El laberinto del mundo
José Antonio Lugo
- Dreyfus y Émile Zola
París, 13 de enero de 1898
M. Félix Faure
Presidente de la República Francesa.
Señor:
Puesto que se ha obrado tan sin razón, hablaré. Prometo decir toda la verdad y la diré si antes no lo hace el tribunal con toda claridad.
Es mi deber: no quiero ser cómplice. Todas las noches me desvelaría el espectro del inocente que expía a lo lejos cruelmente torturado, un crimen que no ha cometido.
Ante todo, la verdad acerca del proceso y de la condenación de Dreyfus. (…)
Señor Presidente, concluyamos, que ya es tiempo.
Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido.
No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que se refieren a los delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo a disposición de los Tribunales.
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.
Así lo espero.
Émile Zola
Esta famosísima carta, que convirtió a un novelista en un intelectual comprometido social y políticamente, no sólo desde la literatura, ha tenido una enorme repercusión positiva, abriendo la puerta a escritores que se comprometen con las mejores causas -y a veces no tan mejores-.
Dreyfus era judío. Francia era una sociedad -lo mostró Proust en su novela A la búsqueda del tiempo perdido– profundamente antisemita. La carta de Zola exhibía ese antisemitismo y cómo se fabricó la culpabilidad del teniente Dreyfus.
- Un ascenso en 2025
Leo en el New York Times de esta semana que la Asamblea General Francesa -el Parlamento- ha ascendido a Alfred Dreyfus (1859-1935) al rango de General de Brigada. Su tataranieto, Michel Dreyfus, declaró: “Fue rehabilitado judicialmente, pero nunca militarmente, una herida que lo condujo a abandonar las armas”.
Es un noble gesto, el de este ascenso que tiene lugar 90 años después de su muerte.
- Luces y sombras.
Esta necesaria y loable reivindicación se da en el contexto mundial en el que el antisionismo crece por todo el mundo (intencional y manipulatoriamente hecho pasar por antisemitismo) a partir de las acciones genocidas de Israel contra los gazatíes y su ilegal apropiación en la práctica de la franja de Gaza. Si bien hubo una afrenta por parte del grupo radical Hamás -que no minimizo- la respuesta ha sido desproporcionada. Y ha ocasionado destrucción, sufrimiento y miles de muertos.
Por otro lado, Francia envió, entre 1940 y 1944, a 76 mil judíos a los campos de concentración de Alemania. Una culpa que sigue viva.
Ante el anuncio de la reivindicación de Dreyfus, en París tres sinagogas y un restaurante judío fueron vandalizados con pintura verde -en referencia a Palestina-.
El presidente francés expresó sus intenciones de reconocer como nación al Estado palestino, lo que ha enfurecido al primer ministro israelí y ha hecho tambalear la decisión de Macron, que mandó a Tel Aviv una delegación de alto nivel diplomático.
Mientras, en un acto digno de las novelas de Zola, los trabajadores portuarios de Marsella se rehúsan a transportar por barco material militar francés a Israel “para no participar en el genocidio en curso”.
Así estamos, luces y sombras en un mundo convulso, donde coexisten la nobleza y el horror.
Tomado de https://morfemacero.com/
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