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Portada: El Fisgón
(06 DE OCTUBRE, 2025).-Comparar la masacre de Tlatelolco de 1968 con el actual gobierno de Claudia Sheinbaum no solo es un despropósito histórico, sino una banalización del dolor de quienes fueron asesinados, encarcelados o desaparecidos por el Estado mexicano hace más de medio siglo.
En 1968, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz ordenó una represión militar brutal contra jóvenes, obreros y ciudadanos que exigían libertades democráticas. Hubo muertos, desaparecidos, persecución política y censura: una maquinaria represiva al servicio de una élite que usaba el terror de Estado para perpetuar su poder. Pretender equiparar aquello con un gobierno que, guste o no, no ha cometido desapariciones forzadas ni ha reprimido con violencia a la disidencia, es una falta de rigor, de ética y de respeto a la memoria histórica.
La comparación no es ingenua: responde a un discurso político fabricado desde los sectores conservadores, especialmente desde figuras como Claudio X. González, heredero directo de los intereses empresariales que florecieron bajo gobiernos autoritarios y neoliberales. Su familia y su círculo fueron beneficiarios de décadas de privilegios en los regímenes del PRI y del PAN, los mismos que encubrieron masacres, fraudes electorales y violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Que hoy, quienes guardaron silencio frente a las desapariciones de la Guerra Sucia o al crimen de Estado de Ayotzinapa, se erijan como supuestos defensores de la democracia es una muestra más de su oportunismo moral.
Mientras los gobiernos que Claudio X. González apoyó cooptaban medios, militarizaban el país y criminalizaban la protesta, Sheinbaum encabeza una administración civil, electa por mayoría, que —hasta ahora— no ha ordenado la represión ni ha perseguido a los movimientos sociales. Criticar es legítimo, pero falsear la historia para alimentar una narrativa de odio es otra cosa. La diferencia entre un gobierno que dispara contra su pueblo y uno que rinde homenajes a las víctimas del 68 debería ser evidente para cualquiera que no pretenda manipular la memoria colectiva con fines partidistas.
Reducir el 68 a una simple herramienta de ataque político es profanar su legado. Los jóvenes que cayeron en la Plaza de las Tres Culturas no murieron para servir a las campañas mediáticas de los herederos del poder económico, sino para abrir las puertas a un México más libre y participativo. Hoy, quienes de verdad honran su memoria no son los empresarios que buscan restaurar sus privilegios, sino quienes defienden la democracia, la soberanía y la justicia social por la que aquellos jóvenes dieron la vida.
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Tomado de https://elchamuco.com.mx/
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