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Como habitantes del siglo XXI nos jactamos de ser la versión más avanzada de la humanidad, con nuestros autos eléctricos, smartphones, apps de citas, inteligencia artificial… no obstante, hay ciertas realidades, crudas, que parecieran ser eternas, en las que no hemos evolucionado prácticamente nada
Por Saúl Sánchez López / Pop Lab
Como habitantes del siglo XXI nos jactamos de ser la versión más avanzada de la humanidad, con nuestros autos eléctricos, smartphones, apps de citas, inteligencia artificial… no obstante, hay ciertas realidades, crudas, que parecieran ser eternas, en las que no hemos evolucionado prácticamente nada y que son una vergüenza para nuestra especie: la pobreza, el hambre, la guerra, etc. En comparación, los discursos de odio pueden no sonar graves, sin embargo, están en la raíz de problemas tan acuciantes como la discriminación o la violencia colectiva.
El pasado martes, primero de julio, el monero Kemchs publicó un cartón en El Universal titulado “Indígena presidente de la Corte”. En él se ve la imagen estereotipada de un mexicano durmiendo recostado en un cactus, solo que, en lugar de llevar el típico sarape o jorongo, la persona está cubierta con una boleta de la pasada elección judicial. El mensaje es claro: el futuro presidente de la Suprema Corte de Justicia, Hugo Aguilar Ortiz, es una persona indígena, ergo, es un holgazán. El caricaturista lo representa usando este estereotipo sobre los mexicanos, resaltando en el título su identidad étnica para señalar que sería la máxima expresión de este; el mexicano flojo por antonomasia.
Dejemos de lado la discusión sobre la elección judicial y la trayectoria del abogado en cuestión, y centrémonos en lo que el cartón comunica. Puede que parezca trivial a simple vista, de hecho, pocas personas reaccionaron negativamente a la publicación y casi nadie respaldó mi señalamiento en redes de que se trataba de una caricatura racista. En realidad, es algo escandaloso, como escandaloso es el hecho de que no hubiera ninguna respuesta mediática al respecto. Antes bien, varios internautas minimizaron el mensaje o hasta lo defendieron como si reflejara una realidad. ¡¿Pero cómo puede ser una realidad que el nuevo presidente de la corte sea una persona floja en su cargo si ni siquiera ha empezado?!, ¿cómo puede asegurarse que así será solo por ser indígena?, ¿y qué implicaciones tiene el que se haya utilizado este estereotipo negativo sobre los mexicanos para descalificarlo?
La del mexicano dormido es una imagen con una historia interesante. Si bien nadie puede asegurarlo, su origen se remontaría a la visita de estadounidenses a poblaciones fronterizas a principios del siglo XX, donde —según se cuenta— era común encontrar mexicanos durmiendo durante el día. A partir de ello, se difundió la idea errónea de que los mexicanos dormimos la mayor parte del tiempo. Poco a poco, el cactus y el bigote terminaron por imponerse como accesorios obligados para reforzar el arquetipo del mexicano. Dicha imagen se ha venido reproduciendo desde entonces hasta convertirse en una suerte de icono cultural.
Evidentemente, nada hay de malo en tomar una siesta durante el día —si bien hacerlo recostado en un cactus puede ser incómodo—, por lo que podría pensarse que su significado es neutral. De hecho, se ha llegado a plantear que la imagen tendría un sentido completamente distinto, ya que el personaje estaría descansando merecidamente después de una jornada extenuante de trabajo, como lo dejara en claro Diego Rivera en El sueño. En 2015 hubo una polémica sobre si se debían o no retirar unas esculturas con esta imagen en la entrada del restaurante mexicano Hot Taco, en Charlotte, por ser ofensivas, a lo que el restaurante se defendió arguyendo que eran un “tributo” al pueblo mexicano. Es claro pues que su significado se presta a discusión, sin embargo, el uso histórico que se le ha dado a este estereotipo y su connotación predominante son indiscutiblemente negativas. Desde siempre, esta imagen ha sido empleada en los Estados Unidos para descalificar a nuestro pueblo como intrínsecamente “huevón”, como se dice vulgarmente. Y es así como hay que interpretarla en el cartón de Kemchs porque eso es exactamente lo que el monero está tratando de decirnos. Sobre eso no cabe la menor duda.
Los estereotipos son imágenes mentales que, mediante un proceso de reducción y generalización, presentan una idea supuestamente universal de toda una población, apelando a unos cuantos aspectos “típicos” de la misma. El problema es que estas imágenes —obviamente— no son representativas de dichas poblaciones ni son extensibles a todos sus miembros. Ni todos los mexicanos usamos sombrero, ni todos los ingleses beben té, ni todas las mujeres son sensibles, ni todos los migrantes son criminales, ni todos los musulmanes son terroristas. Los estereotipos están a su vez emparentados con otro fenómeno todavía más común: los prejuicios. Los prejuicios son, justamente, juicios que hacemos de manera adelantada y sin pruebas acerca de los demás, basados únicamente en algunos elementos que, por fuerza del imaginario social, asociamos con ciertos grupos y ciertos atributos: ver a una persona con tatuajes y asumir que es drogadicta, suponer que alguien es promiscuo solo porque es gay, creer que una mujer no es adecuada para un trabajo debido a su género, etc. Juntos, estereotipos y prejuicios, están detrás de los discursos de odio asociados a la homofobia, la xenofobia, el clasismo, el racismo, el sexismo… que dan pie a actos de discriminación y, en el peor de los escenarios, a crímenes de odio. De ahí la importancia de combatirlos dondequiera que se presenten. En el caso que aquí nos ocupa, se está prejuzgando —negativamente— el desempeño de una persona racializada con base en un estereotipo xenófobo. ¡Lo peor de dos mundos!
Más allá de reproducir un estereotipo ofensivo para los mexicanos —lo que de suyo sería cuestionable—, la caricatura de Kemchs es en sí misma un discurso de odio. Esto puede sonar extraño, ya que estamos frente a una imagen, no un audio ni un texto. No obstante, en los Estudios del Discurso, como se les conoce académicamente, se emplea una noción amplia de “discurso” que abarca prácticamente cualquier significante que vehicule un mensaje social. Eso incluye lo verbal, como discursos orales, artículos periodísticos, mensajes publicitarios, pero también lo visual, como videos, carteles, fotografías y, sí, caricaturas. Los primeros análisis de discurso aplicados a imágenes se remontan a la obra de Gunther Kress y Theo Van Leeuwen en 1996: Reading Images, que dieron lugar al llamado enfoque multimodal, mientras que el análisis específico de caricaturas políticas o cartones no ha dejado de multiplicarse en lo que va del siglo XXI. Pero por si quedara alguna duda sobre la condición discursiva de una caricatura, aprovecho para acuñar un nuevo concepto: imagen de odio.
Así que sí, el cartón de Kemchs es definitivamente un discurso (o imagen) de odio. Y que ni se le ocurra al monero escudarse —cobardemente— en la libertad de expresión. La libertad no es una carta que pueda jugarse cada que uno hace algo malo ni un permiso para denigrar a otros por su origen. Yo no puedo usar mi columna, por ejemplo, para difamar o pedir que linchen a alguien solo porque es mi “opinión”. La libertad no es un valor absoluto, tiene que ir acompañada de otros, como la responsabilidad, el respeto, la honestidad, etc. En realidad, estamos frente a una estrategia de normalización del racismo por parte de la derecha mediática que forma parte de lo que ellos denominan “batalla cultural”. A través de estas publicaciones, aparentemente anodinas, pretenden influir en la opinión pública y transformar, poco a poco, el sentido común de la gente, volviendo aceptable lo que a todas luces es reprobable.
Otra discusión —que requeriría de un análisis más profundo— es la increíble alienación cultural que el monero exhibe. Baste decir que usar un estereotipo mexicano contra un mexicano, siendo mexicano, es, por decir lo menos, contradictorio. Digamos que el cartón sería igual de repulsivo si lo hubiera hecho un supremacista blanco estadounidense… ¡pero al menos tendría sentido! En fin, la lógica del absurdo. Pero no es mi interés el hacer una crítica a Kemchs como persona, sino al mensaje del cartón que realizó, y a la actitud de los lectores que la vieron y no dijeron nada (o le dieron “like”). Si no nos indignamos ahora por esta imagen, si la dejamos pasar desapercibida, nos iremos acostumbrado —cual pornografía— a ver imágenes cada vez más fuertes y llegará un momento en el que seremos una sociedad indolente y ya no reaccionaremos a escenas como las del ICE violentando a migrantes en Estados Unidos o del ejército israelí masacrando palestinos. Las imágenes de odio pasarán frente a nuestros ojos mientras hacemos “scroll” como si nada. Entonces habremos perdido nuestra humanidad.
Esta columna fue publicada originalmente en POP LAB. Aquí puedes consultar la publicación original.
Tomado de https://piedepagina.mx/
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