Una Asamblea Parlamentaria Mundial

Una Asamblea Parlamentaria Mundial

Tomado de Ethic.es

¿Qué puede revivir el cuerpo inerte de Naciones Unidas? La idea de una soberanía planetaria representada en un cuerpo parlamentario internacional ha sido una aspiración ideal de mentes visionarias. Kant y Einstein son dos ejemplos.

Hoy, es una condición indispensable para revivir el cuerpo inerte de Naciones Unidas. Y para dar un salto cualitativo en la organización política de nuestra especie. Más importante aún, es la única institución que podría legitimar las actuaciones necesarias para la resolución de las convulsiones que asolan a nuestra humanidad. Decisiones como intervenir en conflictos armados sangrantes y redistribuir recursos internacionales para aliviar catástrofes humanitarias y hambrunas. O adoptar estándares globales (vinculantes) para la adaptación y mitigación ambiental.

¿En qué precedente se inspira una asamblea parlamentaria mundial? Está claro que en el ejemplo del Parlamento Europeo, el único cuerpo supranacional directamente elegido que existe. Que además legisla, y razonablemente mejor que las cámaras nacionales.

El diseño de tal institución ya es una realidad. El Global Governance Forum y su grupo de expertos dirigido por Augusto López-Claros, en su Segunda Carta de Naciones Unidas, propone, entre otras reformas radicales, la innovadora forma que podría tomar una Asamblea Parlamentaria Mundial. También otras organizaciones promueven este diseño como Democracy Without Borders, dirigida por Andreas Bummel o académicos referentes como Andrew Strauss. La campaña en apoyo a una Asamblea Parlamentaria de Naciones Unidas ha recibido la adhesión de más de 1.600 parlamentarios en 100 países del mundo. Además, en 2018, el Parlamento Europeo emitió una recomendación posicionándose a favor de esta idea.

¿Cuál sería su composición? 600 miembros representantes de los intereses de la ciudadanía global. Elegidos por votantes de a pie en circunscripciones nacionales. A cada estado le corresponden un número de escaños, siguiendo una fórmula de proporcionalidad digresiva que no sobredimensione a los estados con mayor población (India, China, Estados Unidos). Y reservando 2 escaños como el mínimo para los estados más pequeños (como las islas del pacífico). ¿Cómo se eligen? En los países democráticos está claro que se elegirían directamente por los ciudadanos. En estados autocráticos, podrían ser delegados designados por los parlamentos nacionales, como ocurría en la asamblea parlamentaria europea en los años 50 y 60. La legitimidad de estos últimos no sería estrictamente democrática, pero sí sería un cambio en la medida en que los ciudadanos de esos países (la mayoría en el mundo) tendrían cierta voz y reflejo en una institución internacional, algo que hoy es impensable, dado que solo les «representan» sus autócratas jefes de estado. También ejercería un efecto contagio, la dinámica parlamentaria entre miembros democráticamente elegidos y miembros designados.

¿Con qué funciones y competencias? La Asamblea Parlamentaria Mundial sería una especie de cámara baja internacional, que co-decidiría junto con la ya existente Asamblea General de Naciones Unidas –la cámara alta que representa gobiernos, no poblaciones–. Esto es similar a la dinámica que se da entre Consejo y Parlamento en la UE.

La Asamblea Parlamentaria Mundial sería una especie de cámara baja internacional

Por tanto, las decisiones y resoluciones en el seno de Naciones Unidas, como la aprobación del presupuesto; el aumento de recursos para este, la intervención de fuerzas de paz en conflictos; la movilización de ayuda humanitaria; la movilización de efectivos y recursos en emergencias y catástrofes naturales; la adopción de estándares regulatorios en materias económica, ambiental, social; la elección de nuevos miembros del Consejo de Seguridad y todo el resto de ámbitos de competencia de Naciones Unidas (más los nuevos que se proponen en la Segunda Carta) serían objeto de votaciones en la Asamblea General y en la Asamblea Parlamentaria. Junto con la autorización del Consejo de Seguridad (el órgano ejecutivo), en los casos así previstos. Además, el Parlamento tendría iniciativa propia. Constituiría, efectivamente, la legitimidad ciudadana a nivel global. Tendría un efecto de incidencia y presión que empujaría a los estados a acelerar medidas de urgencia y a ejecutar decisiones que son de interés general de la humanidad (o de interés planetario), pero no estrictamente de uno u otro gobierno.

Como competencia excepcional, en la Segunda Carta –artículo 15– se prevé un mecanismo en el cual, en situaciones extremas para «la supervivencia humana total o parcialmente», el voto concurrente de la Asamblea General y la Asamblea Parlamentaria (cuatro quintas partes de ambas) podría emitir resoluciones de carácter universalmente vinculante, superiores a los tratados y aplicables a estados y actores no estatales. Deberán ser estrictamente necesarias, proporcionales y no discriminatorias, respetar los derechos humanos y el derecho humanitario internacional, y no podrán referirse a amenazas al mantenimiento de la paz o a actos de agresión bajo el famoso Capítulo VII (que sigue siendo competencia del Consejo de Seguridad).

Pero, sin duda, la competencia más revolucionaria es que un voto concurrente de ambas asambleas, por mayoría de dos tercios en cada una, podría dotar de efectos a una resolución que se halla bloqueada en el Consejo de Seguridad por falta de unanimidad entre los miembros permanentes (es decir, que uno la está vetando). Esto reviviría el cuerpo inerte de Naciones Unidas, en la medida en que significaría, de forma incipiente, un contrato social global. Que puede decidir y actuar cuando se la necesita.


Darío Arjomandi es investigador en el Global Governance Forum y en EsadeGeo.

Tomado de Ethic.es