noviembre 9, 2025
«Sigo interesado en el cine porque es la posibilidad de la acción»

«Sigo interesado en el cine porque es la posibilidad de la acción»

Tomado de Ethic.es

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Póster de ‘Remando al viento’

Ha firmado algunas de las películas más llamativas del cine español, con ‘Remando al viento’ (1988) entre las más destacadas, y ahora presenta ‘La suela de mis zapatos: Pasos y andanzas de Martín Girard’ (Random House), donde se reúnen sus artículos periodísticos. Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) ha dirigido, escrito, ejercido el periodismo y actuado a lo largo de más de seis décadas. Su carrera, fuertemente marcada por las influencias literarias, será recompensada con el Goya de Honor en la gala de finales de febrero de 2026. La ocasión y el homenaje hacían ineludible que desde ‘Ethic’ quisiéramos charlar con él para que ampliase algunos de los puntos clave de su trayectoria y de su vida. Tampoco el humor faltó a la cita.


Teniendo en cuenta el aumento, estos últimos años, de términos como «posverdad» o la pérdida de credibilidad de los medios de comunicación, ¿la realidad está tomándole la revancha al periodismo? ¿Piensa que sigue siendo posible ejercer la profesión desde una perspectiva más literaria, como fue su caso?

Hay una crisis, no solo del periodismo, sino patente en hechos como que la democracia nos esté dando líderes como un tal Donald Trump, alguien reincidente, pero también sorprende que una mayoría, conociéndolo, se decante por gentuza de esta índole. Eso impresiona. Luego, el periodismo sigue teniendo mucho valor actualmente. El que yo hacía era muy inocente. Estamos en una situación en la que es admisible temerse lo peor. Los periodistas, cada uno de su facción y de su simpatía, están abordando y afrontando momentos en los que se acaban viendo involucrados, y dan pavor las consecuencias que pueden acarrear. No sé si es comparable a lo que se ha dicho siempre de mí, de que era un precedente del Nuevo Periodismo; era un precedente de un periodismo que llegaba, veía, contaba, tomaba un café con cruasán. Ahora que he pensado volver al periodismo como alternativa de acción respecto a la literatura, que se hace sentado y me empieza a aburrir solemnemente, sea realidad o ficción, y [ahora que] la realidad está descartada para mí, temo que no sería capaz. Por un lado, por la puesta constante del día. Por otro, por eso que siempre he dicho de que la pincelada predominara sobre el cuadro. La personalidad consistía en eso. Hoy es al revés. Y, no querría ponerme solemne, pero ¿cómo expresar el horror y la impotencia de las palabras? Estamos invadidos por ellas, pero no han conseguido detener nada. No es posible, pues, ejercer la profesión como se muestra en mi libro. No he tenido nunca la necesidad de inventar ahí. Pero esa inocencia ha desaparecido.

En una de sus últimas entrevistas concedidas, dijo que lo que le gustaría verdaderamente, más allá del agradecimiento por la concesión del Goya de Honor 2026, sería volver a hacer cine. ¿Querría que este premio no supusiera una claudicación? ¿Por qué cree que este tipo de galardones van aparejados, figuradamente, con la despedida de una carrera artística?

Son altamente sospechosos. Parecen más un regalo de cumpleaños que un premio. Pero bien, se aceptan. Es un coñazo lo de las felicitaciones de la familia y tal; ahora, no quiero pensar, ni mucho menos, que no puedo rebelarme ante algo que puede ser como un título póstumo en vida [risas]. Este tipo de premios los dan porque son inevitables, llegan a la fuerza, y si no tienen a quién darlo, se lo inventan. Coincide bien que la gala sea en Barcelona porque allí vivió y murió Martín Girard, allí tuve a mis hijos, escribí los primeros libros y rodé las primeras películas. Barcelona ha sido sinónimo de los mejores tiempos de nuestra vida, cuando Hélène y yo volvimos de París con los bolsillos vacíos y tuvimos la suerte de recalar allí.

«No he hecho muchas concesiones a lo largo de mi vida y de mi carrera»

Vista su trayectoria cinematográfica, ¿se ha sentido cómodo con la etiqueta o impresión de raro dentro de la industria del cine español?

No, porque no me siento «raro». No he hecho muchas concesiones a lo largo de mi vida y de mi carrera. Entiendo el calificativo, pero ¿comparado con quién? Mi visión del mundo ha ido evolucionando y ha ido a peor. Es verdad que no me he identificado, para qué engañarnos, con el cine español. Es posible que por ello mi cine haya sido «diferente». Nunca he tenido certezas de nada y he estado obligado a buscar, no a encontrar, y a estas alturas sigo con la misma incertidumbre hacia las creencias, todos esos fundamentalismos, Dios y el Espíritu Santo. No entiendo por qué esas convicciones llevan a extremos tan radicales y peligrosos.

Ha defendido, con mismo ánimo que vehemencia, la veta fantasiosa del cine y la literatura frente al realismo apelmazado. ¿A qué cree que puede deberse esa necesidad de huida?

¡Incluso ahora me aburre eso! [risas] Por lo que estoy escribiendo, por ejemplo, empiezo a sospechar de mí, ya que siempre me he considerado honesto a la hora de no ceder en lo posible en la mirada. Pero visto lo visto, qué irónico, sí siento una decepción generalizada por los resultados, y no hablo del mundo, porque se nos escapa al caso, pero si quieres hablamos del cosmos, que ya sí que sería una huida definitiva, una que está por llegar [risas].

Recorriendo las estampas de sus artículos en La suela de mis zapatos: Pasos y andanzas de Martín Girard, se observa una España anquilosada por la dictadura pero con despuntes de modernidad, incluso de excentricidad. ¿Era realmente así la España de las décadas de los 50 y 60 o siempre fue anticuada con ínfulas de modernidad? ¿Continúa siéndolo?

Sí. Habiendo vivido la revolución minera de 1934, con la resonancia infantil de la angustia de los mayores, y de la Guerra Civil ya no te digo nada, con los recuerdos de mi hermana y de mí bajo las camas para protegernos de los bombardeos; también la pérdida de la cátedra de mi padre, cuando estuvo detenido, su liberación gracias a mi abuelo materno; después la Segunda Guerra Mundial, el franquismo… Sí, lo era. Sin embargo, tuve suerte. Gracias a la vinculación de mi padre con el Instituto Francés, a que me educó en casa hasta los diez años, no tuve que cantar el «Cara al sol» ni alzar el brazo en la escuela. Dentro del país que era y fue hasta la llegada de la democracia, fui bien afortunado. En la universidad conocí a amigos que perduran todavía en la memoria, como a Claudio Rodríguez, que teníamos la misma edad. Más tarde, cuando me fui a París, sentía que Francia era un país donde la cultura existía, que era todo un exponente, pero la realidad que me encontré fue muy dura. Sin carta de trabajo, me dediqué a los oficios que nadie quería, como el de cortar plomo en las gasolineras y enredando con tubos en las zanjas. Tuve otro mejor y más sencillo, embalando supositorios. Además, allí me reencontré con Hélène, porque ya nos habíamos conocido primeramente en Madrid, pero en París empezó todo.

«Las mayorías son sospechosas, hay que tener cautela»

El debate político en nuestro país, ¿sería más comprensible si regresara al bipartidismo? Sí, y por simplificar, me gustaría que predominara la inteligencia básica y no el cariz obtuso, aspirando al entendimiento, porque los combates de hoy parecen jaurías. Me encantaría que fueran más civilizados, aun habiendo extremos, pero lo terrible es la confrontación a cara de perro. La política no sé en qué consiste, pero es lamentable que las mayorías voten lo que votan. Las mayorías son sospechosas, hay que tener cautela.

El auge de las ficciones televisivas, ¿ha desbancado la grandeza visual de la que era dueña el cine, el hecho de ser películas pensadas para verse en pantalla grande? ¿Ha tenido proyectos dentro de ese ámbito que se hayan quedado en el cajón?

Hombre, yo todavía tengo DVDs en casa [risas]. Pero sí, lo ha desbancado. Tampoco voy mucho al cine. Mi mujer sí. Tampoco leo novelas densas. La percepción del instante a la que nos hemos acostumbrado asusta. Uno ha tenido que aprender a conducirse en el espacio y el tiempo porque se ha perdido la sensación del antes y el después. El instante de aquella hora recién terminada, en la conciencia es como de otra vida y esta no es más que el aquí y el ahora. Volvemos al periodismo, que capta el instante, pero al igual que el cine, que a mí siempre me ha recordado a las cuevas prehistóricas. Ese estupor del animal cogido, cazado, en movimiento. Me gusta trasladarme al asombro que debió ser para ellos al ser conscientes de que estaba pasando algo, que estaban vivos. Se han quedado proyectos en el cajón, sí, pero no de series. Sigo interesado en el cine porque es la posibilidad de la acción, igual que cuando me ocupé de cubrir fútbol, encuentro ahí la inmediatez de acontecer. Por el contrario, es algo que ya no encuentro en la escritura. Ahí todo es cacería de palabras, peligrosa a veces por su redundar. Las novelas me causan respeto. Prefiero los libros de relatos, han sido un mejor recurso.

«La percepción del instante a la que nos hemos acostumbrado asusta»

Al hilo, es recordado, si me permite, por dos grandes títulos: la serie Los pazos de Ulloa, pero también la película Remando al viento. ¿Qué tenían de fascinantes los libros de Emilia Pardo Bazán y Mary Shelley? ¿Qué asombros pueden conservar, para usted o el lector presente, en la actualidad?

Bueno, eran proyectos muy diferentes, pero el de Mary Shelley me era mucho más afín. El de Pardo Bazán olía a costumbrismo. Eso nunca me ha gustado, aunque una de mis mejores películas, a posteriori porque nunca la he vuelto a ver, es Parranda (1977), la adaptación de Blanco Amor. Recuerdo su fuerza. Pero Remando al viento es muy distinta a todas ellas porque era un tema mío. El entorno y el favorable reparto, con unos medios extraordinarios que nos llevaron a rodar hasta el Polo Norte. Fue un momento de fortuna. También me gusta en ese aspecto Don Juan en los infiernos (1991). Asombros, todos, porque son temas atemporales. Me sorprende, por puntualizar, no ya que sigan gustando, sino que lo hagan a gente joven.

¿La ironía y el humor son las mejores inspiraciones con las que se le puede encontrar trabajando?

Lo que no me gustaría perder es el humor. He perdido la memoria, parcialmente, pero es asumible. Es desmoralizador ver cuánta gente se ha quedado por el camino. Es injusto, dan ganas de preguntar cuánto dura el partido, descontando la prórroga, y eso que las hay largas [risas].

Tomado de Ethic.es