‘Berlanguiano’, la exposición que hace de Berlanga Patrimonio Nacional

La Academia de Cine celebra el centenario del nacimiento del director con una muestra, inaugurada por los Reyes, en la que la historia de España se refleja en su cine Leer#ExpresionSonoraNoticias Tomado de http://estaticos.elmundo.es/elmundo/rss/cultura...

Actualizado Miércoles,
9
junio
2021

13:21

La Academia de Cine celebra el centenario del nacimiento del director con una muestra, inaugurada por los Reyes, en la que la historia de España se refleja en su cine

La reina Letizia durante la inauguración de la exposición ‘Berlanguiano’.Javier LizonEFE

No se trata tanto de entender la obra de Berlanga, como de comprender España a través de Berlanga. La frase en su momento pronunciada por el hijo, además de productor, del director de ‘El verdugo’ bien podría ser el argumento que soporta y embellece ‘Berlanguiano‘, la exposición a cargo de la Academia de Cine que desde el miércoles ocupa uno de los salones de, academia por academia, la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid y que fue inaugurada por los Reyes. Se trata de un recorrido por la obra del cineasta del que el sábado se cumplen 100 años de su nacimiento que también es radiografía de un país entero, el nuestro. «Es un plano secuencia de su obra, de su vida y de la nuestra», resumía a pie de muestra Mariano Barroso, también director de cine y presidente de la academia de su ramo. Decía Berlanga que él con su cine no pretendía dar un golpe de timón en este barco a la deriva que es la sociedad nuestra desde el franquismo al posfranquismo pasando por la Transición y la postransición hasta llegar a la democracia y la posdemocracia. Él mantenía que su único empeño con cada una de sus películas era mear en el mismo sitio, a ver si conseguía así abrir un agujero por el que se termine hundiendo el barco. Y a su modo, y con el respeto debido, eso es la exposición también: una bonita, gloriosa y hasta muy relajante meada.

Berlanguiano‘ abre los ojos del visitante en un espacio a media luz ocupado por fotos de aquella época, finales de los 40 y alrededores, que vieron nacer el talento del valenciano. Son instantáneas que retratan un ‘glamour’ acre y con nicotina entre los dedos, y son retratos de una España esencialmente pobre hasta en sus mejores galas. Ahí, Berlanga, que ya había pasado por en frío de la División Azul y antes por la infinita amargura de las secuelas de la guerra, se dejó caer desde su tierra natal a Madrid para estudiar en el recién creado Instituto del Cine. Lo que se adivina, más que lo que se ve, es el deseo de ser otro, de ser diferente, de fundar un nuevo cine. La exposición termina con el homenajeado con un Goya de honor entre las manos reconociéndose heredero de la comedia española popular y dando las gracias al mismo Arniches. Entre un momento y otro, película a película, lo que se homenajea y se ve no es tanto la obra de Berlanga como, de nuevo, España entera vista por Berlanga. De repente, todos somos él. Brillante.

«La idea es descubrir los códigos de cómo se entrecruza su cine con la vida y el porqué de su identidad tan popular en la tradición realista de la cultura española», comenta doctoral Esperanza García Claver como la encargada de la exposición que es. Tan válidos, o más, que los documentos que uno espera y admira en una exposición de estas características (guiones más o menos inéditos, fotos de rodaje por fuerza sorprendentes y explicaciones puntuales de todo lo anterior) son las afinidades no necesariamente electivas con las otras imágenes. Sorprende el paralelismo cerca del milagro entre el cine de Berlanga y las fotografías firmadas por Gianni Ferrari, Cristina García Rodero, Francisco Ontañón, Elliot Erwith, Vicente Nieto, Martín Santos Yubero o Joana Biarnés. Lo que se acierta a ver es, otra vez, la forma en la que España cobra forma y vida a través de una filmografía con el aspecto y la intención de espejo. Y ahí luce con todo su esplendor la mirada más que clara completamente comprometida con cada una de las gamas de lo turbio de Berlanga. Berlanga, de repente, se emparenta con el mismo Goya en la perfecta descripción de cada una de nuestras debilidades tan trágicas como cómicas, tan de idénticas a nosotros mismos, tan ‘berlanguianas‘.

Cuando se llega a ‘El verdugo’, la película de 1963 que redefine el sentido mismo del cine, la muestra adquiere el tono lúgubre y a la vez delirante de esa escena en la que el que mata y el que muere, ejecutor y víctima, son conducidos a la fuerza al calvario de la más íntima contradicción que a todos nos señala. ¿El mejor plano del cine español? Es entonces cuando todo cobra sentido en su agrio sinsentido. Cuando lo que toca es ‘Plácido‘, de 1961, lo que se ve es la paradoja de un mundo pobre y rico a la vez, miserable y tierno, negro y alegre, cutre e irrenunciable. La trilogía de la escopeta, de la misma manera, vuelve a demostrar su certera puntería. La de él y la de su inseparable Rafael Azcona. Cada una de las película apunta al pasado y acaba por hacer diana en nuestro presente. La dictadura del hambre, la de los falangistas, la de los tecnócratas, la de los miembros del Opus dei, la del desarrollismo y la dictadura de la dictadura viene antes de la democracia incipiente, la que se corrompe, la que se alborota y la que acaba en la cárcel. Pero la de Berlanga no es la mirada de un historiador sino la de Berlanga, que si no más transparente sí es mucho más profunda, divertida y cruel. Todo en uno.

Los héroes de Berlanga son colosos anónimos en situaciones siempre desastrosas. La definición es de Jardiel Poncela y la citaba el propio Berlanga como inspiración. Todo su cine discurre en un único plano coreografiado con una precisión extraña tan pueril como extravagante. Todo avanza entre la imaginación y el sueño con una naturalidad irrefutable en la que los marqueses reprimidos, los pelotas, los vagos, Luis Ciges, la caspa y lo excelso conviven en una mágica irrealidad casi hiperreal. Y la exposición se hace cargo de ello cuando en mitad del recorrido cronológico se interrumpe con un espacio donde infinidad de las escenas más reconocibles se componen en un mosaico en el que Berlanga se hace carne. El desfile de los moros y cristianos, los fuegos artificiales de Calabuch, la llamada al verdugo en las cuevas del Drach, el banquete de paella en la prisión o la muñeca que flota desconsolada al final de ‘Tamaño natural’, todo se confunde en un única imagen. En una única meada.

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