El intelectual hoy: Una obscena ausencia

El intelectual hoy: Una obscena ausencia

“Es preciso configurar nuevos canales de comunicación, independientes de las corporaciones culturales y académicas. Todo esto como la condición de una redefinición en el siglo veintiuno”....Tomado de https://morfemacero.com/

Colaboraciones

Eduardo Subirats

Permítanme una breve presentación. Mi primera aventura como intelectual independiente fue publicar, simultáneamente en la Ciudad de México y en Madrid, dos ediciones diferentes de un mismo análisis teológico y político de la colonización de las Américas, y de sus estrategias de destrucción comunitaria, conversión violenta y sostenido genocidio. Lo titulé El continente vacío. Este “vacío” incluía precisamente al nihilismo, a las políticas de vaciamiento y extorsión de las civilizaciones sometidas, y a las teologías cristianas de la colonización que han articulado el logos, discurso o narrativas del poder colonial hasta el mismo día de hoy.

El ensayo El continente vacío fue escrito además como denuncia de la inconsciencia colectiva que vitoreó el carnaval madrileño del “Quinto Centenario del Descubrimiento de América”. Pues bien, a partir de 1993, el año de la primera edición mexicana, fui excluido automáticamente de la “Ciudad letrada” madrileña. La edición española del libro acabó siendo destruida y su editor Mario Muchnik fue eliminado.

Les cuento esta historia como lo que es, un caso personal y, hasta cierto punto, insignificante, pero un relato que revela el formato elemental de la censura de una reflexión independiente sobre cuestiones últimas de nuestra existencia en la historia y en el cosmos. Y la incuestionable cuestión afectaba precisamente a los destinos modernos de Las Américas.

El sistema lingüístico e institucional de censura y exclusión que distinguió este caso, y que afecta no solo a España, sino también a la resistencia en Alemania y los Estados Unidos a la publicación de su crítica de la teología política de la colonización, señalan en dirección de las sombras del intelectual esclarecido en la cultura occidental moderna: el lado tenebroso de las guerras imperiales, y las catástrofes y genocidios coloniales en la que se funda la historia moderna de Las Américas.

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Pero desearía contarles una historia diferente. Además, en este segundo cuento intervienen indirectamente los mismos profesores Javier Corona y Aureliano Ortega, a quienes acabo de agradecer esta invitación a la Universidad de Guanajuato. En fin, en esta misma universidad pronuncié, el año de 2008 una serie de conferencias sobre literatura latinoamericana, a raíz de las cuales esta universidad me publicó, y quiero expresar con ello y de nuevo mi gratitud, un libro titulado Las poéticas colonizadas de América latina, con un manifiesto incluido y conclusivo: Siete Tesis contra el Hispanismo.

Yo acababa de abandonar Princeton University a raíz de una serie de insolencias nacionalistas, racistas y neocoloniales en el mismo departamento de Literaturas romances que me había acogido generosamente. Pero en New York University, mi siguiente destino, me encontré con un departamento de español y portugués que seguía al pie de la letra, y sin la menor individualidad, el catecismo postmodernista de la transformación de la cultura en realidad virtual, el final del arte y la literatura, la suplantación de las teorías críticas del siglo pasado por las letanías y los plagios político-correctos de feminismos, transculturalismos y ecofascismos, junto a insubstanciales retóricas de democracias y derechos humanos…

Esos fueron los temas de fondo que polemizaba entonces bajo la crítica de las “poéticas colonizadas”. Era una crítica de las estrategias de colonización postmodernista de las expresiones intelectuales y artísticas latinoamericanas del siglo veinte. Y desde ese mismo año fui desaparecido de los circuitos del hispanismo estadounidense y sus departamentos.

Nuevamente deseo insistir en que esta historia describe solo un caso formal, una estructura abstracta. No pretende ningún título de ejemplaridad negativa o positiva. Representa la estructura abstracta elemental del funcionamiento normal de las Humanidades hoy, en 2025.

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Les pido disculpas por esta presentación demasiado larga y demasiado pesada.  Pero, con el fin de remediar estas reflexiones oscuras, les voy a contar ahora otro cuento mucho más sonriente. Nuevamente es una historia personal, pero al mismo tiempo es una anécdota contemporánea y compartida por todos nosotros.

Esta conferencia magistral, como ustedes las llaman en México, había sido concebida para presentarles aquí y ahora un libro titulado A plena luz caminamos a ciegas. Pero como el libro no ha podido llegar a tiempo, resumiré en dos palabras sus tramas e intrigas. Mi ensayo es un viaje a lo largo de las infinitas narraciones y discursos del final de una era histórica, en la que Occidente ha predominado de manera absoluta sobre el Totus Mundus. En otras palabras, es un testimonio de una edad final. Al mismo tiempo, es una alerta frente a una revolución reaccionaria y regresiva que nuevamente enterrará bajo el fuego de sus cañones civilizatorios muchas lenguas, memorias y vidas humanas; y suprimirá culturas enteras, con exactamente la misma apatheia, la misma carencia de pathos y de emociones, con la que el “sujeto moderno” contempla el industrialmente inducido calentamiento global, la extinción de las especies y las culturas humanas, y no en último lugar, sucesivos genocidios.

Pero en mi ensayo “A plena luz…” trato de recoger rapsódicamente momentos iluminadores del pensamiento y el arte europeo o panamericano, que he guardado y reunido como los restos de un naufragio del que ustedes, lo mismo que yo, somos sobrevivientes.

Por lo demás, “A plena luz caminamos a ciegas” es la conclusión de la obra Quod nihil scitur (“De nada se sabe”) del filósofo sefardí del siglo dieciséis Francisco Sánches. Y Sánches era un escéptico de tradición pirrónica que, frente a los grandes descubridores de su tiempo, desde Cristoforo Colombo a Galileo Galilei, denunció precisamente sus límites intelectuales y éticos.

Conocer significaba, para Sánches, comprender el universo como unidad, e integrar espiritual y físicamente la existencia humana en esa unidad. La nueva epistemología empírica y racional, por el contrario, ha fragmentado los conocimientos científicos como daño colateral de su expansión. Al mismo tiempo, la disociación entre los microsaberes conduce necesariamente a la multiplicación de paradigmas y a la diversificación de microlenguajes. La subsiguiente ausencia de relaciones de las partes con el todo reduce las epistemologías científicas modernas a los enunciados de medias verdades o enteras falsedades. “¿A todo eso lo llamáis conocimiento? – se preguntaba Sánches – ¡Yo lo llamo ignorancia!”.[1] “A plena luz…” comparte con Sánches este objetivo esclarecedor contra la ignorancia y su ceguera.

“A plena luz caminamos a ciegas” encierra también un rechazo intelectual del nihilismo ético, esto es moral y ontológico, que se amuralla tras las pantallas del espectáculo político constitutivo de Occidente. Es un grito de resistencia filosófica y política. Un No al no-ser.  Y el rechazo al culto postmoderno del vacío que se ha dado expresión lo mismo en la monumentalidad minimalista del Ground Zero-Manhattan, que en el suicidio sociologista de los “Last Intellectuals”.

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Quiero recordarles el hilo conductor anunciado en el título de mi conferencia: la obscena ausencia del intelectual y de la inteligencia en la realidad pública. Es una ausencia o tal vez un eclipse de las voces intelectuales política y epistemológicamente independientes. Para ser más preciso: el intelectual se ha evaporado en el mismo instante en que la sociedad mercantil se transformó en espectáculo y sus sujetos físicos se disolvieron en los algoritmos de la masa electrónica postmoderna.

Es como si de repente las voces más inteligentes y las expresiones artísticas más intensas hubieran desaparecido de todos los escenarios mediáticos corporativamente controlados y hubiesen enmudecido para la eternidad. Al mismo tiempo, contemplamos atónitos la propagación indefinida de discursos mediáticos cuya vulgaridad y banalidad compiten con los poderes de la diosa Estulticia a la que rendían culto los poderes de la Europa del siglo dieciséis, de acuerdo con la sátira de Desiderius Erasmus Stultitiae Laus (Elogio de la Estulticia).

Sin embargo, desearía contarles un último cuento. Esta vez es una historia chusca. Se trata de un chisme departamental y una cita de la miseria intelectual de nuestras universidades.Hace solamente unas semanas que mi departamento de “Spanish & Portuguese Literatures” me ha cancelado un seminario de postgrado sobre Don Quijote: trickster y loco enamorado. No es un mal chiste, ¿no es así?

De todos modos, ustedes se preguntarán: ¿cómo se puede cancelar un seminario sobre Don Quijote en un departamento de literaturas hispano-portuguesas? ¿Cómo es posible suprimirlo indefinidamente?

Sólo tengo que aclarar una cosa: la cancelación no era personal, era estructural y sistémica. A nadie en el departamento, incluidos sus estudiantes, le interesaba la vinculación de Don Quijote con el idealismo de la caballería andante definido por el filósofo mallorquín del siglo doce Ramon Llull. Nadie ponía el grito en el cielo porque pusiera de manifiesto la relación de Cervantes con la leyenda del Gral de Wolfram von Eschenbach. Y a nadie le importaban la síntesis cervantina de la literatura medieval de caballerías con el trickster de la novela picaresca española y de la maqama árabe y judía de la que procede su tradición literaria. Por todo lo demás, la relación del amor de Don Quijote por Dulcinea con el misticismo sufí de la Península ibérica se consideraba poco menos que una alucinación. Y obviamente, a nadie le preocupaba el modelo intelectual que representaba Cervantes precisamente con su crítica de una Europa embarcada en permanentes guerras de conquista y religión, fraccionada por divisiones religiosas y violentamente confrontada con el Islam, en el medio de una sociedad dominada bajo la férula de la Inquisición.

No, ni yo, ni mi Don Quijote éramos el problema. Se trataba de algo mucho más serio. Era preciso cancelar este seminario porque no asumía el multiculturalismo, el ecologismo, los estudios de minorías o los discursos de descolonización, las teorías híbridas y las jergas de los derechos humanos, elevados a ídolos y fetiches de las lingüísticas académicamente correctas. Tampoco respetaba las políticas de la identidad. Y todavía había algo más importante: Don Quijote era un personaje literario transformado en un mito a la vez nacional y universal. Y la cultura occidental ya no es, en la edad de su decadencia, ni nacional ni tampoco universal. Su bandera es la micropolítica, los microlenguajes y el microanálisis; su visión filosófica del mundo se sujeta a la visión limitada del microintelectual y del experto.

En fin, decidí escribirle un e-mail al jefe del departamento en protesta por su decisión cancelatoria. Recordé la frase de Adorno. Sí, señalé, después de Auschwitz, escribir poesía es barbarie. Pero añadí: “Prohibir las manifestaciones en el campus contra el genocidio del pueblo palestino es barbarie; cancelar a Don Quijote de Cervantes en un departamento de Humanities también es barbarie”.

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Con estos cuatro cuentos tal vez debería dar ya por terminada esta conferencia, darles a ustedes las gracias por su generosa atención, e irnos todos a casa. Pero después de declarar el problema, esto es, la desaparición institucional del intelectual en tiempos de crisis, es necesario buscar los medios para remediarlo. Por eso desearía contarles todavía otra historia. Se trata nuevamente de un chisme institucional. Pero seré muy breve.

La supresión institucional de mi seminario sobre Don Quijote lejos de doblegarme a las lingüísticas departamentales me alentó a levantar un nuevo proyecto. Con él podría librarme de la pobreza intelectual del hispanismo y el latino-americanismo en los Estados Unidos, y penetrar en los enclaves burocráticos de la literatura comparada. Titulé mi propuesta: “Fausto y Don Quijote: dos mitos fundacionales de Occidente.”

Don Quijote y Fausto tienen perfiles intelectuales que pueden vincularse con algunos rasgos fundacionales y fundamentales de la conciencia occidental moderna. El idealismo absoluto de Don Quijote, por poner de relieve un aspecto importante, está emparentado con las tradiciones orientales que habían alcanzado a Europa a través de sus culturas hebreas e islámicas, con obras máximas del misticismo judío y sufí ibéricos, como el Zohar o la poesía erótica de Ibn al-Arabí. Por su parte, el idealismo absoluto de Faust rompe las barreras de las teologías y las escolásticas medievales para “entregarse” (sich ergeben) a la magia y la alquimia, y penetrar con ellas en los secretos arcanos del universo.

En fin, esta era aproximadamente mi aspiración. Además, constituía un proyecto rigurosamente humanista y humanitario de Humanidades. Un proyecto que iba a molestar a la burocracia microintelectual que administra sus ruinas. Pero el mismo día en que iba a enviar la documentación de mi flamante proyecto al National Endowment for the Humanities, en Washington, para poder financiar mi investigación, me encontré en internet con la noticia de que el instituto había sido cancelado por orden del presidente. Supresión administrativa de unas humanidades que ya habían alcanzado un grado superlativo de indefinición y deterioro.

En fin, este derrumbe de las Humanities ha arrastrado en sus lodos, y a lo largo de ya casi medio siglo, la muerte del intelectual en la sociedad del espectáculo.

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Debo concluir. La incertidumbre de los pueblos frente al próximo y lejano futuro es hoy general y no conoce fronteras, pero ha conseguido borrar enteramente las esperanzas que, desde el siglo dieciocho, las sociedades europeas depositaron en un concepto de ilimitado progreso industrial capitalista. Sin embargo, y en nombre de esta desesperanza, sugiero tres normas provisionales de supervivencia intelectual.

Primero: el eurocentrismo ha colapsado mucho antes de las crisis económicas, militares y espirituales que el sistema capitalista reitera cíclicamente. Su punto de ruptura hay que situarlo alrededor de la Revolución de 1848 y del Manifiesto Comunista de Marx, como dos de sus expresiones más relevantes. Pero estas crisis han abierto la conciencia europea y occidental moderna a un concepto más crítico de literatura, filosofía o cultura mundiales. Y es esta continua crisis la que nos obliga a una reforma de las Humanidades.

Humanidades humanitarias y humanistas. Un ejemplo: la filosofía no nace con Platón o Aristóteles, sino en Egipto y Sumer, en el universo persa e hindú, y en las alturas metafísicas del budismo y el taoísmo de Asia central y oriental. Al mismo tiempo, es preciso repensar las filosofías, la historia de las ciencias o la historia de las culturas humanas desde paradigmas hermenéuticos mucho más amplios que las epistemologías empírico-criticas o lógico-transcendentales. Una reforma humanista de las Humanidades fundada en un sistema ético que solo puede configurarse (bilden) a través y a lo largo de un diálogo hermenéutico con estas expresiones fundacionales del espíritu humano.

La segunda regla de supervivencia intelectual que deseo señalar es la “creación de nuevos lenguajes” que nos permitan la comprensión y superación de las sucesivas disrupciones de los equilibrios biológicos, políticos y mentales en cuyo medio subsistimos. Por “lenguajes” me refiero a palabras y gramáticas, así como a la memoria colectiva que estas palabras y gramáticas encierran; por “creación” entiendo el proceso continuo de diálogo intelectual y la construcción de nuevas teorías críticas adaptadas a la gravedad de nuestro presente histórico.

Y una última sugerencia para poner punto final a esta charla: es preciso configurar nuevos canales de comunicación, independientes de las corporaciones culturales y académicas. Todo eso como la condición de una redefinición del intelectual en el siglo veintiuno. Muchas gracias por su atención.

[Conferencia pronunciada en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Guanajuato, el día 7 de mayo de 2025.]

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[1] Francisco Sánches, That Nothing is Known (Cambridge: Cambridge University Press, 1988), p. 180.

Tomado de https://morfemacero.com/