¿A dónde se fueron los punks?

¿A dónde se fueron los punks?

Tomado de https://letraslibres.com/
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Dentro del linaje de cierto documental mexicano de vocación social, Sex Panchitos (2025) sigue los pasos actuales de los Panchitos, la pandilla juvenil punk del barrio de Tacubaya y Santa Fe de los años ochenta. Antes lo hicieron las películas Nadie es inocente (Sarah Minter, 1986), Sábado de mierda (Gregorio Rocha, 1988) y La neta, no hay futuro (Andrea Gentile, 1988). Desde hace casi una década estas películas fueron recuperadas, principalmente en muestras de arte (como Punk. Sus rastros en el arte contemporáneo, Museo del Chopo, 2016-2017) que las presentaron al público que ya había olvidado el punk o lo desconocía en su amplitud regional, como fenómeno de la pobreza marginal de la urbe. No es ningún secreto: a casi nadie le importa el punk y menos lo que pasó con los punks. Sex Panchitos de Gustavo Gamou ganó el Premio TV UNAM dentro del Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM).

Siempre que se vuelven a ver las películas mencionadas, que retrataron principalmente a los punks de ciudad Nezahualcóyotl, llama la atención la música, los atuendos y peinados fantásticos que desafiaban la precariedad, la actitud indómita de los muchachos, el registro de la fiesta furiosa, así como el habla ñera que alarga la última sílaba de las palabras, seña de orgullo chilango del oriente de la capital y del Estado de México. Las imágenes detonan la fascinación del espectador por otra época; la rebeldía de aquellos muchachos da cierta ternura por su edad y desamparo. Luego surge la pregunta inevitable, ¿qué pasó con ellos? Eso fue lo que empujó a Gustavo Gamou, vecino de Tacubaya, a descubrir las vidas de los Panchitos, treinta años después del cenit de la banda, popular y temida, satanizada en la prensa de la época.

Gamou continúa por la senda que abrió Sarah Minter cuando regresó a Neza para buscar a los Punks de Mierda para filmar Nadie es inocente, 20 años después (2010), la secuela de aquella película seminal del cine mexicano y también del videoarte. Así, Sex Panchitos hace un trabajo de seguimiento principalmente de tres integrantes de la banda que con sus pocos dieciséis o diecisiete años querían ser diferentes. Tanto en sus casas como en sus colonias, Ulti, Canon y el Chivo Loco eran ignorados y pasaban desapercibidos en familias numerosas y con muchas penurias. Se drogaban, tomaban camiones para asaltarlos y también se iban de shopping, como llamaban a los atracos para conseguir, entre otras cosas, tenis y chamarras, también dinero para comprar alcohol, comida, golosinas, y compartirlo con los cuates en la escalinata de Tacubaya donde se reunían.

Sex Panchitos rebasa la nostalgia y el lamento chantajista, y confronta al espectador. Primero, desafía la idea del punk como manifestación de juventud momificada, para siempre eterna, fija en una instantánea fotográfica como pieza de museo. Los punks se hicieron viejos, por lo menos los que sobrevivieron a la presión de crecer y de alguna forma tuvieron que ajustarse a las normas y límites sociales, familiares, de pareja, laborales, jurídicas, etc. Otros murieron en las calles víctimas de adicciones, asesinados o simplemente olvidados por familia y amigos. Así inicia el filme, con la muerte de Gino Gallino, integrante de la banda de Tacubaya, motivo de la reunión de los viejos amigos. Entre caguamas, toques de mota y chiflidos velan al amigo y recuerdan a los otros caídos. Al verlos, cuesta trabajo creer que los dones de la película fueron los skinnys desmadrosos de los ochenta que en algún momento aparecen en imágenes fotográficas. El trabajo de Gamou es captar y mostrar que efectivamente son y en parte siguen siendo aquellos muchachos. El filme enuncia que el punk como actitud vital de oposición que surge de la miseria, de rebeldía gozosa y vagabunda, no es para siempre. El punk fue un momento en la vida de esos personajes. El tiempo, por supuesto, transformó sus cuerpos; la experiencia, sus ideas e ideales.

Ulti, por ejemplo, todavía cultiva su imagen punk –gafas oscuras, chamarra de cuero con estoperoles, corte de cabello con los laterales rapados y una cresta más discreta que la de antaño–, solo que ahora su prioridad es sacar adelante a su hijo. El niño es la razón principal de que haya decidido dejar el vicio –es decir, las drogas, el desmadre y la vagancia– para buscar un lugar donde vivir, un techo que no es el de un bajo puente o el resguardo de un parque. Su pareja y madre del niño, por su lado, está presa en la cárcel de Santa Martha. Quieren vivir como familia cuando ella salga libre, pero de una forma ordenada para beneficio del muchacho y evitar que repita lo que ellos vivieron.

Hay algo muy interesante en la puesta de cámara de Gamou: sus punks se mueven de forma natural, no están cohibidos ni exageran mientras los filma. Hay algo de la teatralidad inherente de lo punk, de su estética, del hazlo tú mismo, que impregna la representación documental de la película de forma acertada. Quizá es la afectación inherente del punk o el habla, cierta excentricidad, que logra capturar la película como trazos o vestigios que sobreviven en los protagonistas que ocupan cabalmente el cuadro. Preso en el reclusorio, el Clavo, que canta, declama y actúa, dice en un momento muy sentido que captura las intenciones del filme, “aquí, encerrado en el teatro de la vida, creo que soy libre”.         

Al identificar correspondencias entre los filmes que le preceden y la película de Gamou, se constata en qué medida las películas de Sarah Minter, Gregorio Rocha y Andrea Gentile se adelantaron a cuestionar la noción de identidad que hoy domina los discursos académicos, sociales y estéticos. Sex Panchitos hace una reflexión y ensaya preguntas sobre cómo cambia la gente y qué la hace cambiar. Es mucho más que la política y la sociedad, variables en las que Gamou, con mucho tino, no se centra; hay algo más poroso, redentorio y enigmático, que arrastra a los personajes a su propia fragilidad encarnada, hacia la madurez y el envejecimiento. 

La Ciudad de México está presente en toda la película. Las zonas de Tacubaya en las que filma el director no corresponden a los asentamientos turísticos, aburguesados o gentrificadores de la ciudad. Tacubaya aparece como un lugar muy viejo que resiste en sus propias bases, algunas ruinosas, o que se resiste a transformar. Cerca del final de Sex Panchitos, Ulti regresa a la casa de su tía, donde se crió, en un terreno pendiente. La vieja vecindad donde vivía es demolida, así que busca un lugar donde establecerse con su hijo. Ahí, la tía les ofrece un cuarto con apenas un foco. La mamá del niño no está de acuerdo, está preocupada porque desea que el muchacho salga del lugar que propició la vida desordenada de su papá, del ambiente que también la orilló a ella a robar. Aunque el futuro haya pasado, el título de la película de Andrea Gentile, La neta, no hay futuro, se prolonga: el futuro se renueva como guiño de esperanza. ~

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