Investigadores vinculan el consumo urbano de carne en EE. UU. con 3.531 ciudades y 329 Mt de emisiones anuales.
- 11 millones de toneladas de carne al año en ciudades de EE. UU.
- 329 millones de toneladas de CO₂ equivalente.
- Huella similar a toda la quema de combustibles fósiles domésticos en EE. UU.
- Mayor que todas las emisiones anuales de Reino Unido o Italia.
- Reducción posible: hasta 51% con cambios dietéticos y menos desperdicio.
- El origen de la carne importa tanto como el tipo.
- Las ciudades son responsables, aunque no produzcan.
El coste de carbono de la carne en EE. UU.: así contribuye al cambio climático
En un país donde la carne es casi sinónimo de dieta diaria, el precio que se paga no es solo económico. Es climático. Más de 329 millones de toneladas de gases de efecto invernadero se generan cada año solo por el consumo urbano de carne en Estados Unidos, según un estudio reciente publicado en Nature Climate Change.
Es una cifra descomunal, equiparable a todas las emisiones por combustibles fósiles usados en los hogares del país. Más aún: supera las emisiones anuales totales de países enteros como el Reino Unido o Italia.
Un mapa de emisiones con precisión quirúrgica
Hasta ahora, se sabía que la carne y los lácteos eran grandes responsables de las emisiones urbanas, pero los modelos convencionales ofrecían cifras demasiado genéricas.
Este nuevo estudio, liderado por Benjamin P. Goldstein, va más allá. Analiza con resolución geográfica detallada las cadenas de suministro de carne (res, pollo y cerdo) en 3.531 ciudades estadounidenses, conectando el consumo urbano con la producción rural.
Los resultados revelan un sistema hiperconectado y disperso. Por ejemplo, Los Ángeles consume carne de res criada en 469 condados distintos, alimentada con cultivos de otros 828. Es decir: lo que se compra en una carnicería de barrio tiene implicaciones ambientales en casi medio país.
Este enfoque rompe con la visión tradicional de que las ciudades son emisoras solo por su infraestructura o transporte. Aquí se demuestra que lo que comen sus habitantes también dispara el CO₂.
¿Qué tipo de carne contamina más?
El volumen de consumo no siempre se traduce directamente en mayor impacto. Aunque el pollo representa la mayor proporción (4,6 millones de toneladas al año), su huella de carbono es menor que la de la carne de res, que con 3,7 millones de toneladas emite mucho más. El cerdo ocupa un punto medio (2,7 millones de toneladas).
La explicación está en la intensidad climática de cada tipo de producción. La carne de vacuno requiere más tierra, más agua, más alimento y, sobre todo, emite mucho más metano, un gas con un potencial de calentamiento global 80 veces mayor que el CO₂ en los primeros 20 años.
Además, la procedencia influye: el ganado criado en regiones con prácticas más intensivas o con uso extensivo de fertilizantes genera más emisiones que aquel que proviene de sistemas más integrados o regenerativos.
¿Qué se puede hacer?
El estudio no se limita a diagnosticar: propone soluciones concretas. Cambiar de res a pollo podría reducir las emisiones hasta en un 48%. Y si se combina con la reducción del desperdicio alimentario, el descenso llegaría al 51%.
Estas cifras son realistas. No se trata de eliminar la carne de la dieta por completo, sino de reducir el consumo de la más contaminante, elegir productos con menor impacto y evitar el despilfarro. Hoy día, alrededor del 30% de la carne comprada en EE. UU. acaba en la basura. Esto no solo representa un derroche económico, sino también energético y climático.
También hay espacio para actuar desde el lado de la producción. Prácticas como la silvopastura —integrar árboles en el pastoreo— o el uso de sistemas regenerativos pueden reducir significativamente la huella de carbono neta del sector cárnico.
Más allá del plato: responsabilidad compartida
El estudio deja claro que las decisiones que se toman en las ciudades tienen un eco lejano pero contundente en el campo. En tiempos de crisis climática, lo urbano y lo rural están entrelazados. La sostenibilidad de una metrópoli no termina en sus límites geográficos. Abarca también sus cadenas de suministro, sus hábitos de compra, y sí, lo que se sirve en la mesa.
En este contexto, urge que las políticas públicas incluyan la alimentación dentro de las estrategias de descarbonización urbana. Algunas ciudades ya lo están haciendo. Por ejemplo, Nueva York ha comenzado a medir y reducir la huella de carbono de los alimentos en hospitales y escuelas públicas. Este tipo de iniciativas, aunque incipientes, marcan un camino hacia una conciencia alimentaria más profunda y estructural.
Más información: The carbon hoofprint of cities is shaped by geography and production in the livestock supply chain | Nature Climate Change
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¿Cómo saber el impacto climático de la carne que consumes?
No toda la carne contamina igual. Y no, no es solo una cuestión de si comes res, cerdo o pollo. Lo que realmente marca la diferencia es de dónde viene y cómo se ha producido.
El estudio revela algo poco conocido: la huella de carbono de la carne cambia muchísimo dependiendo de la zona agrícola de origen, los insumos utilizados, el tipo de ganadería y hasta la fuente de electricidad del matadero.
Así, dos personas que comen la misma cantidad de carne pueden tener huellas climáticas muy diferentes, simplemente por vivir en ciudades con cadenas de suministro distintas.
Ejemplo real:
- En Los Ángeles, donde el sistema eléctrico es más limpio y parte del vacuno procede de zonas menos intensivas, la huella de la carne representa el 81% de las emisiones residenciales.
- En cambio, en Chicago, con una red más carbonizada y carne proveniente de regiones más intensivas, esa proporción baja al 19%.
Esta diferencia se debe al concepto de «meatshed«, o cuenca de abastecimiento de carne. Cada ciudad consume productos de cientos de condados rurales diferentes. Y cada uno de esos lugares tiene prácticas agrícolas, climas, y tecnologías muy distintas.
¿Por qué importa esto? Porque si se diseñaran políticas alimentarias a escala local (por ejemplo, en hospitales, comedores escolares o compras públicas), se podría priorizar carne de menor impacto sin necesidad de eliminarla completamente.
Incluso una reducción del 14% al 51% de las emisiones es posible solo con mejor logística, menos desperdicio y decisiones dietéticas informadas, según el modelo del estudio.
💡¿Qué puede hacer una persona?
- Preguntar por el origen de la carne (más allá del país).
- Favorecer productos de ganadería regenerativa, local o agroecológica.
- Elegir carne de cerdo o pollo cuando no haya garantías sobre el origen de la carne de res.
- Apoyar iniciativas que exijan trazabilidad ambiental real, no solo etiquetas genéricas.
#Sonora #Expresion-Sonora.com Tomado de http://ecoinventos.com/





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