El poder no corre riesgos, los explota 

El poder no corre riesgos, los explota 

“Trump, entre tanto, vive encerrado en su isla imperial. Evoca al senil y pervertido emperador Tiberio, recluido en su isla de Capri por miedo a un ataque enemigo, empeñado en violar niños y jovencitos en piscinas, mientras el imperio lo repudiaba...Tomado de https://morfemacero.com/

Culturas impopulares

Jorge Pech Casanova

Administrar los males públicos: en eso consiste la mayor parte de la política que nos han enseñado a esperar en México y en otros países. Estados Unidos es actualmente uno de los peores ejemplos de esa política, junto con el Israel sionista y la Ucrania ultranacionalista.

El gobierno de Trump acomete a inmigrantes latinoamericanos y los expulsa violentamente, mientras prepara campos de concentración para ellos en un pantano lleno de caimanes. El régimen de Netanyahu perpetra el genocidio del pueblo palestino en nombre de la seguridad mundial, y el presidente Zelenski sostiene una guerra fratricida con Rusia para hacerse grato a la Organización del Tratado del Atlántico Norte.

Cada gobierno administra sus males públicos apoyándose en falsos argumentos para sus crímenes contra la humanidad: Trump acusa a los inmigrantes de masiva delincuencia; Netanyahu afirma que los civiles palestinos son todos peligrosos terroristas. Zelinski finge defender la autonomía ucraniana para entregar su país a la OTAN.

En su más reciente agresión, Israel acusa a Irán de fabricar armas nucleares. Con ese pretexto, bombardeó residencias de civiles indefensos. Los medios informativos de Oxidente guardan silencio ante el nuevo genocidio, fingiendo creer las acusaciones de asesinos. En su día, George W. Bush acusó a Irak de poseer inexistentes misiles atómicos. La comunidad internacional le creyó o fingió creerle, alentando la injusta guerra contra los iraquíes.

Estos “errores” que conducen al exterminio masivo de civiles son un componente de la guerra desde el conflicto internacional de 1939-1945. Aun antes de que Estados Unidos concluyera el enfrentamiento con el asesinato de millones de civiles en Hiroshima y Nagasaki, los bombardeos a objetivos no militares se extendieron por Inglaterra y Alemania.

El régimen de Hitler había conseguido desarrollar el primer misil de largo alcance en la historia: la bomba voladora V-2, con la cual pretendió doblegar a Inglaterra, destruyendo sus ciudades. El gobierno inglés trató de contrarrestar el ataque pero carecía de la V-2.

En esas horas de urgencia, la rivalidad de dos científicos ingleses fue decisiva para una estrategia que prometía equilibrar las fuerzas, y al final de los combates se reveló errónea: los bombardeos ingleses contra Alemania. El caso lo cuenta el novelista C. P. Snow en su ensayo Ciencia y gobierno, de 1960.

Henry Tizard y F. A. Lindeman se conocieron en 1908 en Berlín, en el laboratorio Nernst. Ambos eran jóvenes de reconocida inteligencia y diligencia. Cuando tenían veintitantos años, ya eran parte de la Real Sociedad de Ciencias. Tizard llegó a ser secretario permanente del Departamento de Investigación Científica e Industrial, y después rector del Colegio Imperial.

Lindeman prefirió vivir como un miembro de la alta sociedad inglesa y en ese ambiente conoció a Winston Churchill, político en ascenso.

Tizard, en 1934, fue nombrado director del Comité para el Estudio Científico de la Defensa Aérea. Además de integrar a dos colegas en el Comité, el académico apoyó el desarrollo de la tecnología radar, incipiente en aquellos años. Bajo el primer ministro Stanley Baldwin, el Comité Tizard se convirtió en el asesor científico del Comité Imperial.

En 1935 Baldwin trató de ganarse a su principal crítico, Churchill, nombrándolo integrante del Comité Imperial. El oponente aceptó con la condición de mantener su postura crítica ante Baldwin. Enseguida, pidió que Lindeman se integrase al Comité Científico.

El nuevo miembro del comité descreía del radar y, en vez de ese sistema, recomendó emplear tecnología infrarroja o un método que involucraba bombas y minas lanzadas en paracaídas sobre la aviación enemiga. Tizard consideró la propuesta inviable. Lindeman insistió hasta que la disputa obligó a renunciar a los otros dos científicos del Comité y al propio Lindeman, quien pasó a convertirse en Lord Cherwell y se quedó rumiando su derrota.

En 1942, con la segunda guerra mundial ya en curso, Churchill asumió el cargo de primer ministro. Como su asesor científico nombró a Lord Cherwell. La asesoría de Tizard fue pronto desestimada y Lindeman tuvo a su disposición la defensa de Inglaterra. Dado que los alemanes bombardeaban Londres, el resentido científico ideó un bombardeo masivo sobre las principales ciudades alemanas. Eso, prometió, devastaría moralmente al enemigo.

Lindeman no admitió a otro científico en el gabinete de guerra. La polémica con Tizard le inspiró aversión a consultar con otros sus ideas. Churchill no objetó colocar en manos del lord todas las decisiones científicas: Lindeman prometió la destrucción del cincuenta por ciento de cada ciudad bombardeada.

Aunque los documentos del gabinete eran secretos, llegaron a conocimiento de Tizard y de P. Blackett, uno de sus colegas en el extinto Comité Científico de Defensa Aérea. Tizard dijo que los cálculos de Lindeman eran cinco veces excesivos. Blackett elevó ese margen de exceso a seis. Churchill mantuvo su apoyo al lord bombardero.

Las bombas arrojadas sobre Alemania destruyeron la décima parte de lo que Lindeman garantizó. Así, los alemanes no se desmoralizaron con el ataque inglés; arreciaron el lanzamiento de bombas voladoras e hicieron daños terribles en Inglaterra. 

Escuchando el ineficaz desempeño de las bombas inglesas sobre Alemania, Hitler pudo mantener la convicción de que ganaría la guerra hasta pocos días antes de tomar la decisión de suicidarse en su bunker. Sólo la noticia de que a Berlín entraba el Ejército Rojo le reveló su derrota. Así, la guerra en Alemania la ganaron las tropas soviéticas, no los aliados.

La resistencia japonesa sólo pudo ser vencida con el genocidio de sus ciudadanos en Hiroshima y Nagasaki, crimen de lesa humanidad por el que Estados Unidos deberá responder cuando su imperio se derrumbe. Mientras tanto, los crímenes de guerra de este país se acumulan desde 1945 y suman nuevos genocidios: Corea, Vietnam, Latinoamérica, Irak, Afganistán, Palestina, Irán. Israel es socio del régimen genocida desde que en 1968 lanzó la guerra del Yom Kippur, y amenaza con rebasar a su cómplice en Palestina e Irán.

El ejemplo narrado por C. P. Snow en Ciencia y gobierno es una fábula cautelar sobre los peligros de decisiones tomadas sin conocimiento de los pueblos durante las guerras. A la fecha, los crímenes de lesa humanidad cometidos por el imperio estadounidense en Corea, Vietnam, Irak y otras naciones son del conocimiento público, pero no reciben castigo porque el imperio sigue en pie, aunque en su interior está podrido y se colapsa por las adicciones de sus peores súbditos: asesinatos seriales y en masa, drogadicción, fanatismos de toda laya.

El régimen de Trump desplaza de sus políticas la información científica, apelando a doctrinas absurdas como la creación del mundo en siete días, la inexistencia de la evolución de las especies, la insistencia en que el planeta Tierra es plano y no geoide, y la ilusión de conquistar planetas desconocidos que están a cientos o miles de años de distancia.

Trump, entre tanto, vive encerrado en su isla imperial. Evoca al senil y pervertido emperador Tiberio, recluido en su isla de Capri por miedo a un ataque enemigo, empeñado en violar niños y jovencitos en piscinas, mientras el imperio lo repudiaba y oraba por su muerte (la cual proveyó su amante y heredero Calígula).

En este despliegue de credos insensatos, el tirano de cabello naranja explota para su decadente régimen la falacia de que los emigrados latinoamericanos en Estados Unidos son todos vándalos invasores. Pero como el poeta Constantino Cavafis advirtió en Esperando a los bárbaros, esos asaltantes ya jamás llegarán, aunque “eran al menos una solución”.

Tomado de https://morfemacero.com/