noviembre 19, 2025
Diva virtual

Diva virtual

Tomado de Ethic.es

En esta era digital, las mujeres y las niñas están sometidas a unos niveles de escrutinio sin precedentes. Las adolescentes son el grupo demográfico más propenso tanto a hacerse selfis como a publicarlos y a utilizar filtros para modificar su apariencia. Una investigación llevada a cabo por Meta llegó a la conclusión de que Instagram era nocivo para las chicas, ya que las hacía sentirse peor con su cuerpo. A su vez, el 83% de las mujeres afirman que las redes sociales afectan negativamente a su autoestima. Según el Harley Medical Group, una empresa británica de intervenciones estéticas, las mujeres tienen el doble de probabilidades que los hombres de estar descontentas con su aspecto. Mientras tanto, el 52% de las jóvenes de once a veintiún años sienten la necesidad de verse perfectas, un aumento de casi el 10% desde 2016.

Actualmente, sufrimos una epidemia de perfeccionismo entre este grupo demográfico. Casi la mitad de las chicas de secundaria se plantean someterse a algún tipo de intervención quirúrgica para cambiar su aspecto. En el último informe de la CDC, la agencia nacional de salud pública de Estados Unidos, se constató que, en 2021, el 57% de las adolescentes estadounidenses se sentían «tristes o desesperanzadas de forma continua», lo que supone un aumento de casi el 60% en la última década. Los índices de depresión en las chicas doblan los de los chicos y se cree que las redes sociales son uno de los principales causantes. Desde la aparición de estas plataformas, la incidencia de los trastornos alimentarios y la dismorfia corporal en Estados Unidos y Reino Unido ha aumentado alrededor de un 30%.

Al ser las primeras generaciones expuestas a la cultura digital de una forma tan masiva, las mujeres milenial y las mujeres centenial se han criado en un experimento social, entre montones de fotos y un sinfín de personas con las que compararse. Según The Atlantic, a principios de la década del 2010, las tasas de depresión, ansiedad y autolesiones entre las adolescentes se dispararon en paralelo al auge de las redes sociales. Atrapadas en nuestro síndrome de Estocolmo, nos obsesionamos con más belleza de la que se suponía que debíamos llegar a presenciar y replicamos las imágenes que más daño nos ha cen. La cultura digital de la belleza se cierne sobre nosotras y, como advierte Claire Barnett, exdirectora ejecutiva de la ONU Mujeres en Reino Unido: «Estamos ante una puerta que separa dos escenarios. Por un lado, el de sanar la relación con nuestros cuerpos como paso fundamental para lograr la igualdad en todos los ámbitos de la vida y, por otro, el de la destrucción de la salud física y mental de las mujeres. Tenemos que elegir qué camino tomar».

Aun así, muchos argumentan que el feminismo ya ha hecho su trabajo, que ya tenemos los derechos por los que las mujeres del siglo pasado tanto luchaban. No obstante, la realidad parece contradecir ese supuesto progreso, al menos en gran parte. Existe una especie de acuerdo social para hacernos creer que la liberación de la mujer es una tarea que ya se ha tachado de la lista a pesar de que muchas de nosotras seguimos sintiéndonos incómodas o inseguras a la hora de decidir cómo actuar. La mayoría estamos confundidas sobre el valor que le debemos dar a la belleza, a la relación con nuestros cuerpos, sobre hasta qué punto debemos priorizar el deseo de ser deseadas y los beneficios de optar por una solución rápida o bien una lucha a largo plazo.

El 83% de las mujeres afirman que las redes sociales afectan negativamente a su autoestima

Existir como mujer joven hoy en día significa navegar en este mar de paradojas. Significa vivir en un mundo que critica un estándar de belleza y, a su vez, sigue defendiéndolo. Significa saber que ese estándar no es saludable y, al mismo tiempo, ser consciente de que cumplirlo es la mejor manera de prosperar. Significa sentirte molesta por las imágenes que te rodean en las redes sociales mientras consumes y recreas ese mismo contenido de forma obsesiva. Significa tener la certeza de que esta belleza es a menudo artificial y, aun así, esforzarte por alcanzarla. Significa rechazar la mirada masculina mientras te beneficias de ella. Significa empoderarse en sentido figurado, pero no literal.

Si hay niñas en primaria planteándose someterse a una cirugía plástica para arreglarse la cara y el cuerpo, es que el feminismo aún no ha terminado de hacer su trabajo. Si hay chicas en secundaria negándose a salir de casa después de clase porque se sienten demasiado feas para mostrarse en público, es que el feminismo aún no ha terminado de hacer su trabajo. Si hay estadísticas que constatan que las cifras de trastornos alimentarios son peores ahora que en los años noventa, cuando las supermodelos ultradelgadas eran el canon, es que el feminismo aún no ha terminado de hacer su trabajo. Si seguimos enfrentándonos a una epidemia de violencia contra las mujeres y las niñas, todas ellas sometidas a una cultura en la que los hombres tienen derecho a debatir, diseccionar y dominar los cuerpos de las mujeres, es que el feminismo aún no ha terminado de hacer su trabajo. Si cada vez tenemos menos autonomía corporal, y a la vez en Instagram se lanzan mensajes vacíos que promueven la subordinación de las mujeres disfrazados de empoderamiento e independencia, está claro que el feminismo aún no ha terminado de hacer su trabajo. Si las mujeres trans siguen siendo asesinadas por no alcanzar un nivel socialmente aceptable de belleza femenina, es que el feminismo aún no ha terminado de hacer su trabajo.

Espero que en las siguientes páginas podamos empezar —‌ en el mejor de los casos— a desenredar esta maraña y —‌ al menos— a identificar esas fuerzas de poder y sacarlas a la luz. Como dijo bell hooks: «La ideología feminista no debería animar a las mujeres a creer que no tienen poder (como ha hecho el machismo)». Por el contrario, debería «hacer hincapié en los poderes que ejercen a diario y mostrarles cómo pueden utilizarlos para resistirse a la dominación y la explotación sexistas».

Quiero que podamos decir la verdad sobre nuestras experiencias: hablar, gritar, encontrar sororidad. Quiero exponer los despropósitos de nuestra existencia actual y enfrentarme con una mirada crítica a la cultura de la belleza a la que nos hemos acostumbrado. Puede que hayamos crecido en territorio desconocido, pero tenemos el conocimiento y el poder de reflexionar sobre nuestras vidas en internet y de crear un futuro más bello para la próxima generación de niñas.

Creo, por encima de todo, que ahora más que nunca nos necesitamos las unas a las otras para pensar y actuar como un colectivo, una hermandad, y no a lo típica frase de Instagram, sino de una forma real y tangible, impulsada por la comunidad. Es algo crucial para poder sobrevivir en este mundo, en una realidad que refuerza el aislamiento y el individualismo, en la que tu comunidad son todos y nadie a la vez. Necesitamos unirnos para luchar contra todo esto. Como conjunto, tenemos que comprometernos a crear círculos que fomenten el bienestar colectivo. Y me refiero al bienestar de verdad, no al autodesprecio disfrazado de autocuidados.


Este texto es un extracto de ‘Diva Virtual’ (Deusto, 2025), de Ellen Atlanta. 

Tomado de Ethic.es