¿Algo se mueve en la derecha anglosajona que gira en torno al conservadurismo de los podcasts? ¿En esa “masculinidad” en la que dominan los bro-casters encabezados por Joe Rogan? Así parece. Pero hacía falta la autoridad de Douglas Murray, británico, conservador y reciente autor de “On Democracies and Death Cults: Israel, Hamas and the Future of the West”, para decir lo que hasta ahora era indecible: ¿por qué en el Roganverso se da espacio a todo el mundo para despotricar, aunque no sea precisamente a quienes tienen competencia específica para intervenir en el tema en cuestión?
Murray se lo dijo abiertamente a Rogan durante un episodio reciente de su popular podcast, “The Joe Rogan Experience”. El periodista británico, según escribió The Atlantic, “tiene razón sobre las deficiencias de Rogan en la elección de sus invitados. En los últimos años, Rogan ha invitado a una serie de excéntricos que se consideran a sí mismos galileos solitarios que se oponen a las grandes empresas farmacéuticas o al ‘deep state’. Sin embargo, su influencia, popularidad y poder de patrocinio son tan grandes que pocos invitados se atreven a desafiarlo; otros podrían argumentar razonablemente que Rogan ya recibe suficientes críticas por parte de la corriente liberal dominante”.
Hasta ahora, nadie de la derecha le había dicho a JR lo que había que decir, permitiéndose incluso el lujo de criticar a la falange de podcasters cercanos, aunque solo sea culturalmente, al trumpismo. Donald Trump tiene una gran deuda de gratitud con podcasters como Rogan, porque le han permitido afianzarse en un sector valioso y específico del electorado que escucha regularmente sus programas. El Financial Times también se ha hecho eco de ello. Durante la última campaña electoral, Trump se saltó el programa de la CBS, 60 Minutes, rompiendo una tradición de varias décadas. “Este grupo, una constelación de influencers y cómicos que giran en torno a la superestrella Joe Rogan, ha sido apodado ‘machosfera’ por su influencia sobre los jóvenes estadounidenses”.
En una época de desconfianza del electorado hacia los medios de comunicación tradicionales, estos podcasters han ofrecido una alternativa en la línea de MAGA. Dan Bongino es uno de ellos y, por ello, se ha convertido en subdirector del FBI. Es uno de esos podcasters que han dado a Trump un consenso estructurado entre los votantes menores de 30 años. “Más de la mitad de los hombres menores de 30 años apoyaron a Trump, según AP VoteCast, una encuesta realizada a más de 120.000 votantes, mientras que el demócrata Joe Biden había obtenido una cuota similar de este grupo cuatro años antes”, ha escrito Associated Press: “Este año, los hombres blancos menores de 30 años se mostraron claramente a favor de Trump –aproximadamente 6 de cada 10 votaron por él–, mientras que los jóvenes latinos se dividieron entre los dos candidatos. La mayoría de los negros menores de 30 años apoyaron a la demócrata Kamala Harris, pero alrededor de un tercio respaldó a Trump”.
El nuevo presidente de Estados Unidos ha podido contar en su carrera política con una arraigada desconfianza en el sistema periodístico tradicional. “En el mainstream, los bro-casters pueden ser vistos como los sucesores de los shock-jocks como Howard Stern. Su irreverencia y su lenguaje soez, que traspasaba los límites, gustaban a la generación X porque estaban envueltos en una capa de distancia irónica”, escribía el Financial Times a finales de diciembre: “Luego, el viento cambió. La anarquía artificial de las tertulias de radio fue sustituida por la autenticidad artificial de los influencers. No hay rastro de ironía en la jerga psicológica de autoayuda de Jordan Peterson, ni en los puñetazos entre ejecutivos de Steven Bartlett, ni en el machismo del ex Navy Seal Shawn Ryan. Todos quieren que los tomen en serio como buscadores de la verdad y, al mismo tiempo, que los admiren como caricaturas de la masculinidad. El bro-casting es lo que ocurre cuando un público quiere respuestas, pero está harto de los expertos”. Con los bro-casters todo es más fácil, incluso para Trump cuando es invitado a sus programas, porque hay un respeto mutuo. Un respeto que no puede existir con los medios de comunicación tradicionales.
Por otra parte, según el sociólogo Manuel Castells, “los medios de comunicación no son el cuarto poder. Son mucho más importantes; son el espacio donde se construye el poder. Los medios de comunicación constituyen el espacio en el que se deciden las relaciones de poder entre los actores políticos y sociales en competencia” Pero Trump no quiere que haya competencia, porque en su opinión ya ha ganado. Los bro-casters son simplemente sus compinches. Gente con la que charlar en el vestuario. Murray ha tenido el valor y el mérito de decir que el podcaster está desnudo. Incluso el que se esconde detrás de la frase “Oye, yo solo estoy haciendo preguntas”.
Pero es en la selección donde reside el oficio de la información, especialmente hoy en día, con toda esta sobreabundancia de estímulos y datos. De lo contrario, nos prestamos más o menos voluntariamente a la desinformación (que es diferente de la información incorrecta que se da sin saber que es falsa). Que es, en definitiva, el objetivo de estos movimientos político-culturales, como explica Lee McIntyre en Disinformazione (UTET Università, 2024): el objetivo “no es persuadir, sino confundir y desorientar al adversario hasta el punto de que se vuelva cínico sobre el contenido con el que podría rebatir”.
Publicado originalmente en Public Policy.
Tomado de https://letraslibres.com/
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