Abramos pista con una obviedad: el reto no era sencillo.
Publicada entre 1957 y 1959 por la revista Hora Cero Semanal como folletín en secuencias de tres y cuatro páginas, El Eternauta, historieta escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Fernando Solano López, no solo es una obra icónica de la narrativa argentina del siglo XX, sino un entrañable símbolo de resistencia cultural, política y social para buena parte de la región latinoamericana. Adaptarla a un formato audiovisual, como lo hace el realizador Bruno Stagnaro en la serie estrenada el pasado 30 de abril en Netflix, equivale a asumir una responsabilidad titánica que oscila entre la idiotez y la grandeza.
No que nadie lo hubiera intentado antes. Numerosos directores –incluidos Adolfo Aristarain, Alex de la Iglesia y Lucrecia Martel, quien invirtió año y medio en el desarrollo del guion antes de claudicar por diferencias creativas con la familia Oesterheld– lo intentaron sin éxito. Stagnaro, sin embargo, logró aterrizar el proyecto. El resultado: pese a todos los pronósticos, El Eternauta es una victoria que dimensiona a la historieta en el aquí y ahora sin sacrificar el espíritu original de Oesterheld, quien fue asesinado por la dictadura a fines de los setenta. Sus cuatro hijas –Diana, Beatriz, Estela y Marina– también fueron asesinadas entre 1976 y 1977. Dos de ellas, Diana y Marina, estaban embarazadas al momento de su desaparición.
En esta conversación –que contiene spoilers–, exploramos las razones por las que El Eternatuta, protagonizada por Ricardo Darín en el papel de Juan Salvo, se ha convertido en un fenómeno global para Netflix, y abordamos los riesgos tomados por Stagnaro al adaptar el cómic.
Grégory Escobar (GE): Cuando anunciaron el estreno de El Eternauta, recuerdo que mostraste un escepticismo extremo. ¿Por qué?
Mauricio González Lara (MGL): Por la admiración que siento por el cómic. Es parte de mi educación sentimental. Como les pasó a muchos, me resultó imposible no asumir con escepticismo la posibilidad de que pudiera adaptarse con éxito, sobre todo cuando supe que iba a ser producida y transmitida por Netflix. Mi primera aproximación a El Eternauta fue a través de una recopilación publicada por Ediciones Record que compré en Buenos Aires a principios de este siglo. Aún tengo ese libro, pero a propósito de la serie opté por releer el cómic en una edición reciente de RM Verlag, con prólogo de Juan Sasturain y una portada espectacular diseñada por el Dr. Alderete. No poseo las ediciones físicas que recopilan la segunda parte –una especie de reelaboración más militante e ideologizada de los eventos que suceden en el original–, ni El Eternauta 1969, la versión que Oesterheld realizó con el uruguayo Alberto Breccia; sin embargo, gracias a la bondad de unos amigos bonaerenses y la magia del PDF, estoy familiarizado con ellas. No eran fáciles de conseguir fuera de Argentina. Espero que eso cambie gracias a la popularidad del programa. Lo acepto con desenfado: equivoqué el pronóstico. La serie es un triunfo contundente para todos los involucrados.
GE: ¿A qué lo atribuyes?
MGL: Stagnaro no tiene miedo a serle infiel a la historieta en dos aspectos sustanciales. El primero es la época. El cómic data de finales de los cincuenta; la adaptación, en cambio, transcurre en el presente. La imaginería de la historieta, e incluso las palabras con las que denomina a los personajes de esa imaginería (“Cascarudos”, “Hombres-robot”, “Manos”), se remontan a la Guerra fría, cuando los temores sociales se manifestaban en invasiones alienígenas y gigantescos insectos mutantes. Visto de manera prejuiciosa, esos monstruos retro distan de ser compatibles con las ansiedades de la época actual, tan enamorada del zombi pandémico, la amenaza de la inteligencia artificial y el wasteland distópico. No debería funcionar, pero lo hace a la perfección.
El otro aspecto es la perspectiva de la mirada. El cómic empieza en interiores, con el escritor de la obra sentado en su escritorio. De repente, aparece un espectro que se materializa en Juan Salvo, “El Eternauta”. Salvo comienza a relatar cómo empezó todo: en el interior de otra casa, la suya. Ahí, mientras juega a las cartas con sus amigos, Salvo se ufana de lo afortunado que es al contar con salud, dinero y amor, la triada con la que todo hombre de familia asocia la felicidad. Es el opuesto a los personajes marginados de Pizza, birra y faso (1997), la primera película de Stagnaro, cuya aspiración máxima de felicidad es, bueno, tener pizza, birra y faso. El mal viene de afuera, en forma de una nieve mortal. Solipsismo total. No abran puertas ni ventanas.
La serie, por otro lado, abre con una mirada cósmica, fuera del mundo: una toma cenital a un yate en medio del mar. La primera vez que vemos a Salvo y sus amigos es en un coche, atascados en el tráfico a causa de unas protestas. Salvo no es el hombre de familia idealizado del cómic, sino un tipo divorciado atormentado por los recuerdos del pasado que ni siquiera sabe dónde está su hija (a quien nosotros ya vimos en el barco, probablemente desde la perspectiva cósmica de los “ellos”). En un inicio pensé que esa decisión obedecía a una lógica mercadotécnica: la de realizar un producto para agradar a una audiencia global, alejado de las curiosidades idiosincráticas que constituyen el alma de la obra. No descarto que haya algo de eso –el programa, finalmente, es un éxito internacional–, pero la apuesta funciona sin traicionar sus raíces originales. Nadie podría acusar a la serie de negar su espíritu argentino. Lo que pasa es que la Argentina actual dista de ser el mundo cerrado del siglo pasado, cuando, parafraseando al cómic, todo lo que le importaba a Salvo, el universo mismo, cabía en su buhardilla.
GE: El aspecto que más me sorprendió de esta versión es que, en efecto, se asume como una adaptación para conversar con la actualidad. La mayor parte de los elementos que mencionas –los escarabajos, los Hombres-robot– son percibidos por nosotros hoy como parte de una tradición pulp, pero en su momento no tenían nada de irónicos. Stagnaro lo entiende así y se los toma en serio. No necesita ambientarlos en los cincuenta para hacerlos creíbles. La serie jamás se presenta como un artefacto cultural retro o nostálgico. La decisión de dialogar con la guerra de las Malvinas es otro acierto: un momento traumático de la historia argentina moderna del que casi no se habla fuera de la región. El programa utiliza la memoria de las Malvinas para abordar la identidad y la lucha colectiva, valores centrales en la historieta. Y no lo hace desde la victimización, sino desde el orgullo nacional que sobrevive a la adversidad como resultado de la solidaridad que se forja en el combate. Salvo es un excombatiente con síndrome de estrés postraumático. En el cine de Hollywood, esta clase de personaje suele ser un lobo solitario al estilo John Rambo, pero aquí es parte del héroe colectivo del que habla el cómic. Oesterheld decía que el único héroe válido es el héroe colectivo, nunca el héroe individual, el héroe solo. Quizás hoy exista más cinismo en el ambiente que en 1957, pero es precisamente por eso que la dimensión esperanzadora de la serie resulta tan potente.
MGL: Es interesante que El Eternauta se haya estrenado en simultaneidad con la segunda temporada de The last of us. En la primera, se enaltece la colectividad; en la segunda, en cambio, el héroe no duda en sacrificar a la humanidad para proteger lo que ama. Ambas posturas, bienestar individual versus bienestar colectivo, pueden devenir en escenarios aterradores, pero el contraste es interesante.
GE: Un amigo me dijo, con su cara bien lavada, algo como “¿The last of us con el maestro Darín? Qué ganas de leer el cómic”. Perdoné la blasfemia por su genuina curiosidad por el material original.
MGL: No eres el único. Alguien me comentó que le había gustado, pero que las imágenes generadas por computadora de los Cascarudos le parecían un pobre remedo de los insectos inquietantes de Starship Troopers, de Paul Verhoeven.
GE: Mucha gente debe pensar que la serie toma diversos elementos de otros trabajos distópicos recientes sin saber quizá que la obra original se produjo hace casi siete décadas. Si bien al pasar de los años la historieta recibió varios premios de manera retroactiva, creo que nunca sabremos en realidad la enorme influencia que tuvo la historieta en la ciencia ficción moderna. Ese es un aspecto conmovedor del trabajo original: al igual que su protagonista, el cómic, gracias a esta adaptación, es un viajero del tiempo. Por eso me alegra que esta versión dimensione su importancia a escala global hoy. Es un fenómeno emocionante, casi poético.
Ahora, lo que dices del contraste con los tropos hollywoodenses es fascinante. La nieve, por ejemplo. A diferencia de Estados Unidos, la Navidad en Argentina es calurosa. Nadie espera frío. En las cintas hollywoodenses vemos a los niños divertirse y hacer muñecos cuando la nieve empieza a caer en las ciudades. La nieve es un símbolo de amor y esperanza asociado plenamente con la época navideña. En El Eternauta, el frío es un anuncio de muerte. La nieve navideña es sinónimo de una potencia invasora, transculturadora, omnipresente y letal.
MGL: ¡Al carajo con Frosty! La comunidad argentina está acostumbrada al calor en Navidad. Y de repente, nieve. No me sorprende que Lucrecia Martel contemplara la idea de adaptar El Eternauta al cine. Durante una conferencia, recuerdo que Martel relataba su obsesión con captar la fractura: el segundo en que el pez atrapa el anzuelo y es extraído del agua para cobrar conciencia de que nada en su hábitat era verdad. Todo era mentira. El mundo que habitaba era una ilusión, un sueño, y la realidad no era el agua, sino un entorno seco, hostil e incomprensible. Ese pez es Salvo y sus amigos, sobre todo en la historieta. Los vemos jugar despreocupados en el interior de la casa, convencidos de que esa es la verdad, hasta que ven que la realidad afuera es nieve y opresión. La fractura en pleno. Es una metáfora efectiva para expresar la indolencia frente al autoritarismo.
GE: El programa matiza este ensimismamiento al integrar al grupo a dos personajes que no están en el cómic: la venezolana (Orianna Cárdenas) que cubre a su hermano en el delivery de la botella de whisky y el argentino que regresa de Estados Unidos, interpretado por Ariel Staltari, uno de los protagonistas de Okupas, serie también dirigida por Stagnaro en 2000.
MGL: El club de sapos de otro pozo. Por cierto, me comentabas que interpretas a El Eternauta como una secuela espiritual de Okupas. ¿Por qué?
GE: Okupas narra las peripecias de un grupo de jóvenes marginados durante la crisis previa al colapso económico de principios de este siglo. Tanto Okupas como El Eternauta comparten la idea del héroe colectivo que se enfrenta a situaciones extraordinarias que se escapan de su entendimiento. Todo comienza con cuatro amigos atrincherados, que eventualmente salen a enfrentarse a la crueldad del exterior. Las dos también son homenajes a la solidaridad y la camaradería en tiempos infernales. Los Okupas bien podrían haber envejecido hasta llegar a ser estos amigos que juegan truco. De El Pollo a El Tano. De “la merca” al whiskey Blue Label. En ambas, el grupo de amigos pelea con los recursos que tiene a la mano, los cuales casi siempre resultan insuficientes. “¿Quién es el más poronga?”
MGL: La serie conserva el espíritu guerrillero del cómic de que precisamente las batallas asimétricas se libran con un uso inteligente de lo que hay. ¿Y qué hay aquí? Una máscara de buzo, coches con motores antiguos, walkie-talkies. Hay una glorificación del mundo análogo. “¡Lo viejo funciona!”, asegura uno de los personajes. Ese espíritu es amplificado por la banda sonora. No hay nada electrónico en el soundtrack, lo que suena ajeno al estereotipo que muchos tenemos del Buenos Aires moderno, tan identificado con la joda del boliche, la “merca”, las pastillas y el after hours sin fin.
GE: En la musicalización también veo ecos (más técnicos) de Okupas, donde a Stagnaro, asumo impulsado por una legislación permisiva, no le tembló el pulso a la hora de blandir temas clásicos enormes de The Beatles, The Rolling Stones y Jimi Hendrix para subrayar sus viñetas. Con el tiempo y la realidad, tuvo que rehacer la banda sonora, manteniendo las bandas argentinas. En El Eternauta, además de la música original de Federico Jusid, la selección de canciones emblemáticas del rock, tango, y folklore argentinas es una maravilla. Él Mató a un Policía Motorizado, Manal, Pescado Rabioso, Soda Stereo, Carlos Gardel, Sui Generis y Mercedes Sosa, cuya “Misa Criolla” musicaliza una de las secuencias más memorables de la serie, cuando dos personajes sacrifican sus vidas incendiando una catedral para salvar al grupo de los Cascarudos.
MGL: Ambos indigentes, por cierto. Un momento sorprendente que evidencia la destreza técnica de Stagnaro. Aunque esa secuencia queda a deber algo: una explosión climática que magnifique por todo lo alto el sentimentalismo del acto, como sucede con el sacrificio de Vasquez y Gorman en Aliens. Soy un gringo, lo sé. Las catedrales latinoamericanas solían ser refugios improvisados para resistir lo desconocido, fueran pestes o invasiones extranjeras.
GE: La serie está llena de guiños que reflejan la memoria colectiva y conectan generaciones, como el cacerolazo inicial, las múltiples referencias a Malvinas (el avión peruano, San Jorge) o la estatua ecuestre de José de San Martín, el “Libertador”. También se nutre de la eterna tensión que causa la ideología política en la amistad, como en esa escena climática con los tres amigos en la azotea, dos de ellos (grandísimos Darín y César Troncoso) intentando rescatar del abismo al “ideologizado” (un Marcelo Subiotto a igual partes entrañable y monstruoso). El Eternauta es profundamente política, pero creo que logra evitar erigir el dedo moralista y acusador.
MGL: Y deja además altas expectativas con lo que viene, como el inevitable arco narrativo en la cancha de River.
GE: ¿Cuáles crees que serán los desafíos que el equipo creativo de El Eternauta enfrentará en la segunda temporada?
MGL: El diseño de algunos personajes. No tengo duda de que el presupuesto de Netflix será de enorme utilidad para recrear a criaturas como los Gurbos, pero reimaginar a personajes como los Manos va a requerir de altas dosis inventiva y talento. También está la cuestión del juego meta con el que concluye el cómic. Hasta ahora, la serie lo ha pasado por alto. Sin entrar en spoilers, me da mucha curiosidad ver cómo resuelven ese dilema.
GE: El Billy Idol actual sería estéticamente un Manos perfecto de la historieta. ¡Además inglés! Perfecto para seguir con la conversación con Malvinas. Menos mal que no estoy encargado del casting, porque vaya que no sería nada sutil su simbología.
MGL: Si de poner a un inglés se trata, mejor Billy que Sting. Además, aceptemos, “Eyes without a face” quedaría perfecta en los créditos finales. ~
Tomado de https://letraslibres.com/
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