Se llama Mammoth (mamut, en español) y es un espécimen único en su tipo. Está en la zona geotérmica de Islandia, cuenta con enormes bloques de ventiladores que extraen el aire ambiental para eliminar el dióxido de carbono (CO₂) mediante una tecnología conocida como captura directa del aire (Direct Air Capture, DAC). Es el proyecto más grande que ha visto el mundo: tiene una capacidad de tratar 36.000 toneladas de CO₂ al año, una millonésima parte de las emisiones globales relacionadas con energía que se emitieron el año pasado. Esta solución, sin embargo, es una de las alternativas climáticas de nueva generación para reducir las concentraciones de gases contaminantes.
La captura directa de aire, como Mammoth, está diseñada para capturar aire y extraer el carbono mediante productos químicos. El proceso comienza cuando el aire atraviesa los filtros diseñados para captar selectivamente el dióxido de carbono. Estos filtros, generalmente recubiertos con aminas (compuestos derivados del amoníaco que actúan como esponjas) u otras sustancias absorbentes, atrapan el CO₂ al entrar en contacto con el flujo de aire.
Estos filtros atrapan el CO₂ al entrar en contacto con el flujo de aire
Una vez que los filtros se saturan, se calientan a temperaturas moderadas, lo que permite liberar el gas en forma pura. Ese CO₂ se disuelve en agua, como si fuera agua con gas, y se inyecta a profundidades de hasta 2.000 metros en formaciones basálticas, muy comunes en Islandia. Allí abajo, el CO₂ reacciona con los minerales presentes en la piedra, como el calcio o el magnesio, y poco a poco se transforma en una roca nueva. El gas queda atrapado, en un par de años, sin posibilidad de regresar a la superficie del aire.
Los informes más recientes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas dicen que este tipo de tecnologías son esenciales para alcanzar los objetivos de emisiones netas cero a mediados de este siglo. El IPCC también afirma que DAC es solo una de las tecnologías que puede empujar para llegar a la meta. Los expertos del organismo destacan la Captura y Almacenamiento de Carbono (CAC), que atrapa el CO₂ directamente de la fuente de emisión: fábricas o centrales eléctricas o cementeras, por ejemplo, para almacenarlo de forma permanente (en formaciones geológicas profundas como antiguos yacimientos de gas o petróleo) sin ser reutilizado. También existe una variante: captura de CO₂ para su utilización (CUC: captura y utilización de carbono). En este caso, el CO₂ se emplea para sustituir el carbono de origen fósil en productos sintéticos, productos químicos o combustibles.
La Unión Europea, de igual forma, considera que estas tecnologías serán determinantes para cumplir los objetivos de descarbonización. El organismo comunitario adoptó en 2024 la Industrial Carbon Management Strategy, que fija como obligación tener una capacidad de inyección y almacenamiento de al menos 50 millones de toneladas de CO₂ por año para 2030. Dicha cifra tendrá que incrementarse a los 280 millones de toneladas en 2040 y a 450 millones de toneladas en 2050.
Solo el objetivo para 2030 implica absorber el equivalente a las emisiones anuales de Suecia en 2022
Alcanzar las previsiones lleva un esfuerzo considerable. Por ejemplo, tan solo el objetivo para 2030 (50 millones de toneladas de carbono) implica absorber el equivalente a las emisiones anuales de CO₂ de Suecia en 2022, según las mismas cifras de la UE. En el Viejo Continente apenas existen cinco proyectos que en total están capturando unos 2,7 millones de toneladas al año. De esta cifra 1,7 millones de toneladas es de un proyecto en Noruega (que está fuera de la UE), indica un informe del Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero (IEEFA, por sus siglas en inglés).
Este organismo también resalta que existen en el continente unos 200 proyectos, pero muchos de ellos están en fase de prototipado o demostración. Además, este tipo de proyectos resultan costosos. «Confiar en la captura y almacenamiento de carbono (CAC) como solución climática obligará a los gobiernos europeos a introducir subsidios exorbitantes para apoyar una tecnología con un historial de fracasos», afirma Andrew Reid, analista de finanzas energéticas del IEEFA y autor del informe, en un resumen ejecutivo. «Como demuestra el reducido número de proyectos operativos, es improbable que funcione como se espera y su implementación tardará más de lo previsto».
Tomado de Ethic.es
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