Borja Ortiz de Gondra: «No se puede regalar el perdón ni segundas oportunidades a quien no asume el daño de ETA»

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Actualizado Martes,
12
octubre
2021

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El autor vasco cierra su trilogía familiar con ‘Los últimos Gondra’, una visita a la violencia del País Vasco y su proyección en las generaciones futuras

Borja Ortiz de Gondra, autor de ‘Los últimos Gondra’JAVIER BARBANCHO

La de Borja Ortiz de Gondra (Bilbao, 1965) es la historia de una huida sin final. De una sociedad, la del País Vasco en los 80, cargada de violencia y silencios. De una familia, los Gondra, en la que nunca fue aceptado por no seguir los designios. De un entorno en el que no cumplía ni las exigencias lingüísticas, sociales ni sexuales.

Y, sin embargo, este es también un eterno retorno, pasados los 50 años. «Mi huida no fue una liberación completa, esa es mi contradicción», reconoce el escritor. No lo fue porque, intentado «soltar amarras» del pasado en París o Nueva York, buscando ser «un autor cosmopolita» su mente volvió a Algorta. «Cuanto más me he ido, más he sentido esas raíces que tiran de mí. Cuando he metido mis manos en esa masa fangosa es cuando ha empezado a explotar el éxito».

Lo hizo en 2017 con Los Gondra, la primera parte de su trilogía; lo continuó la segunda, Los otros Gondra, y su novela, Nunca serás un verdadero Gondra, y ahora busca el cierre con Los últimos Gondra, que mañana estrena en el teatro Valle-Inclán. Una mirada al futuro y a sus generaciones para que «no repitan los errores», «la violencia» y «los silencios» que durante décadas han sido y, aún en ciertos momentos siguen siendo, habituales en el País Vasco.

Una idea que surge de «ver a gente muy joven, de 20 años, a la que todo lo que ha pasado en el País Vasco con el terrorismo de ETA le es indiferente porque mira al futuro y no le importa nada lo que pasó». Su contrapunto es esa «otra parte que mira el pasado con tanta distancia que lo romantiza». «Es muy doloroso y es una llamada de atención de lo que se puede repetir. Para ellos, los terroristas son lo que para mis abuelos eran los carlistas, luchadores románticos. Es gente que no ha visto el destrozo que deja el terrorismo, lo ve como una película del pasado y no entiende que hacen 10 años mataban a gente».

Fue justo entonces, en 2011, cuando la banda terrorista anunció el cese de las armas, cuando Borja Ortiz de Gondra se lanzó a escribir su historia y a cerrar «la herida» de su marcha «mirando hacia otro lado», de «una sociedad obsesionada con la lengua, la sangre y los apellidos en la que si no encajas en ese bloque no tienes lugar».

JAVIER BARBANCHO

Ahora, desde su exilio en Madrid, mira hacia el «lugar del mundo corroído por la violencia» que dejó en su juventud marcado por «un silencio hominoso» y «un cádaver en el armario» que es el del terrorismo, unido a «algunas familias que buscan dar pasos hacia la reconciliación». «Si no se reconoce que ETA hizo daño, no se puede regalar el perdón o las segundas oportunidades. Pero si alguien da ese paso creo que hay que pensar en las generaciones siguientes, en cómo conseguir que no perpetúen esto que vivimos nosotros», advierte al autor teatral, que también es protagonista de su obra.

Para Gondra, hay una frase fetiche, unas palabras del poeta polaco Czesaw Miosz que encabezan su novela y el cierre de su trilogía teatral: «Es posible que no haya más memoria que las heridas». «Esa frase me ha hecho entender que mi recuerdo siempre está ligado al dolor y que hurgar en esa herida no sé si la perpetúa o, al revés, va a servir para supurarla y cerrarla. Pero yo necesito que algo me mueva para ponerme a escribir».

Y, en esta ocasión, lo ha hecho la posibilidad del olvido que aprecia en su lugar de origen y su renuncia a la memoria vasca. «Yo nunca trato de hacer teatro demasiado político, pero en esta obra se ve como se organiza un ongi et orri a un etarra o como un hijo se va a la iconoclastia más brutal y dice que no importa nada de la memoria vasca. Esa es una postura que veo mucho porque ahora somos los más modernos, los más cool… visite Euskadi y el Guggenheim, no importa nada lo que hemos pasado».

Y, entre medias, Borja Ortiz de Gondra aprecia «las pequeñas esperanzas» de quien ha dado un paso al frente, ha cambiado, «se aferra a la vida» y «piensa en la siguiente generación». A menudo, mujeres. «No sé por qué, pero esa es la realidad», agrega con su mirada «desde la distancia».

«Los que nos hemos ido pero no nos hemos desvinculado tenemos una mirada muy interna. No dejas de ser vasco hasta que te mueres, aunque a veces sea una condena. Pero eres capaz de tener esa mirada crítica y plantearte que las cosas que muchos dan por normales no lo son», incide.

JAVIER BARBANCHO

Él consiguió entenderlo con «un proceso de madurez» al llegar a los 50 porque «empecé a sentir que tienes más pasado que futuro», «debes resolver ciertas cosas» y «tienes la libertad de que no te importa el qué dirán». «Siempre he tenido ese miedo, desde que fui al colegio y con seis años sabía que era distinto porque hablaban a mis espaldas», explica.

Pero lo vivió también en su casa, en el seno de su familia, donde no se aceptó ni su visión artística, ni su condición sexual. «Buscar tu propio camino es muy difícil porque hace mucho frío ahí fuera. Las familias tienen algo muy vampírico, te obligan a ser de una manera, pero también son acogedoras y te apoyan si cumples las reglas. Pero salir es la única manera de asumir tu identidad y proclamar lo que eres tú».

Él lo consiguió, aunque no deje de revisitar su huida en cada fragmento. Algunos fugitivos más lo han hecho también con sus textos. «Se ha acercado mucha gente para decirme que esto les ha servido o que sienten que estoy contando su historia. Eso me ayuda a entender que lo que yo he hecho no es simplemente exhibir mi pequeña historia, sacar mi egocentrismo, sino que comparto con el mundo algo común», relata. «Hubo mucha gente que no dio este paso adelante, mucha gente que en los 80 era todo lo que no se podía ser y se acomodó. Yo decidí que no».

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