Ante la expansión global de movimientos de ultraderecha y el retorno de discursos conservadores que amenazan con revertir conquistas sociales, el fortalecimiento de la sociedad civil mexicana adquiere un carácter urgente. En una coyuntura donde el país busca reducir las brechas de desigualdad, son los movimientos que surgen desde abajo –desde las comunidades, los pueblos originarios, las mujeres, las juventudes y las disidencias– los que sostienen, con su acción cotidiana, la promesa de una democracia más justa. Su mirada, forjada en la exclusión, debe ser el punto de partida de toda transformación.
La sociedad civil ha demostrado ser el tejido más resistente. Ha sabido persistir cuando los espacios de participación se reducen, desgastan, o incluso desaparecen. Su fortaleza radica en la capacidad de construir vínculos reales entre personas, en el interés genuino por el otro y en la confianza que nace de compartir una causa común. Cuando esos vínculos existen, las redes florecen y las relaciones entre movimientos aumentan sus posibilidades de transformar el entorno.
Ante este panorama, fortalecer a la sociedad civil implica reconocer y construir esas redes. Necesitamos espacios de encuentro y de cuidado mutuo, donde distintas causas encuentren resonancia y coincidencia. Las redes permiten que los esfuerzos individuales se conviertan en proyectos colectivos y que la energía dispersa de la esperanza o la indignación se traduzca en acción organizada. Tejer redes significa reconocernos en los demás, comprender que el bienestar de cada persona depende del bienestar colectivo y que las transformaciones más duraderas nacen de la suma.
Esta idea de comunidad es una base fundamental de la lucha desde la izquierda. La defensa de los ideales de una izquierda histórica se basan en la igualdad, la libertad y la justicia social, ideales que requieren de organización y solidaridad para alcanzarse. Es justamente a través del tejido de redes que se crean puntos de apoyo, reflexión y de acción. En un país atravesado por desigualdades persistentes, la creación de redes entre movimientos, colectivos y comunidades abre la posibilidad de construir una igualdad sustantiva real. Cada lucha –ya sea por los derechos de las mujeres, de los pueblos originarios, de las personas con discapacidad, de la diversidad sexual, de las y los trabajadores o del medio ambiente– forma parte de una misma exigencia de justicia.
En el fondo, todas estas causas responden a una misma voluntad de transformación que busca garantizar derechos económicos, sociales, culturales y ambientales. Por ello es indispensable practicar una escucha activa hacia los grupos y movimientos populares, hacia las organizaciones que trabajan desde abajo, en los territorios y en las calles donde la carencia se vive todos los días. Escuchar también implica preguntarse cómo puedo acompañar al otro, qué tengo para ofrecer al movimiento común y qué puedo aprender de lo que los demás aportan. En ese intercambio se siembra la confianza y, con ella, la unión que da fuerza a la colectividad.
Ana María Ibarra Olguín*
*Magistrada de Circuito; licenciada, maestra y doctora en derecho.
Tomado de https://contralinea.com.mx/feed/




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