La historia de Ralph Baer merece ser contada. Y su obra, apreciada. A este ingeniero, en gran medida autodidacta, le debemos la creación de la primera consola de videojuegos comercial. El título de «padre de los videojuegos» que de una forma prácticamente unánime le han otorgado los historiadores y los periodistas especializados en esta forma de creación artística se lo ha ganado a pulso.
Para el grueso de los aficionados no es tan conocido como Shigeru Miyamoto, John Carmack, Yu Suzuki o Ron Gilbert, entre muchos otros geniales diseñadores de videojuegos, pero sin su trabajo quizá estos creadores no habrían llegado adonde lo han hecho. Ralph Baer ha pasado a la historia junto a William Higinbotham, Josef Kates, John Makepeace Bennett o Raymond Stuart-Williams, los auténticos pioneros que afianzaron las bases de una forma de expresión disfrutada hoy por millones de personas.
De la Alemania nazi a la eclosión tecnológica estadounidense
Su nombre de pila, Rudolph Heinrich Baer, delata su origen con claridad. Ralph Baer nació en Pirmasens, una localidad alemana muy próxima a la frontera con Francia, en 1922, once años antes de que Adolf Hitler ganase las elecciones que le llevaron a dirigir con puño de hierro la Cancillería alemana. Cuando tenía catorce años, y con los nazis ya en el poder, Ralph fue expulsado de la escuela pública en la que estudiaba debido a su origen judío.
A mediados de la década de los años 30 la corriente antisemita instigada por los nazis ya había alcanzado su pleno apogeo, por lo que la familia Baer, consciente del turbio futuro que le esperaba en aquella Alemania convulsa, comenzó a coquetear con la idea de emigrar a Estados Unidos.
Cuando tenía catorce años, y con los nazis ya en el poder, Ralph fue expulsado de la escuela pública en la que estudiaba debido a su origen judío
En 1938 los Baer llegaron a Nueva York. Ralph tenía dieciséis años, pero desde niño había mostrado una gran inteligencia y un enorme interés en aprender, por lo que se animó a hacer un curso por correspondencia dirigido por el Instituto Nacional de Radio que le permitió formarse en electrónica como técnico de servicio de radio y televisión.
Poco después de completar su formación inicial fue reclutado para luchar en la Segunda Guerra Mundial, y sus conocimientos en electrónica provocaron que fuese destinado a la sede central de la inteligencia militar que tenía el ejército estadounidense en Londres. En sus ratos libres Baer aprovechaba su estancia allí para estudiar Álgebra, y durante una de sus sesiones de estudio se produjo un afortunado revés del destino.
Ralph comenzó a encontrarse mal, se dirigió a la enfermería, y, después de someterlo a una revisión, los médicos le diagnosticaron una neumonía. Corría el año 1944, y pocos días después de su hospitalización sus compañeros de pelotón fueron destinados a la campaña en Normandía que pretendía arrebatar Europa occidental a los nazis. Después de aquello Baer bromeó durante años diciendo que el Álgebra le había salvado la vida.
Cuando terminó la guerra regresó a Estados Unidos, y poco después decidió ampliar su formación. No había vuelto a pisar un centro educativo desde que con catorce años lo expulsaron de la escuela en la que estudiaba en Alemania debido a su origen judío. Todo lo que había aprendido desde entonces lo había hecho por su cuenta, de una manera completamente autodidacta y valiéndose de sus propios libros y de cursos por correspondencia.
En aquella época los transistores ya empezaban a imponerse a las válvulas de vacío, por lo que Baer no dudó en aprender a trabajar con ellos
En 1949 se graduó en ingeniería por el Instituto de Tecnología de Chicago. Durante los siguientes años trabajó como ingeniero en electrónica en varias empresas relativamente pequeñas, hasta que a mediados de los años 50 recibió una oferta atractiva de Sanders Associates, una compañía que desarrollaba proyectos de ingeniería electrónica para el Departamento de Defensa de Estados Unidos.
Los directivos de Sanders enseguida se dieron cuenta de que habían fichado a un diamante en bruto. Poco después de su llegada Baer ya se había forjado una reputación muy sólida, y durante sus primeros quince años allí se dedicó casi exclusivamente a proyectos militares. En aquella época los transistores ya empezaban a imponerse a las válvulas de vacío, por lo que Baer no dudó en aprender a trabajar con ellos. Incluso hizo sus primeros pinitos con los incipientes microprocesadores.
Y llegó su mayor proyecto: la primera consola de videojuegos de la historia
La inspiración le sobrevino en agosto de 1966. Baer esperaba en una estación el autocar que debía llevarle a Nueva York, a una reunión de trabajo, y durante la espera se dio cuenta de que en la sala en la que estaba había una televisión emitiendo unas imágenes que a ninguna de las personas que estaban allí parecía importarle lo más mínimo. Así que se le ocurrió que debía de haber alguna forma diferente de sacar partido a los televisores.
El primer ingeniero al que reclutó fue Bill Harrison, un joven con mucha experiencia en circuitos electrónicos basados en transistores
En aquella época Baer dirigía el departamento de diseño de equipos electrónicos de Sanders y tenía a su cargo aproximadamente a 500 ingenieros. También tenía la libertad necesaria para formar un pequeño equipo de técnicos que le ayudase a sacar adelante la idea que tenía en mente: un dispositivo electrónico barato que pudiese ser conectado a cualquier televisor para disfrutar un videojuego.
El primer ingeniero al que reclutó fue Bill Harrison, una persona joven pero con una enorme experiencia en la implementación de circuitos electrónicos basados en transistores. Harrison se encargó de materializar las ideas que le transmitía Baer, pero sus primeros prototipos eran juegos extremadamente sencillos que difícilmente podrían resultar divertidos. Uno de ellos consistía simplemente en pulsar un botón alojado en una pequeña caja de madera para cambiar el color de la pantalla del televisor de rojo a azul y viceversa.
Baer recuerda que cuando su jefe en Sanders descubrió su pequeño proyecto no lo apoyó. Le parecía que estaba destinando recursos de la empresa a una tarea inútil y sin futuro. Pero, afortunadamente, no le prohibió seguir adelante con su idea, probablemente con el propósito de no frustrar a uno de los empleados más productivos de la compañía. Cuando Baer y Harrison tuvieron listo un prototipo funcional de su videojuego concertaron una reunión con la cúpula directiva, y ni siquiera a Royden Sanders, el fundador de la compañía, le gustó.
Baer estaba convencido del potencial que tenía su idea, así que a pesar de la mala acogida inicial que tuvo en Sanders decidió seguir adelante con su proyecto. Lo siguiente que hizo fue sumar al equipo a Bill Rusch, un ingeniero que podía ayudarle a poner a punto un videojuego con una mayor capacidad lúdica. Durante una tormenta de ideas Baer y Rusch tuvieron una ocurrencia feliz: fabricarían un rifle de plástico que utilizarían para disparar a unos puntos luminosos que aparecerían en la pantalla del televisor.
Cuando lo tuvieron listo convocaron de nuevo a la junta directiva de Sanders para enseñárselo, y esta vez la acogida del proyecto fue más positiva. A su jefe directo disparar a la pantalla del televisor se le daba de maravilla, y esa habilidad provocó que lo recibiese de una forma mucho más optimista. Rusch era extraordinariamente creativo, pero al mismo tiempo se desmotivaba con facilidad, por lo que Baer tenía que esforzarse constantemente para mantenerlo ilusionado.
Baer estaba convencido del potencial que tenía su idea, así que a pesar de la mala acogida inicial que tuvo en Sanders decidió seguir adelante con su proyecto
Y funcionó. A mediados de 1967 a Rusch se le ocurrió que deberían construir un circuito electrónico que fuese capaz de dibujar en la pantalla del televisor un punto que se desplazase con rapidez. Su idea consistía en que dos jugadores intentasen atraparlo utilizando dos mandos de control. Poco a poco ese enfoque fue evolucionando hasta transformar aquel esbozo inicial en un juego de ping pong en toda regla. Aquel sí era un juego divertido.
En aquella época, a finales de los 60, Sanders atravesaba una etapa complicada. Su plantilla había mermado en poco tiempo de 11 000 a 4000 empleados, y aunque el proyecto de Baer tenía potencial comercial no parecía que una compañía especializada en el diseño de equipos electrónicos para el ejército pudiese transformarse en una empresa juguetera de forma espontánea. Tenían que encontrar un cliente que pudiese comercializar su videojuego, así que Baer propuso a la junta directiva de Sanders que hablasen con los fabricantes de televisores.
La primera compañía a la que se dirigió Baer fue General Electric, y su prototipo de videojuego le gustó. También mostraron interés en él Zenith, Sylvania y RCA, pero la compañía que realmente supo apreciar el potencial comercial que tenía el invento de Baer fue Magnavox, cuyos ejecutivos formaban parte de la cúpula directiva de RCA. La negociación entre Sanders y Magnavox se concretó en un contrato a finales de 1971, y la fabricación del innovador dispositivo de videojuegos arrancó inmediatamente. Acababa de nacer la primera consola de videojuegos de la historia: Odyssey.
Los clientes de Magnavox recibieron las primeras unidades de Odyssey en 1972, y su acogida inicial fue tímida debido al alto precio de la máquina. Baer quería venderla por 20 dólares, pero la sobreingeniería aplicada por Magnavox provocó que llegase al mercado con un precio de 100 dólares. Además, el panorama en Sanders seguía empeorando, lo que llevó a Baer a preguntarse si quizá sus jefes tenían razón y había invertido mal el tiempo y los recursos de la compañía en el desarrollo de Odyssey.
Baer volvió a trabajar en proyectos militares dentro de Sanders, pero su iniciativa sembró una semilla que no tardó en germinar. Nolan Bushnell, un ingeniero en electrónica del norte de California, llevaba varios años rumiando la idea de diseñar un juego electrónico que pudiese conectarse a los televisores. Cuando en 1972 Bushnell vio en funcionamiento la consola Odyssey de Magnavox sus dudas se disiparon definitivamente, así que el 27 de junio de ese mismo año fundó Atari junto a Ted Dabney.
Durante su fructífera carrera profesional Baer registró más de 150 patentes, fue miembro de IEEE y resultó honrado con la Medalla Nacional de Tecnología e Innovación
Cada uno de ellos aportó 250 dólares en la constitución de la empresa, y solo diez años más tarde Atari facturaba anualmente 2000 millones de dólares. Pero esa es otra historia, una que os contaremos en otro artículo si os parece interesante. Ralph Baer continuó trabajando en sus proyectos militares dentro de Sanders, pero no abandonó su vocación de diseñador de juguetes electrónicos.
Durante su fructífera carrera profesional Baer registró más de 150 patentes, fue miembro de IEEE y resultó honrado con la Medalla Nacional de Tecnología e Innovación, un galardón que el presidente George W. Bush le entregó en 2006. Uno de los juguetes electrónicos más populares de cuantos inventó fue Simon, un dispositivo controlado por un microprocesador que proponía a los jugadores memorizar una secuencia pseudoaleatoria de luces y sonidos. Se comercializó durante más de 30 años.
Ralph Baer falleció el 6 de diciembre de 2014 con 92 años, pero su legado perdurará como solo puede hacerlo la obra de quien con su esfuerzo puso la primera piedra de una de las industrias más prósperas que tenemos actualmente.
Imágenes | Rolenta | George Hotelling | Evan-Amos | Hempdiddy
Más información | Ralph H. Baer | The Ultimate History of Video Games
Tomado de https://www.xataka.com/index.xml
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