septiembre 20, 2024

Aviso de incendio

“Benjamin lanzó sobre la época su legendario aviso de incendio: ‘es preciso cortar la mecha encendida antes de que la chispa llegue a la dinamita’. Pareciera que esa explosión ya ha sucedido, a pesar de que sigamos aferrados al delirio de...

Ta Megala           

Fernando Solana Olivares

Hermann Broch, el poeta renuente, como lo llamó Hannah Arendt —“fue poeta a pesar de sí mismo”, escribe—, afirmaba que la verdadera seducción del mal es un fenómeno estético en el cual los hombres de dinero y los hombres de poder quedan encantados con la consonancia de su propio sistema dogmático, y se convierten en asesinos y depredadores porque están dispuestos a sacrificarlo todo para defender la “hermosa” coherencia que perciben en él. Así vincula los dogmatismos, sistemas cerrados alrededor de una creencia única, con el mismo mal.

         Para Walter Benjamin —quien también vivió, en palabras de Arendt, ese periodo de la noche histórica donde el reino público se ve oscurecido y se torna tan dudoso que la gente no pide a la política otra cosa que “demostrar una verdadera consideración por sus intereses vitales y la libertad personal”—, el mal se manifiesta en un estado particular del tiempo presente, que ya ocurrió en el pasado aunque nunca con la unanimidad de ahora: la eterna reproducción de lo mismo.

       El marxismo comparó la monótona tortura del obrero moderno, condenado a repetir sin descanso el mismo movimiento mecánico, con el castigo de los dioses a Sísifo para empujar penosamente hasta la cima de una colina un bloque de piedra, que volverá a caer una y otra vez obligándolo a comenzar de nuevo. Según Benjamin no sólo el obrero sino toda la sociedad moderna dominada por la mercancía está sometida a la repetición, a un “siempre lo mismo” disfrazado de novedad y moda, al sistema histórico de un mundo mercantil determinado por los objetos, por sus envolturas y apariencias en febril mutación. Un mundo en el cual la mayoría de la humanidad ha cumplido el papel de los condenados.

       El dogmatismo es un sistema cerrado, repetitivo y excluyente que oculta la causa de las cosas pero sufre sus atroces consecuencias. En varios de sus textos Benjamin sugiere la correspondencia entre modernidad, progreso y condena infernal. Cita una idea de Strindberg que Borges después mencionará: “el infierno no es en absoluto lo que nos espera, sino esta vida”. Esa constatación no obsta para que Benjamin proponga la organización del pesimismo junto con una interpretación inédita de la historia en el pensamiento humano, una lectura a contrapelo de la parálisis dogmática: el punto de vista de los vencidos, de los parias de todas las épocas.

       Reuniendo por primera vez su propia tradición teológica judía con el marxismo, Benjamin planteó la visión de una historia donde una cruenta guerra de clases no deja de suceder desde las rebelión de los esclavos de Espartaco hasta las últimas insurrecciones de los desposeídos, y en la cual uno de los polos, la clase dirigente y sus oligarquías, no ha cesado de imponerse a los oprimidos para elaborar, desde la antigüedad hasta ahora, una “filosofía del éxito y la victoria” que consagrará los provechos de unos pocos, obtenidos siempre a costa de todos los demás, como fatalmente necesarios, irrevocables y éticos.

       De muchas maneras el estado de excepción de la historia va llegando a su final cíclico, y en dicho escenario el Mesías encarnado en los oprimidos se enfrentará al Anticristo representado por las clases dirigentes y sus sistemas cerrados, por el necrocapitalismo terminal, luchando por instaurar otro destino humano posible, la sociedad sin clases. Esa redención, sin embargo, no es un acaecer que Benjamin asuma como desenlace histórico garantizado, porque las derrotas de los desposeídos y miserables en el combate emancipador humano ocurren desde hace milenios.

       Las negativas a “seguir el tren del mundo moderno” fueron asumidas por Benjamin como poderosas virtudes de los movimientos culturales de vanguardia, el surrealismo sobre todo, lo mismo que del pensamiento independiente. Tanto Broch como Benjamin se parecen en el alcance de un soberbio fracaso, pues los dos murieron sin poder conocer los resultados de su reflexionar de otra manera sobre cuestiones como el progreso, la religión, la historia, la utopía, la política, el arte y la literatura.

       El pensamiento cerrado, dogmático, aquella forma de la repetición mecánica representa lo contrario a la “inescapable tarea” que Broch demandaba: el carácter imperativo del reclamo moral humano. En la misma actitud ontológica Benjamin lanzó sobre la época su legendario aviso de incendio: “es preciso cortar la mecha encendida antes de que la chispa llegue a la dinamita”. Pareciera que esa explosión ya ha sucedido, a pesar de que sigamos aferrándonos al delirio de celebrar ávidamente lo que nos destruye, engañados por su sentimentalismo y su enajenante materialidad, sin importarnos que el fin de la civilización sobrevenga mañana.

       “¿Qué ha sido ‘resuelto’? —se preguntará Benjamin—. ¿Acaso todos los interrogantes de la vida ya vivida no han quedado atrás como un boscaje que nos impedía la visión? Apenas se nos ocurriría arrancarlo, ni siquiera aclararlo. Seguimos caminando, lo dejamos atrás, y si bien de lejos lo abarcamos con la mirada, lo vemos borroso, sombrío y tanto más misteriosamente enmarañado”.

       Todo incendio se percibe cuando ya comenzó.

Tomado de https://morfemacero.com/