Ni al rey ni al Estado conviene, quede semilla, o raza de éste o de todo Tupaj Amaru y Tupaj Katari por el mucho ruido e impresión que este maldito nombre ha hecho en los naturales… Porque de lo contrario, quedaría un fermento perpetuo…
Oidor Francisco Tadeo Díez de Medina.
Los periódicos exigen explicaciones inmediatas sobre lo ocurrido en Bolivia. Los medios de comunicación, impacientes y veloces “como deben ser”, quieren la nota rápida sobre la derrota del supuesto mediáticamente “dictador de izquierda que, al caer, da una lección al resto de dictadores en la región”.
La batalla que se perdió en Bolivia en la elección del 17 de agosto no fue sólo política: también fue una derrota cultural para nuestros pueblos. Todas y todos deberíamos reflexionar sobre lo que hicimos y dejamos de hacer en los diversos espacios que debían sostener la relevancia del proceso vivido por este hermano país desde inicios del siglo XXI.
Se ha hablado muchas veces del “Rico Cerro del Potosí”. Escritores e investigadores de distintas disciplinas han estudiado la cantidad de plata extraída de Bolivia y enviada a España gracias al trabajo no pagado de los pueblos originarios, que cada día arriesgaban su vida en la mina. Europa se enriqueció mientras Bolivia moría de hambre. El puente de plata que, según se dice, podría haberse construido para cruzar el Atlántico y unir ambos territorios, dejó bajo sí a miles de hombres y mujeres sin salario digno. El pueblo quedó expropiado de esa riqueza, repartida entre oligarquías financieras nacionales e internacionales. Estas, además de evadir impuestos y vaciar al Estado de sus capacidades como actor central en la economía, legitimaron su poder mediante medios de comunicación que crearon una agenda de “noticias” destinada a despojar también al Estado de su Historia y de la posibilidad de colectivizar tanto el trabajo político como el económico.
Bolivia fue, y sigue siendo, una Revolución del futuro. A inicios del siglo XXI abrió, junto con Venezuela, Ecuador, Argentina y México (donde, aunque ganó el PAN, la voluntad popular expresaba un deseo de cambio de modelo que después fue traicionado), una disputa entre la memoria revolucionaria y la Historia dominante.
La presidencia de Evo Morales, iniciada en 2005 y terminada en 2019 tras un golpe de Estado de carácter “blando” –que desde 2018 ya contaba con apoyo militar–, cambió el rumbo de la Historia regional. No sólo impactó en los movimientos populares y sociales, ni en los Estados que buscaban frenar la catástrofe de la acumulación capitalista en su fase imperialista neoliberal, sino en toda la región. La presencia indígena de Evo Morales fue un quiebre en el paradigma político heredado del colonialismo, que había construido la ficción de las “razas”. El nuevo presidente de Bolivia era indígena, campesino y líder sindical. Su gobierno no se reducía al discurso democrático propio de los periodos electorales: representaba un símbolo hacia la configuración de una nueva hegemonía cultural aún pendiente de consolidación.
A pesar de este peso histórico, las razones de la derrota del proyecto se hicieron presentes. Una crisis económica golpeó los bolsillos de la población, que en lo cotidiano no distingue entre partidos ni entre presiones geopolíticas. A ello se sumó el lawfare contra Evo Morales y las tensiones con el gobierno de Lucho Arce. Ambos procesos fueron amplificados por medios nacionales e internacionales que construyeron un discurso: votar por la izquierda equivalía a elegir la tragedia. Mientras los relatos populares intentaban explicar lo sucedido, los medios insistían en que la catástrofe había comenzado en 2005 con la agenda nacionalizadora y plurinacional. “Que vengan los privados a salvarnos del Estado” se volvió una consigna que funcionó como respuesta política ante el proyecto comunitario.
La complejidad del proceso supera el debate sobre si la Historia debió suceder así o si hubo un error que provocó la marginación del debate antiimperialista, anticapitalista, antineoliberal y plurinacional. La tragedia de nuestros pueblos trasciende la crisis boliviana. Contra lo que soñaron las constituciones del Estado Plurinacional de Bolivia y de la República Bolivariana de Venezuela –que pusieron sobre la mesa el dilema ético de la riqueza y el saber como derechos colectivos– hoy prevalece la privatización de los recursos y un sistema mediático capaz de construir hegemonía durante y después de una elección.
Queda mucho por pensar y por hacer. Una de nuestras tareas imprescindibles será hacer memoria sobre lo ocurrido y volver a imaginar el futuro de esperanza.
Marcela Roman*
*Licenciada en historia, maestra y doctora en estudios latinoamericanos por la UNAM. Ha participado como analista en diversos medios de información nacionales y extranjeros, además de crear el podcast de entrevistas “Casa de Brujas”. Actualmente analiza la construcción de poder geopolítico con base en los discursos que se difunden en diversos espacios de información.
Tomado de https://contralinea.com.mx/feed/
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