuar.

Una de las más famosas conjuras que vivió Roma fue la del político Lucio Sergio Catilina. Había destacado como un hábil general durante la Guerra Social y la Primera Guerra Civil romana. Según sus contemporáneos, también en palabras de otros biógrafos posteriores, la ambición de la joven promesa militar no tenía límites. Tampoco su agresividad. Según Plutarco, Catilina no dudó en asesinar a cuantos aristócratas se opusieron en su camino. El optimate Cátulo –partidario de las clases adineradas– le protegió durante un juicio por violación a una vestal. Después de ser nombrado pretor de la provincia de África, Catilina intentó en varias ocasiones obtener el cargo de cónsul. En el discurso In toga candida, Cicerón ya denunció un primer intento de conjura de Catilina, aunque no ha quedado claro si se produjo o no fue como le acusa el filósofo. Sí ocurrió que Catilina perdió apoyo de las clases adineradas en el 64 a.C. Como respuesta, el político se pasó al partido de los populii o populistas, favorables a los plebeyos.

Debido a su carácter agresivo, la ambición de Catilina fue alimentada por Julio César y sus partidarios contra su rival, Pompeyo. El político reunió apoyos de los descontentos campesinos, de militares envueltos en deudas y de aspirantes a las altas esferas del poder político que estaban escamados por su incapacidad para alcanzar algún cargo. Con estos apoyos, Catilina reunió un ejército con el que tomar Roma. También planificó el asesinato de su principal obstáculo en el Senado para alcanzar el poder, Cicerón.

La ambición de Catilina fue alimentada por Julio César y sus partidarios

«¿Hasta cuándo has de abusar, Catilina, de nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo seguirás riéndote de nosotros en esta locura tuya? Dinos, ¿cuándo ha de acabar tu osadía sin final?». Cicerón se dirigió en el primero de los cuatro discursos que recoge en las Catilinarias, redactadas tiempo después de la conjura, ante un Senado al que también había acudido Catilina. El rebelde pensó que muy probablemente ni Cicerón ni los senadores dispuestos a enfrentarle estaban enterados del ejército que amenazaba la ciudad. El filósofo, que sí estaba al corriente, fue muy conciso y directo, pronunciando un discurso breve, ágil y que se ha convertido en parte del legado esencial de la obra del romano. Por su parte, y viéndose descubierto, Catilina amenazó al Senado y a la población romana, y después huyó camino del exilio, supuestamente, aunque sus opositores conocían muy bien que se dirigía al campamento donde Manlio, comandante de sus fuerzas, aguardaba la orden del político para imponerse por la fuerza sobre Roma.

En la segunda Catilinaria, y ante el giro violento de los acontecimientos, Cicerón describió que convocó al Senado al día siguiente. Manlio y Catilina, así como todo aquel que les apoyase, fueron declarados enemigos de Roma. Cicerón obtuvo poderes especiales para obrar a su antojo. Marco Antonio, leal al Senado, avanzó al encuentro del ejército rebelde, mientras que Cicerón quedó en la ciudad organizando las levas en caso de una derrota de Antonio. Sin embargo, el militar logró la victoria. A partir de este momento comenzó la persecución y captura de todas aquellas personas relacionadas con la conjura.

Los últimos dos discursos de la obra están centrados en la extinción de la conjura. Los rebeldes, en busca de más apoyo, habían contactado con un pueblo galo dispuesto a sumarse a sus filas. Habían conjurado toda la información de su proyecto a los galos, pero un informador reveló la información a Cicerón. Las cartas con instrucciones de Catilina y sus aliados fueron debidamente interceptadas. Con esta información, y vencido el ejército enemigo, Cicerón presentó al Senado nombres y confesiones de algunos partidarios de Catilina. El espléndido servicio a la república que había prestado el jurista mereció una recompensa, en poder o bienes materiales, a la que Cicerón, a priori, renunció. Porque, en esta ocasión, se mostró inmisericorde, rencoroso e irreconociblemente agresivo. Quería otra cosa, pero antes debían terminar de atrapar a los culpables.

Y, como suele suceder, una vez que los cómplices fueron detenidos, les llegó la condena. La situación era difícil: buena parte de ellos pertenecían a los estratos altos de la sociedad romana, había lazos de sangre entre los dos bandos e intereses económicos y entre clanes sensibles. A diferencia de la mayoría de ocasiones, donde Cicerón se mostró moderado y fiel al consenso y a la ley, en esta ocasión utilizó sus dotes para la oratoria para manipular a los senadores y condenar a muerte a los partícipes supervivientes de la conjura. Buena parte de quienes no habían muerto en combate o habían logrado escapar se habían suicidado, como fue el caso del propio Catilina. Pero los numerosos detenidos aguardaban un destino incierto. Con el apoyo de Catón el Joven, Cicerón manipuló al Senado para que medidas como la de Julio César, quien defendió la pena del ostracismo, fueran rechazadas por ser demasiado parcas. La asamblea, en deuda con el filósofo, cedió en pago a su auxilio y aprobó una condena que, lamentablemente, se popularizó en el juego de conjuras, asesinatos y atentados que azotaron Roma hasta la victoria final de Octavio Augusto, «primer ciudadano» o prínceps.

Tomado de Ethic.es