Colaboraciones
“De todos los ‘ismos’ en el arte,
prefiero el Istmo de Tehuantepec”
Angel Morales
Durante su estancia como embajador en Francia, Alfonso Reyes propuso la creación de la Casa de México en París y en 1953 el proyecto finalmente se concretó. La lista de personajes sobresalientes que han vivido aquí es extensa. En 1960, por ejemplo, la presencia de dos jóvenes oaxaqueños llevó a la creación de dos talleres de pintura: uno para Rodolfo Nieto y el otro para Francisco Toledo. En esos años Rufino Tamayo también vivía en París, así que el arte de Oaxaca no es extraño para los franceses; sobre todo si recordamos que Nieto ganó dos veces la Bienal de París y a Tamayo le otorgaron la orden de la Légion d’honneur.
En su momento, Andrés Henestrosa postuló que lo que ocurría en Oaxaca era una escuela. Por supuesto, ningún crítico o pintor estuvo de acuerdo con él. En la época del escritor zapoteco la pintura se extendía por manifiestos que dictaban cómo y qué se tenía que pintar. De algún modo eso explica su intención de catalogar o querer reducir a un movimiento lo que ocurría en el estado. Aunque en Oaxaca no existe una escuela como tal, sí hay maestros. Tamayo y Toledo marcaron el rumbo de muchos artistas con su influencia. Un gran número de pintores aprendió copiandolos y se creó un estilo similar. Resalta sobre todo el uso de la materia, Dubuffet a través de Toledo, lo que produjo una gran cantidad de pintura con tierra o una paleta de colores similares.
En la década de los noventa, cansado de las repeticiones, el crítico inglés Robert Valerio escribió el ensayo más serio que se ha llevado a cabo sobre artes plásticas en Oaxaca: Atardecer en la maquiladora de utopías. Su actitud, sin embargo, era la del extranjero que pretendía traer la modernidad ante los indígenas subdesarrollados. Mantenía la idea lineal de la historia del arte europeo, la del desarrollo y progreso, y quería que los oaxaqueños los imitaran y se aventuraran a la experimentación que ocurría en los centros internacionales en ese momento. En algunas de sus páginas, entrevistó a varios artistas y les preguntó por qué no mejor pintaban un autobús, en vez de seguir con la fauna y otros símbolos del estado. La respuesta es fácil: por la misma razón que un inglés quiere que pinten un autobús, el cual sólo faltó exigir que fuera rojo y de dos pisos. Basta decir que el determinismo psicológico lleva a los artistas a pintar lo que conocen y con lo que están en contacto. Sin embargo, en el fondo, la molestía de Robert Valerio no era hacia el arte ni hacia la repetición, sino hacia los logros y alcances de la pintura oaxaqueña. En su visión, seguir en la misma línea llevaría a las artes a un ocaso y estábamos empezando a contemplar su atardecer. Si bien es cierto que los atardeceres de los europeos son largos, han pasado más de veinte años y las artes en Oaxaca están lejos de decaer. En realidad, ocurrió todo lo contrario.
Es difícil resistirse a la tentación de formular o aventurar alguna explicación. Pero creo que con la llegada de los españoles, los tlacuilos tuvieron que imaginar una realidad que no conocían a la hora de pintar símbolos, animales y paisajes europeos. No les costó asimilar las nuevas técnicas para darle vida a sus propias creaciones. Sin embargo, de algún modo mantuvieron el mismo tratamiento que le dan a las demás manifestaciones artísticas, ya sean textiles, cerámicas, artes decorativas y las mal llamadas artesanías. La interpretación de las artes en Oaxaca empieza desde sus costumbres: la estética no acabó con los ritos. Todas las manifestaciones son un continuo. Rufino Tamayo fue el primero en notar que las artes populares eran una prolongación de la estética de las culturas originarias. En Oaxaca no se ha seguido la línea de rupturas y restauraciones del arte de occidente. El arte no se reduce a un estudio cronológico cuya base se mantiene por la pintura. Mientras en algunos países asesinaban movimientos, autores y declaraban el fin de su arte, Oaxaca se mantuvo como un centro autónomo de creación.
En su momento, el premio Nobel mexicano, Octavio Paz, señaló que la mejor manera de combatir y hacer frente a la impersonalidad del mercado internacional del arte y sus modas era con la resurrección o el nacimiento de centros locales. Oaxaca ha sido un Estado autónomo de creación, no cerrado sino independiente. Aún resiste a los embates de los grandes centros, que manejan dinero pero no cultura; o del mercado, que trata a las obras como objetos de consumo y las tira al final de la exposición.
Entonces, la modernidad que Robert Valerio quería que llegara a través de los “ismos” europeos a medio masticar, no funcionó del todo porque se encontró con un arte vivo. Del mismo modo que el Muralismo en su momento creó una resistencia contra las vanguardias europeas, las artes de Oaxaca han logrado hacer frente a la posmodernidad y sus artes sintomáticas. La superficialidad, la reutilización de objetos, los artificios vacíos y las ocurrencias sosas del arte contemporáneo, no es que no existan, es sólo que no tienen cabida porque no se leen en el contexto cultural del Estado: son signos que no alcanzan significación.
Es claro que no se puede comparar Oaxaca con otros centros internacionales del mercado del arte porque no ha tenido la estructura económica ni política para ejercer una hegemonía estética, como la que han implantado otros países a través de sus artistas inflados. Aun así, por la expresión de las obras y el oficio de sus creadores, es posible pedir algo. Cuando se trate del arte de Oaxaca, no sean condescendientes por nuestro origen, ni las creaciones ni nosotros somos “un bon sauvage” o un “mexican curious”; mucho menos seres exóticos por nuestra vestimenta o nuestras constumbres: basta ya de eso. Al contrario, lo que se pide al juzgar nuestro arte es que sean implacables, feroces: las obras, por sí solas, con el respaldo de su cultura, se defenderán con honor.
Ahora bien, en ese ambiente cultural de Oaxaca, estimulante para la creación, nació el Colectivo Guenda en 2003. El siglo inició con una red de creación artística de mujeres que evolucionó hasta integrar miembros de distintas nacionalidades y abrieron caminos y puertas. Después de años cerrada a las exposiciones, la Casa de México en París alberga ahora más de cincuenta obras que estarán exhibidas durante el mes de agosto. La pintora Ivonne Kennedy calificó el evento de histórico. La directora de la casa de estudiantes dijo que, en cuestión de arte, Oaxaca era la punta de lanza del país. El numeroso público, que venía de diferentes latitudes, pareció estar de acuerdo ante tal afirmación y mostró su beneplácito frente a los cuadros. Algunos escribieron reseñas animadas en el libro de anotaciones, otros prefirieron tomarse unos minutos para leer el siguiente texto de sala:
Luz y pigmento
El colectivo Guenda, formado en 2003 por artistas visuales de diferentes procedencias, ahora con múltiples exposiciones internacionales, tiene un epicentro: su origen está en el sur de México, en Oaxaca. Una característica ha sido la apertura, que se convirtió en expansión. Así las artistas evitaron ser definidas por su espacio geográfico, como algo local o regional; o por su género, todas las integrantes son mujeres y una clara referencia para las nuevas generaciones. El resultado son expresiones amplias y contemporáneas. El arte como un lenguaje personal, desarrollado por la búsqueda y el carácter de cada una de ellas. Detrás de cada pieza hay una historia, un trabajo presentado de forma íntima, cercana y, por lo mismo, universal.
En zapoteco del Istmo la palabra guenda significa alma; el acrónimo se despliega como Grupo Unido en nombre del Arte. En el mes de julio, las creadoras del colectivo participaron en una residencia artística en Saint-Benoît-du-Sault. La estancia las llevó a compartir pigmentos europeos: verde agua, azul plumbago o amarillo ocre. En un ambiente descubierto por nuevas miradas, cambió la atmósfera, el hábitat y, sobre todo, la luz. Una luminosidad que no distingue lo diurno y su complemento oscuro.
En las tardes de verano, alejadas de sus talleres, las artistas aplicaron diferentes recursos técnicos y añadieron materiales: tintas chinas, hilo, hoja dorada y acrílico. Además, utilizaron distintos medios de expresión: fotografía, escultura, arte objeto y oleos. Pero la exploración y la búsqueda no es nueva ni al azar, está basada en 22 años de trayectoria artística y la experiencia del oficio. Podemos señalar la estructura geométrica de Ivonne Kennedy, los seres deambulando en la pintura de Siegrid Wiese, la naturaleza que encarna en los cuadros de María Rosa Astorga, las estrellas azules de Wild o el ocaso extendido de Castañon.
Al manejar la espátula, al escoger papel japonés o de Nepal, con el paladeo de formas imprecisas, las artistas dieron vida a figuras inanimadas. En la complicidad del silencio, apareció la voz de la expresividad. Y ahora en los sitios, paisajes y seres de los cuadros, se asoma un aire placentero; tal vez un estado de comunión. Basta con hallar un anzuelo, una pista para habitar la obra y sentir sobre uno mismo su belleza, ya sea con el pigmento, ya sea con la luz.
París, 1 de agosto de 2025.
Tomado de https://morfemacero.com/
Más historias
Grito de Independencia 2025: la ceremonia y la fiesta patria
Playa Xcalacoco, la joya discreta de la Riviera Maya
Del tiempo oscuro que la inteligencia vuelve luminoso