Hace unas cuantas semanas reapareció escandalosamente en un tono proselitista, un personaje del ámbito político que, a pesar de mencionado en algunos casos de corrupción y en malos manejos de recursos públicos, se hizo presente en las redes, provocando que los reflectores viraran hacia sí mismo, demostrando su astucia para llamar la atención a nivel masivo.
El político militante del partido blanquiazul está dando muestra de buscar —a cualquier costo— la presidencia de nuestro país en el 2024. El electorado mexicano sabe muy bien lo encarnizado de la batalla que se avecina con las siguientes elecciones, por no mencionar también lo ridículas que resultan, si nos basamos en los últimos periodos electorales, cada vez más obscenos y burlescos, es decir: un circo mediático.
Es notorio que al no funcionar la estrategia original de “niño bien”, que apelaba a su juventud y con ella, a las ideas frescas para un México bastante atrasado, salidas de su basto capital cultural y poliglota (no olvidemos en su campaña anterior el anuncio en el que hace gala de su francés y su inglés que le valió bastante reconocimiento con la expresión “insoltin an unacceptable”), Ricardo Anaya ha decidido transformar su ofensiva, dándose lo que conocemos como un “baño de pueblo”.
Bajo el amparo de la memoria colectiva a corto plazo, el joven político cambió su estrategia publicitaria, decidiendo atacar una dimensión —para él— desconocida: el sector popular que viaja al rededor de dos horas en transporte público —que ni siquiera es el más empobrecido—, que es una gran parte de la ciudadanía. Es curioso cómo se echa mano de los recursos supuestamente populistas, heredados de su enemigo político: el actual presidente, quien dedicó algunos años de su vida a viajar por diferentes rincones del país, para conocer la realidad profunda y con ello ganarse la confianza de la gente, aunque quizá sin todos los reflectores y la producción con la que lo hace el panista.
Esta estrategia heredada —no sólo por Ricardo Anaya, sino por Samuel García y algunos otros políticos afanosos— podría ser en realidad algo muy positivo, en función de concientizar a estos personajes, sobre cuánto daño le han hecho al país con sus acciones, empobreciendo cada vez más a los sectores vulnerables y, con ello, cambiar el rumbo de sus acciones políticas en el futuro. Lamentablemente se echa de ver que el único objetivo de estos nefastos personajes, quienes supuestamente nos representan, es seguir escalando en su carrera por el poder, sin importar por encima de quién pases y siempre con fines de lucro.
De esto no nos damos cuenta por meras suposiciones o por intuiciones —bastante causales— venidas de la regularidad política, como un mecanismo corrupto del despojo de nuestro país, sino por el pésimo tratamiento que le da nuestro político en cuestión a la población mexicana promedio; esto significa que la manera de tratar una herida tan profunda en nuestra realidad, no ha sido nada elocuente, ni delicada, sino descuidada y artera, a tal grado que se podría decir que ha removido dicha herida, haciéndola sangrar más.
Frente a la indignación por tales imágenes sobre la miseria que tanto le molestan al personaje político —“me da coraje ver tanta pobreza”, menciona con un rebuscado gesto de indignación—, diferentes personajes, usuarias y usuarios de las redes sociales hicieron lo que mejor saben hacer ante los reduccionismos absurdos y condenatorios: llevarlos al ridículo, de manera que, echando mano de las mismas imágenes de manufactura empleada por Ricardo Anaya, se evidenció que hasta para agarrar un taco le hace falta barrio. Quizá la gran preocupación por lucir natural para su imagen de campaña lo traicionó y lo hizo tomar de manera extraña ese alimento parecido a una cortea de maíz con algún contenido comestible dentro.
El estallido de memes relativos a la artificialidad del político fueron tendencia; no sólo surgieron éstos, sino que un joven en la plataforma Twitter se hizo viral por un video en el que le contestaba al panista de manera frontal, indicándole que su video era una burla para la mayoría de los mexicanos que atravesamos una situación similar día con día y que, en todo caso, es consecuencia de decisiones en las que aquél tomó parte en algún momento de su ejercicio administrativo; el joven se mostró bastante indignado por la campaña política, tanto así que nota en su discurso, que Ricardo Anaya nos ha animalizado o bien, salvajizado, casi como si estuviese presentando un documental sobre la vida salvaje en el Amazonas o en el África.
Y por si fuera poco, los desaciertos de Anaya nos llevaron a una tendencia más delicada aún, el hashtag: #ConLasCaguamasNo. El personaje de la política nacional se metió con un elemento icónico de la cultura mexicana, pero ese ni siquiera es el problema, sino la monumental condena que hace sobre el “compadre” que se gasta sus dos mil pesotes de sueldo en caguamas y que “se lleva a su familia de corbata”. Es claro que se centró en el gusto etílico del compadre, más allá de la problemática sobre ganar esa cantidad, o bien, qué es lo que lo orilla a beberse esos supuestos dos mil pesos, lo que a su vez demuestra el poco conocimiento de los costos-beneficios de una convivencia de esta naturaleza.
Dicha campaña ha sido tan absurda y torpe, que incluso genera desconfianza en cuanto a tan crasos descuidos —y es que nuestra condición nos recuerda que la política en nuestro contexto es aprender a desconfiar de todo—. Si esto es así, ¿qué ventaja podría sacarse de una campaña tan patética?, preguntaríamos lógicamente; para lo que no parece haber una respuesta inmediata y mucho menos evidente, pero sí hay una posibilidad que aparece como una alerta titilante y muy preocupante, me refiero a un movimiento fundamentado en estrategias de marketing —y es que Anaya es de esa generación de “líderes” que son más empresarios que políticos—, es decir: el consumo irónico.
Podríamos traducir lo antedicho en un lenguaje muy comercial como “toda publicidad es buena, hasta la mala publicidad” y es que el consumo irónico tiene que ver con la sobreexposición del consumidor —electorado— ante el producto y su bombardeo publicitario hasta el absurdo. La información se injerta en el inconsciente colectivo, no importa que sea como rechazo, lo importante es que se encarne en cada persona para que se consuma, aun cuando no se quiera. En el caso de los videos de Ricardo Anaya se puede traducir a más de seiscientas mil vistas tan sólo del spot sobre las caguamas; no importa si se visita el video para burlarse, éste se ha hecho viral a pasos agigantados, de manera que dicho personaje ya es un producto muy popular que se encuentra en los memes, en los videos, pero sobre todo en nuestras consciencias, de manera que en las charlas familiares y de amigos, sale a relucir el fenómeno.
Lo anterior no sólo es significativo sino preocupante, en un ambiente en el que abunda la desinformación y el desencanto político que nos ha perseguido durante muchos años, producto de malas administraciones, pero también de la poca accesibilidad a lo que podríamos llamar: la verdad, más allá de la noticia. Considero que el verdadero peligro para México —spot bastante sonado contra AMLO hace unos años— es la amenaza mediática que nos vulnera ante el peligro de ser gobernados y gobernadas por un personaje que ha elegido condenar al consumidor de caguamas, por sobre el sistema que lo mantiene en la miseria; a una persona que como todo un mexiblanco —o whitexican, pues—, no tiene escrúpulos para exhibir a una familia humilde y trabajadora, en función de llegar al poder, en un sentido turbio del término.
Es atemorizante la estrategia de este tipo de personajes, quienes demuestran que su codicia es más grande que el honor —cuánta falta nos hace este concepto dentro de las instituciones—; no importa la manera, lo importante es posicionarse en la cima del poder. ¡Con las caguamas no! Éste es el grito de batalla —a pesar de parecer absurdo— para que no permitamos que se nuble el juicio, como para dejarnos gobernar por alguien que jamás ha tomado parte de nuestra cultura popular y que pretende organizarla a su modo, lo que implica dejar fuera a millones de mexicanos y mexicanas. Evitemos seguir dando presencia a estos personajes nefastos que se nutren de nuestra atención y que ante la falta de ésta se debilitan. No bajemos la guardia en tiempos estratégicos.
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