Este verano, España registró 870 episodios de alto riesgo por calor, un 73 % más que en 2024, según el Ministerio de Sanidad. Se estima, además, entre el 16 de mayo y el 30 de septiembre de 2025, murieron 3.832 personas por causas atribuibles al calor, un 87,6 % más que en 2024. Durante los veranos de 2022, 2023 y 2024, un estudio liderado por ISGlobal calcula que fallecieron más de 181.000 personas a causa del calor en Europa. Estos datos se enmarcan en un contexto climático especialmente preocupante: en 2024 se superaron por primera vez los 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales, el umbral fijado por el Acuerdo de París. En este sentido, la Agencia Europea de Medio Ambiente recuerda en su último informe que Europa es el continente que más rápido se calienta del planeta y que el calor se concentra especialmente en las ciudades.
En ellas, el 46 % de los hospitales y el 43 % de las escuelas se encuentran en zonas con temperaturas al menos 2 °C superiores a la media regional debido al efecto de isla de calor. Además, las viviendas y los lugares de trabajo mal adaptados aumentan el riesgo de estrés térmico durante las olas de calor, algo que afecta especialmente a las poblaciones más vulnerables.
Ante este escenario, cada vez más ciudades están desarrollando soluciones creativas para enfriar el espacio urbano, recuperar biodiversidad y promover mayor bienestar colectivo. Desde intervenciones temporales hasta planes de infraestructuras a gran escala, estas iniciativas integran una visión amplia y multidisciplinar para avanzar hacia entornos más vivibles.
El informe Enfriar el presente, habitar el futuro: repensando las ciudades frente al calor extremo, de la Plataforma por la Descarbonización del Calor y el Frío propone una jerarquía de soluciones para enfriar las ciudades. En primer lugar, las soluciones basadas en la naturaleza —árboles, jardines verticales, cubiertas ajardinadas o espejos de agua— ofrecen sombra, reducen la temperatura del aire y de las superficies y mejoran la calidad ambiental, además de aportar biodiversidad y bienestar social. Por ejemplo, en Jerez de la Frontera, gracias a las calles emparradas se ha logrado bajar la temperatura hasta 8 °C.
El segundo nivel se centra en el diseño urbano: reducir el pavimento innecesario, emplear materiales reflectantes o permeables y abrir corredores de ventilación permite disipar el calor en calles y plazas. En tercer lugar, las estrategias pasivas en edificios, como la orientación adecuada, ventilación cruzada o aislamiento, disminuyen la necesidad de aire acondicionado. Así, cuanto más eficiente sea un edificio, menos calor liberará al exterior.
Por último, se encuentran las redes de climatización, la climatización centralizada y los equipos individuales. En este sentido, el informe señala el potencial de las redes de distrito de frío y calor, capaces de abastecer a varios edificios mediante sistemas centralizados, algo que evita la proliferación de unidades individuales y reduce la descarga de calor en el espacio público y facilita la integración de energías renovables o la recuperación de calor residual. También los sistemas centralizados en edificios son más eficientes que los individuales: minimizan las fluctuaciones térmicas y permiten incorporar tecnologías como almacenamiento de calor o frío.
Europa es el continente que más rápido se calienta del planeta
Aunque los aires acondicionados individuales son la última alternativa, en muchos casos son necesarios. Para minimizar su impacto, es importante priorizar los equipos de alta eficiencia energética y cuidar la ubicación de las unidades exteriores, evitando espacios con poca ventilación (como patios cerrados o callejones estrechos).
También la arquitecta María Teresa Cuerdo Vilches recoge algunas soluciones que van en esta línea: la rehabilitación y eficiencia energética, el uso responsable de energía, la infraestructura verde y azul y los transportes sostenibles. Además, recuerda que «la adaptación no debe centrarse solo en las altas temperaturas: los edificios también deben almacenar calor en invierno». En este sentido, apunta a los materiales termoópticos, que cambian de color según la temperatura, así como materiales de cambio de fase, que acumulan calor y modifican sus propiedades. Además, estas «soluciones no deben ser aisladas ni temporales, sino integrales, sostenibles y participativas».
Refugios climáticos y soluciones transitorias
Si bien las grandes inversiones urbanísticas son imprescindibles, no todo requiere esperar años. Muchos municipios están adoptando medidas sencillas que, además de mitigar las altas temperaturas, ofrecen espacios para resguardarse del calor extremo, como la red de refugios climáticos de Barcelona o la red de «espacios fríos» de Bristol, donde la gente puede resguardarse a la sombra y beber agua. Una de las claves es aprovechar espacios ya existentes y abrirlos a toda la población, especialmente, a grupos vulnerables. Por ejemplo, en París, el proyecto OASIS ha transformado patios escolares en espacios verdes accesibles. No se trata de ideas complejas, sino de crear alternativas que puedan adaptarse a cada espacio.
Además, también están surgiendo instalaciones urbanas que integran innovación, investigación y participación ciudadana, pero no necesitan las importantes inversiones de proyectos urbanísticos a gran escala. Un buen ejemplo es PlanTable, creada por Ecosistema Urbano, una instalación modular y temporal, situada en el barrio de Chinatown, el más caluroso de Boston, que alberga 16 árboles y una variedad de plantas para polinizadores. Además, la instalación está diseñada para sensibilizar a la población: sobre su superficie se representa una línea de tiempo que muestra la evolución de las temperaturas desde 1870, año de fundación de Chinatown, hasta la actualidad.
Y también desarrollaron Polinature, un refugio climático formado por 1.400 plantas autóctonas, una cubierta hinchable y sensores que generan corrientes de aire fresco cuando sube la temperatura. Es una estructura de bajo coste y reutilizable, que puede instalarse en verano y desmontarse al bajar las temperaturas.
En Madrid, el Ecobulevar de Vallecas planteó hace años otra respuesta pionera con los llamados «árboles de aire»: estructuras bioclimáticas que proporcionan sombra, refrescan el ambiente y fomentan la actividad social en un barrio con pocas zonas verdes.
En todos estos casos, la lógica es la misma: diseñar estructuras que actúan en el presente, generan experiencias colectivas y, al mismo tiempo, abren el debate sobre cómo transformar las ciudades para hacerlas más inclusivas, saludables y habitables.
Tomado de Ethic.es





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