El laberinto del mundo
José Antonio Lugo
I. Don Miguel y don William
En Los extraños reinos: Cervantes y Shakespeare, su autor, Fernando Solana Olivares, pone a dialogar a los dos genios de la literatura universal, cuya muerte el mismo día (23 de abril) dio origen al Día Mundial del Libro y la Lectura, que estamos celebrando estos días. Veamos:
«Cervantes: Le cuento un cuento que luego van a contar. Un autor desmelenado y hambriento, tanto de comida como de posteridad, hace un pacto con el demonio en la Biblioteca Británica. Podría volver dentro de un siglo, una tarde igual a esa, a revisar los catálogos de obras y recesiones. Variante A: Al hacerlo descubre que es famoso y canónico. Variante B: descubre que sólo se le conoce por un pacto con el demonio para regresar un siglo después y hacer una consulta. Se llamará Enoch Soames. No quiero leerlo.
Shakespeare: Puedo hablar sobre la duda, pero creo que hacerlo es tarea suya. Usted es corto de entendederas. Muy obsesivo».
Solana escribe estas líneas y, gracias a la magia de la lectura, estamos viendo/oyendo a los dos grandes maestros. Es lo que hace la lectura, nos permite ingresar a otros mundos, geografías, tiempos, sensibilidades.
II. La lectura como afirmación de la vida
En la entrevista/libro que Marguerite Yourcenar, Nuestra Señora de las Letras, concedió a Mathieu Galey, la autora de Opus Nigrum declara: «Cuando se ama la vida, es normal que se lea mucho».
Se lee por querer vivir más, por no quedar aislado en una caja de cemento –un departamento– o una casa, en medio del tedio de las rutinas de la vida cotidiana.
Se lee para soñar lo que no hemos vivido ni viviremos jamás. A menos que creamos en la reencarnación, no estuve en Roma en la época de Adriano, pero puedo estar allí gracias a Yourcenar.
Se lee para, a través de la lectura de otros libros, leernos a nosotros mismos. Desde que lo leí por primera vez, durante décadas leí una vez al año El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell. Cada año me fijaba en frases diferentes y me parecían menos interesantes otras que me fascinaban. Así, como un especialista en árboles ve los distintos anillos de la corteza de un viejo ejemplar, yo veo mis cambios en mis distintas lecturas del mismo libro.
Se lee para tener la vana ilusión de aprehender y comprender el mundo. Quizá alguien que no lee lo comprenda mejor, pero los lectores creemos que atrapamos el sentido evanescente de la vida al leer otras vidas en las novelas.
Se lee por placer, nomás, sin explicación ni teleología alguna.
III. Recuento de mis amigos
Intentaré para ustedes un recuento de mis amigos más queridos (no incluyo los amores, que se cuecen aparte, aunque un buen amor es siempre, también, una gran amistad).
Pienso en un puñado de amigos que me han acompañado a lo largo de la vida y en cierto modo la han moldeado. Muchos han sido también mis maestros: Andrés Albo, Andrés Ordoñez, Laura Emilia Pacheco, Hernán Lara Zavala, Mauricio Carrera, Martín Hernández Ponzanelli, Luis Lesur, Sergio López Ayllón, María Romero, Fernando Solana Olivares, Maribel Portela. Son once.
Van otros 11, se los presento:
Lawrence (Durrell). Su novela, El cuarteto de Alejandría y su prosa alucinante me han acompañado siempre. Sin él, no sería yo.
Marguerite (Yourcenar). Su personaje Zenón y su capacidad de duda me asombran. Sin ella, no sería yo.
Mijáil Afanasiévich (Bulgakov). La alucinante historia de Messere Voland y su llegada a Moscú, acompañado del gato Popota, me hacen feliz.
Gustave (Flaubert). Su amor por la escritura, la torpeza de Emma, la fascinación que ejerce Salammbô, me seducen y fascinan.
Vladimir (Nabokov). Ada y Lolita son también mis amigas. Humbert Humbert y Van Veen cuentan con toda mi simpatía.
Márai (Sándor). Los personajes femeninos de sus novelas me han estrujado el corazón, desde El último encuentro hasta La mujer justa.
Dinesen (Karen, la baronesa Blixen). Babette, su generosidad y su maestría gastronómica, me deleitan cada vez que releo ese cuento fundamental.
Elías (Canetti). Me ha hecho pensar, y también reír a carcajadas al ver la locura de Peter Kien, su sinólogo, su «cabeza sin mundo».
García Ponce (Juan). He de confesar que durante años tuvimos un ménage á trois, Inmaculada, él y yo.
Alejandro (Rossi). Acaban de salir sus Diarios. Fui su discípulo en un taller literario que coordinó. Me distinguió con su amistad.
Jorge Luis (Borges). Por haber escrito: «Por el arte de la amistad» y «Por el amor, que nos permite ver a los otros como los ve la Divinidad».
Sin estos 22 amigos, no sería quien soy (aunque, para mi gran fortuna, no son los únicos).
La lectura nos hace crecer y nos transforma, siempre y cuando nos entreguemos a ella sin reservas. Igual que con la vida.
Cerremos donde comenzamos: «Cuando se ama la vida, es normal que se lea mucho» (Marguerite Yourcenar).
Tomado de https://morfemacero.com/
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