América Latina es un territorio de disputa. La diversidad de elementos naturales que la hacen una región única y estratégica en términos geopolíticos –como el agua, el gas, el petróleo, el litio y una diversidad de minerales de los que depende la producción capitalista mundial–, también la convierten en objeto de guerra dentro de la competencia del mercado financiero por el control de recursos. Hoy se defiende la soberanía territorial nacional como un común de las resistencias políticas contra el capitalismo, entre las que destacan también las luchas por el poder del Estado y la organización del movimiento popular.
La unidad latinoamericana ha sido vista en varios sentidos como una estrategia de liberación del imperialismo y del sistema colonial, pero también como unidad simbólica asumida en medio de la tragedia y la guerra llamada “modelo económico”, como ha sido el proyecto de desplazamiento popular del territorio, el poder y los medios de producción en el denominado neoliberalismo. Todo ello, ante el silencio del poder mediático.
La experiencia común regional latinoamericana pasa tanto por las causas de las revoluciones sociales de gran calado, como por la reivindicación de derechos sociales desde la experiencia cotidiana, que ya se explica como una imposición privatizadora causante de los mayores despojos de los bienes públicos para ser entregados a grandes capitales u oligarquías nacionales e internacionales.
Antonio Gramsci hablaba del pesimismo de la razón y del optimismo de la voluntad. Para nuestra región es importante pensar ciertos procesos que nos harían sentirnos más pesimistas; por ejemplo, el revés histórico que sufre Argentina tras la llegada del ultraderechista Javier Milei, después de casi dos décadas de progresismo en el siglo XXI. Años que definieron su historia como una abierta disputa política de amplios debates libres sobre el camino que seguía el pensamiento crítico, como experiencia política del Estado, y al haber sido, además, un referente latinoamericano. Hoy, lo que sucede en esa nación, es una experiencia que se recupera como una totalidad, para entender la magnitud del poder que tiene Milei, y cuya victoria reciente es encarcelar a Cristina Fernández de Kirchner después de una intensa guerra jurídica –que no sólo buscaba su desaparición pública como representante popular, sino incluso su desaparición física, con el intento de asesinato que había sufrido–.
Y así como Argentina es objeto de análisis desde las izquierdas latinoamericanas, también lo es para las derechas. Hoy, diversos ideólogos de la derecha recuperan al presidente argentino bajo un modelo autoritario que somete a sus poblaciones a la crueldad de la ausencia de recursos públicos, para sostener una vida gravemente precarizada con el desfinanciamiento del sector público: ir contra el salario digno, la ciencia, la educación y la salud. Ello es parte de la agenda latinoamericana que, al ser el cuerpo del capitalismo, genera una versión pesimista de nuestra realidad común.
Sin embargo, ante el oscuro panorama de una revitalización del silencio que, aunque grave, logra ocultarse –como los casos de la precarización de la vida laboral en Argentina o el estado de sitio en el que permanece Ecuador–, nuestros retos pasan por una agenda de voluntad política transformadora que resulte en correspondencia con una vida política diversa.
Ante esta complejidad, los medios de comunicación eligen silenciar, ocultar, mentir y, en general, desinformar. Ejemplo de ello es que ocultan cómo se está promoviendo con recursos extranjeros la división política en Bolivia; por eso hoy se conoce muy poco lo que pasa en aquel hermano país sudamericano, que tanto luchó por un nuevo poder originario y popular a inicios del siglo, y que ha enfrentado diversos tipos de injerencismo.
Para alimentar el pesimismo, los medios logran que pensemos también que el gobierno de Venezuela –no sólo de Nicolás Maduro, sino también el del ya fallecido Hugo Chávez– es la peor dictadura del socialismo. Lo dicen todo el tiempo, de todas las formas, como referente pesimista para lograr el control de las ideas de libertad. Promover con dinero público en los países conservadores los recursos contra las ideas de crítica al capital y, a su vez, la sumisión al imperialismo de Estados Unidos, son dos de los grandes proyectos de propaganda que son fácilmente entendidos por el paradigma mediático hegemónico hoy. ¿Dónde queda la voluntad liberadora? En la expresión ya posible de otros proyectos alternativos que cada día alimentan el debate, con la apertura de medios que discuten la diversidad de discusiones necesarias y con una pugna permanente por hacer de toda alianza política una alianza por lo común.
* Licenciada en historia, maestra y doctora en estudios latinoamericanos por la UNAM. Ha participado como analista en diversos medios de información nacionales y extranjeros, además de crear el podcast de entrevistas “Casa de Brujas”. Actualmente analiza la construcción de poder geopolítico con base en los discursos que se difunden en diversos espacios de información.
Tomado de https://contralinea.com.mx/feed/
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