Ciudad de México se asoma a la gran Tenochtitlán y a los sacrificios humanos del Huey Tzompantli

El Programa de Arqueología Urbana saca a la luz los tesoros de la capital azteca enterrados en la megalópolis. Uno de los descubrimientos es el Huey Tzompantli, donde se clavaban las cabezas de los sacrificados Leer#ExpresionSonoraNoticias Tomado de http://estaticos.elmundo.es/elmundo/rss/cultura...

Actualizado Lunes,
27
diciembre
2021

00:56

El Programa de Arqueología Urbana saca a la luz los tesoros de la capital azteca enterrados en la megalópolis. Uno de los descubrimientos es el Huey Tzompantli, donde se clavaban las cabezas de los sacrificados

Restos humanos hallados en la monumental ofrenda conocida como el Huey Tzompantli.P.S.O.

La catedral Metropolitana de Ciudad de México se construyó utilizando los mismos materiales que soportaban los grandes templos aztecas. La primera piedra la puso Hernán Cortés hacia 1524, dando inicio a un proceso irreversible que iba a enterrar Tenochtitlán para construir sobre sus ruinas los cimientos de la capital de la Nueva España. Casi 500 años después, las calles empedradas del centro histórico se han convertido en un fiel reflejo de la sociedad mestiza que es el México actual, un lugar donde se mezclan iglesias, edificios coloniales, puestos de comida, grandes mercados y donde asoman algunos vestigios de la antigua capital azteca que el Programa de Arqueología Urbana (PAU) se ha encargado de rescatar.

El primer gran hallazgo se dio el 21 de febrero de 1978, cuando un grupo de arqueólogos encontró los restos del Templo Mayor, el principal centro ceremonial de los mexicas. En este imponente edificio, de 45 metros de altura sobre una base cuadrangular de 400 metros por lado, tenían lugar los acontecimientos más importantes de la vida política, económica y religiosa del Imperio. Actualmente, este recinto es uno de los mejor conservados y cuenta con su propio museo, pero no es el único. En total, los expertos estiman que el recinto sagrado de los mexicas estaba formado por 78 edificaciones, la mayoría fueron destruidas o quedaron sepultadas por el paso del tiempo, pero muchas otras se resisten a desaparecer en el olvido.

«El recinto sagrado de Tenochtitlán era un espacio cuadrangular de 500 metros por lado. La ciudad era mucho mayor, esto sólo era el centro», explica Raúl Barrera, supervisor del PAU y director del Programa de Ventanas Arqueológicas. Este veterano arqueólogo lidera desde el año 2007 un equipo encargado de rescatar los tesoros ocultos bajo el subsuelo del recinto sagrado. Hasta la fecha han logrado habilitar un total de 42 ventanas para que, desde la misma calle, los transeúntes puedan asomarse a la antigua capital azteca. «La idea es que lo que rescatemos no se quede solo en museos, sino que conviva con la ciudad actual, que el pasado pueda convivir con el presente», explica Barrera.

El centro histórico de Ciudad de México está considerado Patrimonio Cultural de la Humanidad y cualquier movimiento bajo tierra, como reparación de cañerías, obras públicas o reforma de edificios, debe ser notificada ante el Instituto Nacional de Historia y Arqueología. Es en ese momento cuando Barrera y su equipo entran en acción, cualquier excusa es buena para tratar de desenterrar tesoros de la vieja Tenochtitlán. Las obras de ampliación del Centro Cultural de España, situado a espaldas de la Catedral Metropolitana, permitieron encontrar en el año 2006, los restos de Calmécac, una escuela donde estudiaban los hijos de los nobles mexicas y los futuros dirigentes del gran imperio.

Óleo de la segunda mitad del siglo XVII y de autor desconocido que representa la caída de Tenochtitlán.

Bajo los cimientos del edificio Nacional Monte de Piedad, los arqueólogos han encontrado un lugar de especial valor simbólico: el Palacio de Axayácatl, donde los españoles fueron alojados a su llegada a Tenochtitlán. En ese mismo lugar fue hecho prisionero y falleció Moctezuma, el gran líder mexica. Años más tarde, Hernán Cortés mandó construir ahí su propia casa que, a la postre, se convertiría en la sede del primer Cabildo de la Nueva España. Entre otros descubrimientos, los arqueólogos del PAU también han sacado a la luz el Templo de Ehécatl, dios del viento, y la cabecera de la cancha de Juego de Pelota, el mortal deporte que practicaban los mexicas.

En total han sido intervenidos 16 inmuebles en el centro histórico, aunque pocos hallazgos han despertado tanto interés como el Huey Tzompantli, una monumental ofrenda dedicada a Huitzilopochtli, el dios de la guerra. Según los últimos estudios, esta temible estructura estaba compuesta por una plataforma de 36 metros de longitud, sobre la cual se erigían postes con travesaños donde se clavaban las calaveras de los sacrificados. Los postes estaban a su vez flanqueados por dos columnas circulares, de cuatro metros de altura, compuestas por cientos de calaveras. Hasta la fecha se han identificado más de 600, pero se sospecha que hay muchas más. Los arqueólogos continúan trabajando en este espacio que no está abierto al público, pero cuyas puertas abre Barrera a este diario.

Según explica el arqueólogo, la gran mayoría de las calaveras pertenecen a hombres y mujeres de entre 20 y 35 años, «probablemente enemigos capturados o personas que se preparaban toda su vida para ello». También se han encontrado varios menores de edad, una práctica que habla sobre la brutalidad de estos rituales que no son exclusivos de los mexicas. «En Mesoamérica era una práctica muy común, diferentes sociedades recurrieron a los sacrificios por distintas razones, en el caso de los mexicas era una cuestión religiosa, creían que los dioses podían morir y había que alimentarlos para que continuase el ciclo de la vida», apunta Barrera.

El análisis de los cráneos en laboratorio ha permitido conocer mejor la realidad de los sacrificados. «Eran personas muy sanas, tenían muy pocas enfermedades», explica el arqueólogo, quien además lamenta que «muy probablemente», esta columna de cráneos no podrá ser visitada en las mismas condiciones que nos la enseña «por los riesgos que implica para la conservación».

Hasta el momento se ha encontrado una de las dos columnas del recinto, la otra sospechan que se encuentra debajo del jardín de la Catedral. Uno de los conquistadores que acompañó a Hernán Cortés, Andrés de Tapia, estimó el número de calaveras en 136.000 «sin las de las torres».

La tarea del PAU es inmensa, pero Barrera no se desanima y se muestra entusiasmado por «terminar de componer este rompecabezas». En su apogeo, Tenochtitlán fue la ciudad más grande del mundo, con una población estimada de 200.000 personas. Estaba rodeada de volcanes y erigida en medio de un gran lago, lo que le valió el apelativo de la Venecia del Nuevo Mundo. Los cronistas españoles decían que era «más grande que Roma o Sevilla» y estimaron que su plaza central era «dos veces más grande que la de Salamanca». Los conquistadores drenaron el lago y transformaron por completo una ciudad que, 500 años después, se ha convertido en una jungla de asfalto donde viven 22 millones de personas que, gracias a la labor de los arqueólogos, pueden asomarse a su pasado prehispánico.

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