Defender nuestra identidad es defender la soberanía

Defender nuestra identidad es defender la soberanía

Tomado de https://contralinea.com.mx/feed/

Frente a los nuevos ataques de Washington que encabeza Trump contra México, las y los mexicanos asumimos nuestra soberanía. Respondemos apelando a nuestra memoria histórica y reforzando nuestra identidad nacional para enfrentar al enemigo externo.

Sin ella, no hay soberanía. Hay quienes piensan que va a desaparecer al “integrarnos a Norteamérica”, lo que es falso. Cuando las naciones se ven sujetas a la opresión, reaccionan defendiéndola junto a la soberanía.

Vemos que a nivel mundial, en las últimas décadas, hay un renacimiento de las naciones y una reafirmación de su identidad. Aquellas que no se defienden corren el riesgo de desaparecer.

En los días que corren, se habla de pasar de un mundo “unipolar” a uno “multipolar”. Con varios polos en los que, aunque no se dice abiertamente, cada nación estará sujeta a su “polo” o a su región.

En realidad, lo que está al orden del día es la reafirmación de la soberanía de cada nación y su apertura a relacionarse con las demás sin estar “enjauladas” en una en particular; obligadas a enfrentar y pelear con otras.

Del unipolarismo debe pasarse no a un nuevo reparto del mundo entre potencias, sino a la soberanía de las naciones. Es apremiante; tan imperioso como la defensa de la identidad.

La identidad mexicana tiene profundas raíces y no se va a asimilar o a integrar a una “región norteamericana”. Tenemos vecinos, sí y podemos tener similitudes, pero contamos con una historia, legado y visión del mundo propia.

FOTO: 123RF

Es claro que el neoliberalismo –el cual se traduce en neocolonialismo– trata de destruir nuestra identidad. La misma tiene cimientos de 35 mil años, desde cuando llegaron los primeros habitantes, a través de varias y sucesivas migraciones desde Asia y África. Siempre está en proceso de construcción y cambio, y se ha ido construyendo desde entonces. Es fuente de resistencia.

A lo largo de miles de años, se fueron desarrollando distintas culturas en el territorio que hoy es México, con diversas identidades, pero con rasgos comunes. Se hablaban más de 186 lenguas –según Manuel Orozco y Berro– y se desarrollaron diversos pueblos o naciones originarias.

La invasión española trató de destruir las diversas identidades, tras el mote de “indios”. Sin embargo, aquí no había ningún indio. Hay gran diferencia entre un maya, pame, pima, totonaca, mexica, zapoteco, mixteco, huasteco, purépecha, ñañu u otomí, como la hay en Europa entre un francés, español, finlandés, belga o italiano.

Las identidades de los pueblos originarios en nuestro territorio predominaron miles de años, pero el colonialismo trató de eliminarlas. Se cometió un genocidio tal que, de los 25 a 30 millones de habitantes indígenas, sólo quedaba 1 millón 200 mil para 1650. Se arrasaron los pueblos y se satanizó nuestra gran civilización y cultura.

A través de la Inquisición, se reprimió a quien osara seguir costumbres y tradiciones milenarias, o a desmentir la falsa historia de los invasores españoles, Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo y tantos otros.

Se cambiaron los nombres a los lugares, ríos y personas para europeizarlos. Se prestó atención sólo a dos civilizaciones: la mexica y la maya, de una manera vertical y unilateral. Y, en el mejor de los casos, se vio a los demás pueblos originarios con la óptica mexica, y se les llamó como los llamaban en náhuatl. Se despreció su cultura específica.

A los akimel oódham (pueblo del río), les llamaron pimas; a los jñatui, mazahuas; a los li´tachihuin, totonacos; a los rarámuris, tarahumaras; otomí a los ñahñu; a los ñuusabi, mixtecos; a los ben zaa o diidxaaj, zapotecos; tsajujmi, chinantecos; los shuta, enima, mazatecos; a los kop, tzeltales; a los driki, triqui; los purépechas, tarascos; y mexihkas, aztecas.

La identidad es persistente. Sin embargo, el daño fue muy grave; y el trauma, profundo. Muchos pueblos desaparecieron, pero no pudieron acabar con los más fuertes.

La colonización se logró, además de otras causas, porque los distintos pueblos originarios no estaban unidos. Y no lo estaban, porque no eran una sola nación. Tenían sus rivalidades entre pueblos; había alianzas, confederaciones y federaciones enfrentadas unas con otras. Eso lo aprovechó Hernán Cortés para engañar a sus “aliados” a quienes luego traicionó.

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Tras la invasión, se dio un proceso de unidad en la lucha. Cuauhtémoc fue el primero que llamó a la unidad y a la resistencia de los pueblos. Durante la Colonia, las rebeliones de los pueblos fueron una constante, registrándose más de 100 rebeliones y levantamientos en el territorio.

De las luchas aisladas y dispersas se llegó a una lucha general, la cual conquistó la Independencia. La nación mexicana surgió a lo largo de la Colonia en nuestro territorio, de una población, economía, cultura, psicología social específicamente mexicana. México nació a partir de y junto con las naciones indígenas originarias. Es un país plurinacional.

En términos étnicos, en 1810, cuando comienza la lucha por la Independencia, había en México una cifra aproximada de 3 millones 700 mil indígenas; los indomestizos –predominantemente indígenas–, 700 mil; los mestizos, alrededor de 900 mil; los criollos, unos 200 mil; los afrodescendientes y afromestizos, alrededor de 650 mil; y los españoles, apenas unos 60 mil.

En nuestro país subsisten tanto la nación mexicana como las naciones originarias que sobrevivieron al genocidio y la destrucción. La nación mexicana tiene como raíz las culturas originarias, alimentada de injertos de población negra, europea-árabe y asiática.

En 1810, la población mayoritaria era indígena, y en los mestizos predominaba el mismo origen. También en la mayoría de los mulatos y aún en los criollos, había influencia.

Los mexicanos no somos una mezcla de indígenas con españoles, incluso se dice que España es nuestra “Madre Patria”. La identidad mexicana surgió de la unión de personas con distintos orígenes culturales y civilizatorios: pueblos originarios, afrodescendientes, descendientes de europeos, etcétera, en contra del colonialismo, en lucha contra los invasores españoles y su dominio sobre nuestro territorio.

Hoy quieren negar nuestra identidad en Estados Unidos, al meternos al costal de los “hispanos” o “latinos”. La primera arma del dominio extranjero en un territorio ajeno es la división de la población y el enfrentamiento entre sí de los habitantes.

La invasión española fomentó todo tipo de divisiones, trajo el racismo y la distinción en castas, que no existía antes y en la historiografía dominante se sigue alimentando.

También el patriarcado europeo colocó a las mujeres en la más completa subordinación hacia los hombres. La división en clases separó a la población; los indígenas quedaron sujetos al encomendero primero, y al hacendado después.

Otra arma fue el eurocentrismo, que consideraba a los habitantes de nuestro territorio como inferiores y salvajes, mientras que presentaba a la cultura y la religión europea como la única y la mejor. Se fomentó la visión de nuestros pueblos desde la óptica europea y el autodesprecio de los mexicanos.

Luego de la Independencia, se ha ido desarrollando el neocolonialismo manteniéndose el predominio de la visión eurocéntrica de nosotros mismos. Los mexicanos tenemos un problema profundo de identidad, pues el sistema político, económico, social y la vida cultural siguen los patrones impuestos hace más de 500 años. De igual manera, continúa la explotación de los pueblos indígenas y de la nación mexicana.

Ahora ya no nos domina España, sino un nuevo imperio: Estados Unidos. En el neocolonialismo, se nos busca integrar a la “región norteamericana” como “hispanos” o “latinos”, cuando los mexicanos tenemos nuestra identidad específica. Y si hablamos de una región, la nuestra es América de norte a sur. Y dentro de ésta, somos latinoamericanos.

En este siglo XXI que comienza, frente a la globalización y los planes de anexión-subordinada, integración económica, política, cultural, militar a Estados Unidos de las Corporaciones Norteamericanas, hoy se plantea de manera aguda el problema de nuestra identidad.

Al reconocer su raíz, el pueblo mexicano va a desarrollar su identidad, que se despliega en la unión de aquellos que vivimos en este territorio y los migrantes, sin distinción de raza, origen nacional, género, edades, formas de trabajo, nivel económico y preferencias sexuales, en la lucha contra el neocolonialismo de Estados Unidos. Este país busca la integración subordinada.

La identidad se construye y renueva en la lucha por la plena soberanía de nuestro país. Ello requiere la unión de los diferentes pueblos, para conquistar los derechos de todas y todos. De este modo, se deberá reconocer plenamente los derechos colectivos de los pueblos originarios; además de recibir con los brazos abiertos a los hermanos migrantes del sur.

La identidad nacional no se contrapone con esta época de la globalización en la que crece la solidaridad entre los trabajadores de los países, y la unión internacional por la conquista de un mundo alternativo, en el que se reconozcan los derechos de todos; además de la soberanía y particularidad de cada pueblo.

Las y los trabajadores mexicanos que migran y son criminalizados en Estados Unidos se funden con los trabajadores de esa nación, quienes los apoyan con la consigna de: “Nadie es Ilegal”. En México, también condenamos la criminalización, violencia y abusos contra los migrantes de Centro, Sudamérica y el Caribe.

Al mismo tiempo, se da un profundo movimiento en América Latina, con el objetivo de reafirmar los intereses de los pueblos frente a los planes imperialistas. En ese sentido, fortalecer la identidad tiene una connotación internacionalista.

Cada pueblo tiene como tarea conservar y profundizar su propia cultura. A la par, ha de aportarla al tesoro de la cultura universal. A fin de cuentas, somos una sola humanidad, con una sola lucha por reconocer los derechos de todos.

Hoy por hoy, tienen una forma de atacar nuestra raíz y nuestra identidad mexicana al dar por sentado que ya estamos integrados y supeditados a una “región norteamericana”, y que debemos someternos a su lógica.

Sin embargo, cada país debe ser soberano y no dejar que ningún vecino lo someta. Ser buenos vecinos está muy bien, pero en su casa cada quien: independientes y soberanos cada pueblo y nación, en búsqueda de la armonía con el mundo. Lejos de las guerras promovidas por los belicistas que no nos competen, porque queremos la paz.

Pablo Moctezuma Barragán*

*Doctor en estudios urbanos, politólogo, historiador y militante social

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