Los escenarios se han convertido en púlpitos de odio y propaganda conservadora
DEL ESCAPISMO AL MITIN POLÍTICO
Durante décadas, los grandes artistas evitaban pronunciarse con claridad sobre sus simpatías políticas. El mercado era demasiado valioso como para arriesgarse a perder parte del público. Pero ese tiempo parece haber terminado. Cada vez más voces del mainstream latino, del pop al reguetón, abrazan sin pudor discursos de la ultraderecha, normalizando el odio y presentándolo como entretenimiento.
El último episodio lo protagonizó Henry Méndez. El cantante dominicano, conocido por canciones de discoteca como Rayos de sol, decidió interrumpir su concierto para lanzar un alegato político: “Yo no soy socialista, odio a los rojos, vota a Abascal, vota a Mariano Rajoy, vota a quien te dé la gana”. No fue un desliz improvisado. Fue un mensaje calculado, dirigido a un público que la derecha busca fidelizar con música, fiestas y propaganda. El Ayuntamiento de Madrid, gobernado por el PP, lo respaldó. No habrá cancelación de su actuación del 13 de septiembre en Villa de Vallecas. José Fernández, delegado de Políticas Sociales, defendió la decisión con la frase más hipócrita de la temporada: “La cultura no tiene ideología”.
En realidad, la cultura siempre ha sido ideológica. La censura franquista lo demostró durante 40 años, prohibiendo canciones que incomodaban al régimen. Hoy, lo que se blanquea desde instituciones conservadoras no es “neutralidad”, sino el discurso reaccionario.
La escena se repite en otros rincones del continente. El 23 de agosto, Maluma ocultó sus tatuajes en un concierto en San Salvador y elogió al presidente Nayib Bukele: “Me alegra muchísimo la situación por la que está pasando el país, Colombia tiene mucho que aprender”. Ante 29.000 personas, el artista colombiano alabó la “limpieza” de las calles. No mencionó las denuncias de torturas, el encarcelamiento masivo ni la reforma constitucional que abre la puerta a la reelección indefinida del líder salvadoreño. La música se convierte así en cómplice de la propaganda autoritaria.
LOS ÍDOLOS DEL MAINSTREAM COMO VOCEROS DE LA DERECHA
El caso de Méndez y Maluma no es aislado. Es parte de una tendencia que conecta con una agenda política más amplia.
Andrés Calamaro, en mayo, dedicó su canción Flaca a toreros y ganaderos en Cali. Tras los abucheos, se marchó del escenario. Luego publicó un comunicado en el que defendía la tauromaquia como “cultura y libertad” y comparaba a los animalistas con nazis. La equiparación fue tan obscena como reveladora: el artista argentino decidió colocarse del lado del negocio de la sangre y de quienes lo explotan.
El flamenco tampoco se libra. Pitingo, viejo conocido de las tertulias reaccionarias, carga habitualmente contra el Gobierno de Pedro Sánchez. Este verano ironizó desde una playa de Dénia sobre el dispositivo de seguridad que protegía la residencia de La Mareta, usada por el presidente. Sus seguidores aplaudieron la burla, como si la caricatura política fuera un género musical.
En paralelo, voces vinculadas a la derecha más rancia se reciclan como agitadores de redes. José Manuel Soto difunde teorías conspirativas sobre disturbios en Torre Pacheco, insinuando que fueron organizados para dañar a Vox. Miguel Bosé, que en los años 2000 apoyaba al PSOE, se ha convertido en referente del negacionismo, escribiendo cartas abiertas donde acusa a Sánchez de “traidor” y respalda concentraciones ultras en Ferraz.
Y en Madrid, Mario Vaquerizo se ha convertido en símbolo de esta alianza entre espectáculo y poder. Con contratos públicos en fiestas populares, el líder de Nancys Rubias aparece en actos institucionales junto al PP mientras relativiza las luchas del colectivo LGTBIQ+. Es la cultura convertida en marketing electoral, financiada con dinero público.
Lo que antes eran gestos aislados hoy se convierte en tendencia. Artistas que arrastran a millones de fans se alinean con líderes autoritarios, desde Abascal hasta Bukele. Y lo hacen en escenarios donde las y los jóvenes acuden a bailar, no a ser adoctrinados.
La cultura es política porque define qué voces se escuchan y cuáles se silencian. En Madrid, se suspende un homenaje a Almudena Grandes mientras se contrata a artistas que llaman “rojos” a parte del público. En El Salvador, se aplaude la represión desde un escenario de reguetón. La música ya no es refugio: es trinchera. Y quienes se arrodillan ante el poder no cantan, gritan consignas.
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Tomado de https://spanishrevolution.net/
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