—Mamá, ¿para qué sirven las cárceles?.
—Son como un vertedero donde tiran a los pobres que molestan, cariño.
Agustín siempre ha tenido presente estas palabras de su madre. Sin embargo, en este momento, la frase materna resuena constantemente en su mente. Esta sigue operativa, a diferencia de su cuerpo, ennegrecido por los moratones, que apenas puede moverse. Es absolutamente incapaz de levantarse del suelo de la cárcel de Carabanchel.
El periplo de Agustín Rueda hasta la prisión madrileña comienza en una colonia industrial de Sallent, un pueblo minero de Barcelona donde nace en noviembre de 1952. Su madre es tejedora y su padre minero. En su adolescencia tiene que empezar a trabajar y su activismo despierta. Intenta dinamizar el barrio con conferencias, recitales, equipos de fútbol… Pero no se conforma con eso y, tras una manifestación, pierde por primera vez la poca libertad que tiene. Al salir de la cárcel Modelo ya está en las listas negras de los poderes fácticos de la zona. Apenas consigue trabajar hasta que tiene que hacer la mili. Durante este período fallecen sus padres y pierde la vivienda.
Su compañero Alfredo le masajea las piernas para reactivar la circulación sanguínea. Agustín no siente nada más abajo de las rodillas. Llegan los médicos de la cárcel. Primum non nocere (“lo primero es no hacer daño”), reza una máxima de la medicina. Los facultativos de Carabanchel la entienden al revés: la atención médica consiste en unas pastillas para el dolor y una patada más, en esta ocasión en las costillas. Pocas horas más tarde, Agustín pierde toda la sensibilidad de las piernas.
Al terminar el servicio militar, se encuentra a caballo entre Sallent, donde continúa el acoso, y Francia. Se implica políticamente en grupos autónomos y cruza varias veces la frontera con material clandestino. En una de estas le pillan. En la cárcel de Girona la lección de su madre cobra fuerza y Agustín actúa para cambiar el destino: se une a la recién creada Coordinadora de Presos En Lucha (Copel). Con una España entre rejas como logo, la organización pone patas arriba los vertederos de pobres. Con una contundencia que llega a los motines y las autolesiones, la Copel plantea cinco cuestiones: Ley de Amnistía también para los presos sociales, reforma participativa del Código Penal, depuración de franquistas en las instituciones represivas, abolición de las jurisdicciones sociales y la única reivindicación que se cumplirá: reforma de la Ley Penitenciaria. Desde luego, la coordinadora es un imán para los rebeldes encarcelados como Agustín Rueda, a quien castigan por ello enviándole a Madrid el 1 de enero de 1978. A nadie le gusta estar en prisión, y hay gente que incluso trata de escapar. El 13 de marzo los carceleros descubren un túnel excavado desde el comedor de la séptima galería. Varios presos destacados son interrogados. Agustín se lleva la peor parte.
A las diez de la noche ya no es capaz de vocalizar. Tiembla de frío y tiene la mirada perdida. Se lo llevan a rastras. A las 7:30h un médico certifica que el interno Agustín Rueda ha sufrido un shock traumático con resultado de muerte. Diez años más tarde, los responsables de la cárcel, varios funcionarios y los médicos son condenados a varios años de prisión. Sorpresas te da la vida, el que cumple más tiempo de condena está a los ocho meses en la calle.
Chicho Sánchez Ferlosio le dedicaría su canción “¿Hay libertad?”:
Amigo Luis Llorente, que fuiste preso ayer;
escúchame Felipe; Santiago, entérate:
bajad de esos escaños forrados de papel,
que Agustín Rueda Sierra murió en Carabanchel.
¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!
Si cuatro de uniforme te empiezan a pegar.
¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!
Tendido está en el suelo y no contesta ya.
Bonita democracia de porra y de penal;
con leyes en la mano te pueden liquidar.
Y a aquél que no lo alcanza de muerte un tribunal,
lo cogen entre cuatro y a palos se la dan.
¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!
Lo sacan de la cárcel para ir al hospital.
¿Hay libertad?; ¡Qué libertad!
Agustín por buscarla, miradlo cómo está.
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