Clara Roquet sorprende con una brillante y dolida lectura de la condición del privilegio

'Libertad', que compite en 'La Semana de la Crítica', es el único largometraje español en Cannes. La directora no ha asistido al estreno por encontrarse contagiada de COVID Leer#ExpresionSonoraNoticias Tomado de http://estaticos.elmundo.es/elmundo/rss/cultura...

Actualizado Jueves,
8
julio
2021

18:04

‘Libertad’, que compite en ‘La Semana de la Crítica’, es el único largometraje español en Cannes. La directora no ha asistido al estreno por encontrarse contagiada de COVID

Imagen de ‘Libertad’, de Clara Roquet.EL MUNDO

En su poema ‘Soy’, siempre a vueltas con el espejo de la identidad, Borges insiste en uno de esos misterios teologales que tan bien nos definen en la soledad frente a dios, que diría Bergman. «Soy, tácitos amigos, el que sabe/ que no hay otra venganza que el olvido/ ni otro perdón. Un dios ha concedido/ al odio humano esta curiosa llave». A su manera, ‘Libertad‘, de Clara Roquet quiere ser un verso más al cuarteto. También el único largometraje español en Cannes se pregunta quiénes somos. Todos nosotros. Y lo hace de forma radical desde dos niveles diferentes. La película cuenta la historia de una adolescente que anda detrás de sí misma a través de los ojos de la que puede ser considerada una nueva amiga. Y de la mismo modo, la propia película se plantea ella misma como un enigma que busca definirse y que, aquí lo brillante del artificio, exige al espectador ese mismo esfuerzo por definirse.

Para situarnos, la película cuenta la historia de Nora (María Morera), una adolescente de 15 años que en el verano, en el tiempo de los descubrimientos, aprende el sentido de su privilegio. La amistad que entablará con la hija (de nombre Libertad –como el personaje de Mafalda, recuerda la directora– e interpretada por Nicolle García) de la mujer que cuida a su abuela le hará plantearse todo de nuevo. Y como siempre, el detonante no puede ser más que el odio en su versión primeriza de la primera juventud; la venganza que sólo puede ser redimida por el perdón antes que por el olvido.

Cuenta la directora, que antes fue guionista de ‘Petra‘ (Jaime Rosales, 2018), que todo surgió en la confección de un corto. Lo cuenta por teléfono, pues se ha tenido que quedar en España por culpa del COVID. Mientras entrevistaba a posibles actrices que eran también inmigrantes, dice, se cruzó mil veces con la misma historia. «Muchas mujeres me contaban que lo más duro de sus vidas era haber tenido que abandonar a sus hijos para venirse a España a cuidar los hijos de otros», recuerda. Y sigue: «Me pareció la gran metáfora del privilegio».

La película sigue puntual la mirada de su protagonista que en realidad no hace más que levantar testimonio de lo que le ocurre a su amiga. Se diría que como ‘El buen soldado’ o ‘El gran Gatsby’, la profunda melancolía del relato corre a cuenta de lo que los libros de estilo llaman «narrador no fiable». Se cuenta una historia en diferido que acaba por ser la propia.

La cámara juega a desarmar los artificios de la narración para intentar acceder a ese momento de brillo de la primera verdad, la primera revelación, la primera revolución también, el primer estallido de odio. La sangre que se derrama es la que forma el carácter y hasta la identidad. Nora desprecia su privilegio con la misma fuerza que Libertad aborrece el sometimiento. Y desde ahí, las preguntas surgen con intención de hacer daño: ¿hasta qué punto somos lo que somos al margen de la herencia? ¿Estamos acaso condenados a explotar o ser explotados desde la cuna? Si se quiere, la película se sumerge en las profundidades de la dialéctica amo-esclavo con la misma claridad que quizá ingenuidad. Y es ahí, en su capacidad para ofrecerse desnuda y sin artificios, donde se antoja descomunal.

Un paso más allá, y pese a su estructura de gusto clásico, ‘Libertad‘, la película, quiere cuestionarse a sí misma de igual modo que lo hacen sus protagonistas. Y así, entre el melodrama y un cierta sensación de misterio, acierta a mantenerse siempre en el mismo estado de alerta de los ojos perfectamente abiertos de Nora. «Soy eco, olvido, nada», cierra el poema de Borges y Clara Roquet, en su más que deslumbrante debut, no le quita la razón.

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