Son más de las cinco. La tarde cae a mis espaldas cuando voy de regreso a Hermosillo. La terraceríaprimero. Luego atravesar el poblado Miguel Alemán como antesala de un viaje de más de cuarenta minutos de carretera para llegar a casa. Cada tarde es igual. Saludar a quizá a algún conocido en el trayecto. Alguien del campo o incluso alguna colega en estos andares agrícolas.
Espero paciente el cambio del segundo semáforo del pueblo. Cambio de estación en la radio cuando mi mirada se encuentra con tu espalda. Tu blusa de tirantes. Tu piel morena por el sol. El short de mezclilla deshilado y sin bastilla. La bicicleta en la que no te has montado y te medio reclinas de costado. Cinco perros callejeros te flanquean como fieles guardianes. Estás descalza. Siempre te gustó andar descalza por mas caliente que estuviera el suelo. Las dos colitas de chilindrina en tu cabeza dejan ver que seguramente otra vez te trasquilaste el pelo. Eso también siempre lo hacías. Contigo y con la Chinchu, la jovencita aquella que te amaba con todas sus fuerzas y que tu veías mas como mascota que como novia. Inconfundible. Eras tú, rodeada de cuatro o cinco vatos, unos sentados en la banqueta botella de vino en mano. Otros recargados con un pie en la pared y otro último forcejeando contigo y tu bici. Rodeo la cuadra y doy vuelta en u para encontrarme de frente contigo. No fue necesario decirnos nada. Me dijiste todo en tu abrazo. Te vi tan sonriente como aquellos días en la cárcel femenil. Llena de vitalidad. Juraste que te andabas portando bien, que no te viera con esos ojos que parecían juzgarte, me dijiste. Que andabas limpia y que la neta ni se te antojaba consumir cochinadas. No es juicio, te dije intentando no sonar regañona, es nostalgia por todo lo que vivimos juntas allá adentro. Tantas horas en la cancha de volibol. Yo recibía en golpe bajo para controlar el balón. La centraba. Te la acomodaba donde me la pedías. Me sabía de memoria todos tus saltos. La altura que alcanzabas y hasta adivinaba por la cara que ponías, la fuerza con la que le darías al balón cuando remataras. El volibol fue distinto gracias a ti. Tenías una energía inagotable, te picabas cuando el equipo contrario iba a arriba. Y te ardías si nos íbamos a muerte súbita con puntuación de empate. Corpulenta y atlética, sabias lo que traías en el costal y sabías también que con las explosiones de energía que tenías, no podías controlarte.
Por eso estabas en el Cereso. Los pleitos eran diarios con los policías. Tanto en el poblado como en bahía Kino se volvió una costumbre tuya pistear en la vía pública. A veces amanecerte con los amigos, que a veces eran también tus clientes. Le entrabas a todo y sin hacer caras, repetías, y luego te carcajeabas al recordar todas tus aventuras. La última se puso mas pesada. Golpeaste a una policía. Que te estaba estrangulando la mulaargumentaste en tu defensa, que por no dejarla en ridículo aguantaste el pancho, hasta que ya no podías respirar y le soltaste un trompón que la desmayó junto a las llantas de la patrulla. Entonces tuvieron que ser los vatos los que te esposaran para llevarte al femenil.
Soy la Moma, dijiste al presentarte. Y si, andaba bien loca cuando intenté tatuarme la ceja yo sola, luego la risa como complemento de ese justificar los trazos mal hechos sobre tus ojos. Mas los de los brazos, las piernas, la espalda. La Moma se rayaba nomas por sentir el picor sabroso de la agujita que le cosquillea en la piel. Ningún tatuaje es simbólico o significativo. Ninguno le dice nada. Ahora que la veo de nuevo trae mas rayas. Una sirena en las piernas, y unas calaveras en los nudillos de las manoscomo adelanto de lo que se verá cuando los dedos se vuelvan puños y aterricen en alguna mandíbula. Le he visto también el labio reventado. La ceja hinchada. El ojo derecho un poquito rojo. Te pegaron, le pregunté directo. Les pegué, me dijo sin titubeos. No miente. Sus ojos brillan con un orgullo genuino cuando gana una pelea. Por eso sigo preguntando: ¿Y tú beca deportiva? ¿Qué pasó con el equipo de volibol que te ofreció jugar con ellas cuando salieras? No sé. Nunca fui a donde me dijeron. Mi mirada la hizo decir más: Se me olvidó donde era. No tenía ropa para ir con ellas. Ni dinero pal rula. No sé no me hallo en ese mundo la neta. Lo mío está aquí. Con mis compas, con mis perros. No insisto más. Le paso a la sorda un billete de doscientos que guarda en chinga entre sus ropas. Me abraza. Promete un chiflido chillante cada vez que me vea pasar en el carro de la empresa. Dice que ya me había torcido antes, una vez que pasé con unos ingenieros pero que no me quiso importunar. Nos decimos adiós. Yo con la promesa de buscarla pronto. Ella de portarse bien. Me alejo por la carretera y en el retrovisor la veo a ella mientras acaricia a sus perros. Emprende la carrera en su bici seguida por su séquito canino y yo suspiro por la delgada línea entre ella y yo. Los rumbos paralelos que tomaron nuestras vidas. Las decisiones que tuvo que tomar cada una, a pesar de venir del mismo lugar, para estar donde estamos. Yo, como responsable de personal de cuatro campos agrícolas. En un carro de la empresa. Con un uniforme que lleva mi nombre. Ella, con sus perros y su bicicleta, dirigiendo sus pasos directo a los rayos del sol por toda la orilla de la carretera. El viento le pega en la cara y su risa contagia a su alrededor. No sé cual de las dos es mas libre ahora.
Hace exactamente un año, alguien me avisó que en días pasados moriste. Que tu amor por los perros te jugó una mala pasada. Que seguramente cuando dormías abrazada a ellos la rickettsia de un bicho entró por tus oídos te llegó al cerebro, pero jamás a tu corazón. Que feliz fuiste Moma. Al apalear un balón. Al andar en bici. Al acariciar a tus perros, al tatuarte. Ojalá que donde estés sigas riéndote a carcajadas. Siendo tu. Valiente, libre y descalza.
Tomado de http://radiosonora.com.mx/feed
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