Colaboraciones
Héctor Ramírez
«El amarillo es el color de la luz», le dijo ella mientras sus ojos permanecían ocultos por las gafas oscuras. El tanteó con los dedos para ubicar el plato y dejar la taza después de dar un suave sorbo a su express. Prefirió quedarse callado y no hacer referencia al río que en China lleva precisamente el nombre de Amarillo y que en los años 30’s se desbordó causando desastres terribles. Entre los datos que había leído, le pareció extraño que se mencionaran estimaciones de entre un millón y tres millones setecientas mil personas que perdieron la vida por las inundaciones
¿Cómo podían las cifras ser tan diferentes? Lo razonable sería que los números tuvieran un margen de error precisamente razonable, pero ¿cómo podría ser así hablando de un país que, hoy por hoy, tiene más de 1,400 millones de habitantes? Sin darse cuenta, nuevamente estaba envuelto en lo que ella siempre le criticaba: la acumulación de datos era una obsesión.
Su justificación era siempre la misma: un dato te llevaba a otro… y a otro… y a otro… y a otro como una espiral infinita, por eso cuando ella dijo amarillo el recordó también que ése es el color emblemático del emperador de China y, en consecuencia, de la monarquía; eso sin tomar en cuenta que alguna vez alguien le había mencionado que no era una exageración o una mentira, cuando decían que la tez de los chinos tenía, efectivamente, una tonalidad amarillenta.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por un sollozo casi imperceptible. Sabía perfectamente de qué se trataba. Ella no podía evitar la desesperanza por lo perdido, no podía olvidar que alguna vez todos sus sentidos estuvieron intactos, que conoció el amarillo y todos los demás colores de lo que llaman el círculo cromático, hasta que todo se apagó quedando como en tinieblas y no podía fingir que eso le afectaba mucho. No se resignaba. Él, en cambio, no extrañaba lo que nunca había conocido y era por eso que vivía intensamente todos los mundos que se abrían con los datos que devoraba en cuanta publicación caía en sus manos para, literalmente, ser leída.
Esperó un momento para que ella se calmara. Pagó la cuenta y los dos se incorporaron con un movimiento perfectamente sincronizado, desdoblaron sus bastones con el tradicional color rojo y blanco y echaron a andar por la calle. Él guiándola a ella porque era el más experimentado ya que nunca en su vida había conocido el color amarillo que, según le dijo ella, es el color de la luz.
Tomado de https://morfemacero.com/
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