El pintor de las melancolías: siglo transcurrido

El pintor de las melancolías: siglo transcurrido

"Para el investigador González Mello, la obra de Rodolfo Morales requiere ‘un trabajo más detenido de desciframiento. Apenas estamos empezando a recorrer algunas de estas obras, pero es claro que se alejan de los códigos habituales del nacionalismo mexicano’. Oaxaca y...Tomado de https://morfemacero.com/

Culturas impopulares

Jorge Pech Casanova

Rodolfo era un niño triste: le exigieron trabajar en la carpintería de su padre pero prefería tallar juguetes, hacer papalotes y dedicar demasiado tiempo a una artesanía mal pagada: los adornos de papel picado. Ángel, su padre, taciturno artesano, quiso ocuparlo en labores útiles, pero el niño arruinaba más tablas y varillas que las que lograba cepillar o moldear. En cuanto determinó la incapacidad del muchachito, su papá lo expulsó del taller.

Rufina, la madre, recibió con desconsuelo la tarea de encaminar al hijo inepto. Puso toda su rigidez de profesora autodidacta en educarlo. El fallido carpintero tendría la mejor educación que podía conseguirse en Ocotlán, donde la artesanía era mucho más valorada que el aprendizaje escolar, pues en las aulas daban clases “socialistas”. Así, Rodolfo aprendió a leer, a escribir, a dibujar, a escuchar música en su casa. Lo hacía todo con dolida dedicación porque su severa maestra no toleraba fallas. No a él.

Rodolfo Morales López había nacido en Ocotlán, Oaxaca, el 8 de mayo de 1925. Eran tiempos inquietantes cuando tomaba las duras lecciones. Para 1934, cuando le exigían que aprendiera a hacer algo útil, las poblaciones del estado languidecían a causa del terremoto que en 1931 destruyó inclusive la capital oaxaqueña. Las familias que pudieron, vendieron cuanto tenían para irse a la Ciudad de México. Rodolfo veía partir en el tren industrioso a algunos de sus vecinos que no retornaron.

Los viajeros que bajaban y subían de aquellos trenes humeantes traían noticias de la capital mexicana. Rodolfo, relegado a la vigilancia de sus tías Petrona y Petra, escuchó en alguna conversación de viajeros sobre una escuela donde enseñaban a pintar: Academia de San Carlos. Luego halló repetido ese nombre en un libro. Lo sedujo. Imaginó que en ese colegio podría adquirir el oficio para pintar santos y vírgenes de las iglesias, único lugar que su madre recomendaba a él y sus hermanos, a quienes inculcó una devoción tan estricta como sus lecciones.

Guarecido entre sus tías, distante de sus progenitores, Rodolfo llegó a la adolescencia y a su adultez temprana. En 1947 se fue a vivir al Distrito Federal, en una vecindad de la colonia Morelos. Ingresó a la ex Academia de San Carlos, donde fue estudiante díscolo pero perseverante. Sus profesores desdeñaban sus trabajos. Él se obstinó en concluir los estudios.

En 1953 el joven halló empleo como docente en la Escuela Nacional Preparatoria 5 “José Vasconcelos”. En ese centro educativo permanecería durante los siguientes treinta y dos años. Como instructor de dibujo, Morales era retraído, dedicado a sus clases. A los directivos y a sus colegas les parecía un personaje gris, dócil a las exigencias de la institución y nada especial como artista. En dos ocasiones, el oaxaqueño solicitó que le comisionaran la ejecución de murales en la escuela. Fue rechazado.

Era el tiempo del encomio al machismo mexicano y a la obstinada militancia de los artistas. Aún se recordaban la matonería de David Alfaro Siqueiros cuando intentó con sus compinches asesinar a Lev Trotsky en 1940, cuando decretó para el arte mexicano “No hay más ruta que la nuestra” y cuando presumía de cargar pistola “para orientar a los críticos”.

A Rodolfo Morales le repugnaban esos desplantes. Admiraba, en cambio, la línea pictórica de Diego Rivera. Cuando aún era estudiante de pintura, realizó un mural en Ocotlán “a la manera de Diego”, que se conserva en el palacio municipal del pueblo. Sin embargo, Morales sentía mayor afinidad por la obra de tres artistas fuera de la tendencia oficial: las surrealistas María Izquierdo y Leonora Carrington, así como el escandaloso retratista Manuel Rodríguez Lozano. El extremo opuesto del nacionalismo —la pintura abstracta y cosmopolita de su paisano Rufino Tamayo— tampoco era un referente en la obra de Morales.

Morales logró que la Preparatoria le comisionara en 1962 la ejecución del mural El retrato del arte y la ciencia, para el vestíbulo del auditorio “Gabino Barreda”. Con la ayuda de Bartolo Ortega y Paciano Rodríguez, el profesor de 37 años de edad decidió prescindir del modelo que había seguido en Ocotlán. El mural era su primera gran obra personal.

Sesenta años más tarde, al comentar la restauración y revaloración de aquella obra en 2022, el académico de la UNAM Renato González Mello resaltó: “Morales pinta un universo fundamentalmente femenino en el que busca simbolizar a una comunidad ambivalente, claramente campesina. Al mismo tiempo, hay hombres asomándose a un microscopio, pero no hay este predominio hegemónico y un tanto abusivo de una noción hipertrofiada de virilidad que, a veces, caracteriza a la obra mural en México. Es un universo que habla de un espacio cívico y que, sin embargo, se configura de una manera completamente original”.

Ese estilo distinguiría la pintura de Morales. Discreta, mantenida en virtual clandestinidad, la obra de este objetor del machismo se mostraba por vez primera al público. Mientras pintaba el mural, el profesor soportó críticas, burlas, reprobaciones. Al terminar, el pintor sólo registró los agravios. No pudo prever que su obra subsistiría a los ataques para volverse un símbolo de rebeldía en el siglo siguiente.

Aún le faltaban al profesor veinte años de resistencia silenciosa en la Preparatoria 5. En 1983 un director quiso perjudicarlo para favorecer a un compadre. El instructor se declaró en huelga de hambre. Sus colegas reaccionaron con solidaridad. Morales obtuvo el primer contrato laboral en la preparatoria, continuó sus labores y se retiró en 1985. Su deseo era volver a Ocotlán, pero tuvo que posponer su retorno. El terremoto del 19 de septiembre de ese año lo retuvo en la capital devastada.

Una década antes, Morales comenzó a exhibir su obra en galerías. En 1975 Rufino Tamayo descubrió a Morales en una exposición en Cuernavaca. El famoso pintor dio su aval a la pintura de su paisano, lo recomendó a sus coleccionistas. A partir de entonces, Morales fue buscado por coleccionistas.

De regreso en Ocotlán en 1986, Morales se transformó en uno de los pintores más influyentes de su estado. Coleccionistas de Monterrey difundieron su pintura en Estados Unidos. El viejo profesor rivalizaba con Francisco Toledo en el papel de promotor de la cultura y el arte. Se mantuvo así en los veinticinco años que le restaban de vida. Sus admiradores lo llamaron “pintor de sueños”. Ignoraban u olvidaban que recreaba sus solitarias observaciones del pueblo donde las mujeres guardaban luto, distancia o abatimiento, cercadas por su entorno. “Pueblo de mujeres enlutadas”, como escribió Agustín Yáñez, autor favorito del oaxaqueño.

A sus 75 años, en el año 2000, Rodolfo Morales fue invitado por el director del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, Fernando Solana Olivares, a presentar una gran retrospectiva, la primera, de su pintura. El viejo maestro no sólo envió obras tempranas y lo mejor de su producción. Ideó pinturas en forma de columnas y creó su Mercado de Ocotlán. Desplegó su legado en el museo, pese a quienes objetaban su presencia en esas salas que él había impulsado a fundar.

Al comenzar 2001 Rodolfo Morales cayó enfermo y murió en enero de aquel año. A un siglo de haber nacido, Morales sigue siendo un maestro oaxaqueño de la pintura, de los pocos que seguirán revelando sorpresas en las obras que están a la vista y que muchos deben aún descubrir. Como el mural que pintó en 1962 en la Preparatoria Nacional 5, apenas comienza a ser apreciado, pues su pintura durante demasiado tiempo se asumió provinciana y complaciente.

El investigador González Mello es uno de los que refutan esa noción. Para él, la obra del pintor ocoteco requiere “un trabajo más detenido de desciframiento. Apenas estamos empezando a recorrer algunas de estas obras, pero es claro que Rodolfo Morales se aleja de los códigos simbólicos habituales del nacionalismo mexicano”. Oaxaca y México tienen pendiente esa revaloración, al cumplirse el centenario del artista sin que se anuncie una amplia muestra de su obra.

Tomado de https://morfemacero.com/