La novela de un héroe postergado

La novela de un héroe postergado

“La inquebrantable fidelidad en el amor redime las historias de Miguel y Concha, tanto como a la desdichada pareja imperial. Esta nueva visión de los vencidos (sin perseguir su redención) incita a mirar con empatía a los seres humanos, su actuación...Tomado de https://morfemacero.com/

Reseñas

Jorge Pech Casanova

La historia la escriben los vencedores, pero la visión de los vencidos tiene una elocuencia, una veracidad y una entonación trágica que rebasa con mucho los discursos triunfantes. Esa visión trae a la actualidad sucesos dolorosos, mas enaltecedores, que permanecían ocultos. Así nos lo enseñó Miguel León-Portilla en páginas rescatadas de los antiguos mexicanos para recordarnos su grandeza en el infortunio.

La historia de México apenas admite mayores correcciones o gradaciones que la de incorporar, a la narrativa de los tiempos coloniales, la memoria de los vencidos durante la invasión española. Fuera de esa concesión, las vivencias de otros vencidos en nuestro país permanecen fuera del guion aprobado por una historia oficial renuente a otras voces.

La literatura, con sus escrutinios rigurosos, puede subsanar narrativas olvidadas o veladas. En un país como México, donde la verdad oficial suele adolecer de testimonios disidentes, la falta de verificación de datos ha conducido a una historia “extraoficial” plagada de chismes, tergiversaciones y hasta perversiones de sucesos significativos. De ahí la proliferación de cronistas chirles como Enrique Krauze y Francisco Martín Moreno.

Frente a esa escritura falaz, ataviada con ternos de historiografía, el rigor literario impone su preponderancia: transmite a quienes leen acontecimientos aún más veraces que la historiografía al uso. Este es uno de los méritos de la novela más reciente de Fernando Solana Olivares, Péguese mi lengua, centrada en en el infortunio de la Intervención Francesa y del fugaz imperio de Maximiliano de Habsburgo.

Sobre todo, Péguese mi lengua es la historia de un héroe postergado entre la profusión de paladines que dejó un episodio mexicano: la gesta del general conservador Miguel Miramón, no por ser el relato de una derrota, carece del lustre que inviste a los vencedores de aquel conflicto: Benito Juárez, Porfirio Díaz, Vicente Rivapalacio y tantos otros nombres que resuenan en la guerra contra el oropel del imperio.

Fernando Solana demuestra su versatilidad como narrador en esta narración histórica, después de su sorprendente y vertiginosa novela Hormiguero, ubicada en una contemporánea población de Jalisco, cuya compleja dinámica social en el siglo XXI nos hace conocer mediante las voces de sus habitantes. “Imponente y visionaria” la define el autor Carlos Rubio Rosell, con toda razón.

En su sexta novela, el autor de La rueca y el paraíso, Parisgótica, Casa Medusa, El tedio de Hermógenes y Hormiguero revisa el siglo XIX y la tragedia de un sucinto grupo de hombres y mujeres deslumbrados por un destino imposible para México: convertirse en una corte ilustrada, ejemplar y ¡europea!, en un país de analfabetos, plagado de ambiciosos oportunistas, con una población mayoritariamente indígena.

Péguese mi lengua (El Tapiz del Unicornio, México, 2025) repasa los consabidos elementos de la tragedia para convertirse en una elegía al amor más allá de la muerte. Su primer capítulo, al desplegar a los ojos lectores el fusilamiento de Maximiliano, Miguel Miramón e Ignacio Mejía, concentra en un par de frases lo que será el tema de la novela: “la sangre incendia lo que toca”, “la sangre nutre lo que toca”. Con esa escena en la que el emperador y sus dos devotos caen ante el paredón, el novelista anticipa la gran historia de amores malogrados que dibuja con metódico trazo en este monumental fresco, épico y lírico a la vez, retrato de una confrontación que definió el presente de nuestra república, con sus desengaños y amarguras.

Para este recuento, el escritor de prosa espléndida y meditada se reinventa. En su novela previa recreó las vidas y las voces de una comunidad mexicana actual, balanceándose ante el abismo tardomoderno, entre la vitalidad de jóvenes inconformes con las convenciones y la contumacia de usuarios terminales de sí mismos (desde el acosador por internet hasta el verdugo que ejerce sin trabas el narcotráfico y el asesinato).

En Péguese mi lengua, Fernando Solana redime la memoria de Miguel Miramón y Concepción Lombardo, pareja heroica. Con la mirada amorosa y amante de Concha, el narrador examina la trayectoria de aquel militar cuya falta fue permanecer íntegro en un medio de intrigantes, conspiradores, facciosos, oportunistas y traidores. La adhesión del “Joven Macabeo” a un Maximilano ofuscado por los ardides de Luis Napoleón y por la fullería del grupúsculo conservador, llevó al general más talentoso del ejército mexicano a una derrota ineluctable por la resistencia de Juárez, Díaz y Rivapalacio.

Fernando Solana no condesciende a retratar con defectos a los tres principales conductores de la entereza mexicana sólo para realzar a sus antagonistas, las trágicas parejas Miguel-Concepción y Maximilano-Carlota. Antes bien, el novelista enfatiza los defectos de carácter de estos hombres y mujeres excepcionales para compenetrarnos en su humanidad, a fin de que los reconozcamos próximos, entrañables, semejantes.

Los autores que mejor han recreado las historias de la Intervención napoleónica han procedido como dramaturgos en un escenario: Rodolfo Usigli, en su tragedia Corona de sombra, y Fernando del Paso, en su vasta novela Noticias del imperio, obran como directores escénicos en el drama del segundo imperio y se concentran en sus figuras, pues resultan un enigma para la mentalidad mexicana, deslumbrada por esas efigies monárquicas en una democracia menos que perfecta.

Fernando Solana no pierde oportunidad de contrastar las exóticas figuras de Maximiliano y Carlota con el país de indios que pretendieron regir. Sin embargo, va más allá: los examina como seres humanos, perplejos ante un mundo que no podían comprender. Ante sus dudas, vacilaciones y fiascos, la figura de Juárez (dibujada con trazo sucinto) se antoja sobrenatural, mientras que Rivapalacio evoluciona con la naturalidad que le da la autoría de Adiós, mamá Carlota. El tenaz Porfirio Díaz no falta en el listado de héroes belicosos de esta novela.

Sin embargo, hay personajes que resaltan en esta épica por su escaso o nulo heroísmo: los nada leales siervos de Maximiliano y Carlota, cuyas deserciones e infidencias le permiten al autor ahondar en las causas por las que un imperio se condenó: el jesuita y bibliófilo Fischer, cuya gestión ante el papado fue mucho menos eficaz que su saqueo de la biblioteca imperial; el general Leonardo Márquez, cuyas crueldades tanto o más hicieron por la caída de su monarca, que los ejércitos chinacos de Díaz; el coronel Miguel López, cuya cobardía depositó al emperador en manos de sus enemigos.

Entre esos culpables cortesanos, Fernando Solana coloca a personajes que, si bien ficticios, rezuman autenticidad en sus breves apariciones: Isabel, voluptuosa amante mexicana de Maximiliano; Constanza, dama del séquito de Carlota que se imagina su amante. Las relaciones de los soberanos con esas figuras femeninas propician en el relato magníficas digresiones eróticas en medio de la tragedia.

Inclusive transita por el libro un mago masón, Gustavo Etella, a quien el novelista encomienda la lectura desde la tradición secreta al drama del imperio fallido, a la vez que lo faculta para conducirnos por una regocijada inmersión en los sabores y olores de las frutas y las costumbres de México.

No faltan personajes de presencia breve e inolvidable, como corresponde a un novelista dueño de los recursos para contar la historia tan compleja y divergente. Altagracia Orellana, dama oaxaqueña, convierte un baile imperialista en una protesta contra los conservadores. Es una de las contundentes creaciones de Fernando Solana: evidencia las encontradas posiciones de la población mexicana durante la invasión francesa.

En este cuadro de un desastre que fascina por su inexorable progresión, las figuras de Concha y Miguel sobresalen por sus certezas en medio de los desvaríos, incertidumbres y retractaciones de otros personajes. Si aun Maximiliano y Carlota revocan sus actos, Miguel y Concha son irreductibles en sus certezas: amarse sin condiciones y servir al imperio insostenible, sin miedo a condenarse a sí mismos y a su amor por fuerza de su lealtad.

La inquebrantable fidelidad en el amor redime las historias del Miguel y Concha, tanto como a la desdichada pareja imperial. Esta nueva visión de los vencidos (sin perseguir su redención) incita a mirar con empatía a los seres humanos, su actuación en el drama histórico, independiente de su cariz monárquico o republicano. No es Péguese mi lengua un libro de historia. Es literatura, alta literatura, y por ello, más confiable en su talante crítico que los tratados académicos.

Un testimonio de la fiel esposa revela, al concluir el volumen, el significado y sentido del título y de la historia contada por Fernando Solana. Para evitar revelaciones a destiempo, baste señalar que se desprende del Salmo 137:6, y habla de la lealtad a prueba de catástrofes. Evidencia concluyente en este libro dedicado a probar que “el amor transfigura lo que toca”.

Tomado de https://morfemacero.com/