Ta Megala
Fernando Solana Olivares
Pykros, llama la alquimia al agua amarga del autorreconocimiento. Este libro es áspero y sin concesiones: analiza la amarga época que corre por el planeta, los desolados Wasted Land que la historia occidental ha dejado tras de sí, ese karma de los post- de casi todas las cosas, desde la naturaleza hasta los ideales civilizatorios, el pensamiento, el arte o el lenguaje, como ha afirmado el autor. Este libro es pykros. Su lectura representa un esclarecimiento, un ejercicio de mayéutica socrática (el conocimiento a partir de la propia experiencia reflexiva), hoy inusual y extraordinario, así su insobornable realismo pueda parecer propio de un pesimismo trágico. Como las lágrimas es salobre, como las lágrimas resulta purificador.
El autor, Eduardo Subirats, uno de los escasos pensadores iberoamericanos integrales, heredero y continuador de una epistemología cognitiva del Todo en el Uno, aquella unidad del orden ético e intelectual que debiera envolver tanto la Historia general y las historias particulares de las personas como la harmonía del mundo, pareciera estar cada vez más solo en ese empeño propio, entre otras, de las cosmovisiones y filosofías de Leone Ebreo, Giordano Bruno, Spinoza o Goethe. Unidad y equilibrio que no pueden reconocerse ya en ninguna parte, “con la excepción de un remoto chamán en Mongolia o un último monje tibetano en Leh”, como escribe Subirats, sin señalar, discretamente, que esa condición integral ahora casi evaporada también se encuentra en él.
Dicho colapso de la unidad perdida ha derivado en un reduccionismo espistemológico encarnado en el experto, en una praxis configurada por paradigmas instrumentales y normas corporativas, por microconocimientos de saberes instrumentales, lingüísticas mercantiles y retóricas políticas. Un sujeto posmoderno cuya identidad subjetiva y toda su existencia se sostienen en significantes vacíos. Conciencia ciega encerrada entre las cuatro paredes de su cubículo y su perfil electrónico, según la describe Subirats.
Esa “puñalada fatal” a la condición del intelectual
—aquel cuya búsqueda y función sólo pueden darse en el ejercicio del esclarecimiento, una acción cognitiva que expande y vincula lo que ilumina, lo que explica o dilucida— ha vaciado de sentido el significado de la libertad, de la acción moral y del compromiso político y aún el acto mismo del pensar, del hablar o del sentir. No se sigue más, lamenta el autor, aquel precepto kantiano del esclarecimiento que dio vida a la Ilustración y la modernidad pensante: “Ten ánimo para servirte de tu propio entendimiento”. El entendimiento de la conciencia propia ahora, en esta época oscura, es un lastre.
Heredero también del escepticismo sefardí del siglo dieciséis, que anticipó un inevitable proceso regresivo en el humanismo surgido en Europa tras la edad oscura del medioevo a partir de reflexiones de sabios y pensadores como Francisco Sánches, de quien este libro toma su concluyente título y el epígrafe que le da inicio: “Es miserable nuestra condición: a plena luz caminamos a ciegas”, Eduardo Subirats persigue, bajo sus propios términos, un proceso esclarecedor.
Ese propósito abarca experiencias y encuentros cuyo abarcante tiempo va desde el mito griego de Prometeo (“el titán esclarecedor por antonomasia”), las tradiciones antiguas de Lao Tse a Pitágoras, los saberes medievales de Al-Ándalus, los alcances de la Ilustración europea y la consideración de las teorías críticas contemporáneas. Un esclarecimiento, explica el autor, que responde al “Principio Esperanza” de un humanismo “humanitario y humano”.
Este término mántrico, “esclarecimiento”, eje conceptual de una acción intelectual profunda y de sus resultados, se aleja semánticamente de un posible sinónimo, “iluminación”, cuya raíz filológica acepta el beneficio o el don de un logro proveniente de una cierta metafísica. Aunque el esclarecer ilumina, alcanzarlo es tarea de la mente despierta, de la atención sostenida y de la asunción de la cultura como un cultivo de la conciencia en su más amplia acepción prometeica, como un cometido que constituye y hace al ser humano en su plena expresión.
Amarga dulzura o dulce amargura, par de opuestos que se funden entre sí para mostrar un horizonte de horizontes, A plena luz caminamos a ciegas cautiva y estremece por su integralidad: un fondo y una forma urobóricas y directas para contar la lúgubre rapsodia de la modernidad desviada y su agobiante consecuencia, la época actual. Sus movimientos cuentan el drama trágico de Occidente y retratan una edad que termina entre un silencio impuesto a la imaginación colectiva, una historia despojada de sentido, una disolución social y una mirada vacía, desmaterializada, una supresión de la experiencia estética y la disolución del arte, un mundo de ruinas y nihilismo posmoderno, una naturaleza sempiterna a pesar de todo, una conciencia humana calcinada en su hibris fáustica, rota e infeliz, donde la conclusión, una vuelta de tuerca, termina con una nota de esperanzada y responsable lucidez.
Entender una circunstancia tan sombría como la del tiempo actual exige corregir las denominaciones —acción necesaria para volver a ver algo, para re-flexionar en ello, comprenderlo y transformarlo—, una profilaxis lingüística que llama a las cosas por su nombre. Sólo existe lo que se nombra con verdad. En A plena luz caminamos a ciegas Eduardo Subirats lo ha nombrado. Todo esclarecimiento es el comienzo de la metamorfosis. De la salvación.
Tomado de https://morfemacero.com/
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